Cadena de muertes en la nuclear
Tres empleados de la central francesa de Chinon se han suicidado desde 2006. La dirección niega el "desgaste profesional"
El aparcamiento de la central nuclear de Chinon, a varios kilómetros de la coqueta ciudad de Avoine (Francia), está lleno en estos días. Después de pasar por las barreras de seguridad, se tarda poco en descubrir que los 1.300 empleados de Electricité de France (en un 80%, hombres) están corroídos por un malestar profundo. Y que su moral es todavía más baja desde aquel día de finales de febrero en el que se enteraron de que uno de ellos se había suicidado la víspera. Es el tercer suicidio desde agosto de 2006, y el cuarto desde que, en 2004, se quitó la vida Dominique Peutevinck, un técnico superior cuyo caso acaba de empezar a deliberarse en el tribunal para los asuntos de la Seguridad Social en Tours: la caja de seguro de enfermedad considera que su acto fue consecuencia de una enfermedad profesional, una opinión a la que se opone EDF.
¿Quizá los empleados de la central nuclear de producción de electricidad (CNPE) de Chinon sufren el mismo mal que los del Technocentre de Renault, en Guyancourt (Yvelines), en el que se han suicidado tres personas desde hace dos años? Ningún empleado de EDF se ha quitado la vida en la propia central, y no ha sido posible establecer ningún vínculo formal entre sus acciones y sus condiciones de trabajo.
El suicidio es un paso "muy personal, difícil de comprender, pero que es preciso respetar", afirma Eric Maucort, el joven director de la CNPE de Chinon. Sin embargo, en París, la dirección del grupo ha reaccionado. El 14 de marzo, Pierre Gadonneix, consejero delegado de EDF, decidió enviar sobre el terreno, en una "misión de escucha y comprensión", a dos de sus lugartenientes.
¿Qué mal padecen, pues, los agentes nucleares, un grupo de gente que parece tan pudiente y que no se encarga del trabajo más duro y peligroso, puesto que del mantenimiento de los reactores parados se ocupan ahora subcontratistas? "Lo que ocurre ahora en Chinon y, más en general, en el parque nuclear francés, es un problema de desgaste ético", afirma el doctor Dominique Huez. Él fue quien, en marzo de 2004, diagnosticó a Dominique Peutevinck una "depresión reactiva profesional". Según su descripción, la situación en 2004 era "de una extrema degradación ya anunciada desde 2001, con el 45,8% de los agentes en condición de desgaste profesional". "La salud se resiente", explica, "del hecho de que están haciendo algo que les disgusta".
Más que la dificultad de las tareas, lo que con más frecuencia se observa en las quejas de los empleados es una sensación de "pérdida de sentido", unida a la falta de reconocimiento. Porque el riesgo, aquí, tiene más peso que en otras partes. Y cada empleado, agobiado por la huella que deja el error, se siente personalmente responsable. Unas presiones contradictorias que los que están mejor defendidos psicológicamente consiguen soportar, pero que los más concienzudos ("las primeras víctimas del suicidio en el trabajo", precisa Huez) viven a menudo muy mal. "Con un nudo en el estómago el domingo por la tarde", en palabras de uno de ellos.
¿Surtirá efecto la "misión de escucha y comprensión"? Su primer objetivo era "aproximarse al dolor de los equipos que están de luto y desarrollar sobre el terreno un clima de confianza con el responsable del grupo", dice Pierre Beroux. Los dos dirigentes de París estuvieron en la central tres días y se entrevistaron con más de 200 empleados. Los jefes les "escucharon". ¿Sabrán comprender? Sus propuestas deberían presentarse antes de fines de abril.
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