Suecia: el espejo de la igualdad
El centro-derecha planea retoques al Estado de bienestar
En un país donde los hombres manejan con soltura el carrito del bebé y las mujeres llegan a obispo, aparecen nubarrones. Suecia, con el mayor nivel del mundo en igualdad entre mujeres y hombres, según el Foro Económico Mundial, se enfrenta a las iniciativas del Gobierno de centro-derecha para retocar el Estado de bienestar, la herramienta más eficaz contra la desigualdad. La fuerte inmigración plantea otro reto más. Uno de cada cinco habitantes ha nacido fuera o tiene al menos un progenitor extranjero. Y las cosas son más difíciles cuando el apellido resulta extraño o el idioma se maneja con dificultad. Los suburbios menos acomodados tienen la tez morena. Se ven mujeres cubiertas con hiyab y parabólicas en las terrazas.
Cada niño llega con dos panes debajo del brazo: guardería y ayuda económica para la familia
Uno de cada cinco habitantes ha nacido fuera del país o tiene al menos un progenitor extranjero
Hay algunos barrios de inmigrantes en los que se palpa la segregación, hija del paro y del idioma
También en Suecia, las mujeres cobran menos a igual trabajo y ocupan pocos puestos directivos
Los retoques (ligera rebaja de impuestos y recortes al desempleo) alarman a la oposición socialdemócrata, que gobernó durante 64 de los últimos 75 años, y a las organizaciones de mujeres. Temen que crezca la discriminación, que aún persiste en el empleo y el poder económico en un país con 9,1 millones de habitantes. También recelan de un posible recorte de los servicios sociales. Son la estrella de un Estado de bienestar, con atención de la cuna a la tumba, construido a medida femenina. "En casi todos los países, la mujer depende de un hombre. Aquí depende del Estado, y eso la hace más libre", asegura la ex diputada Gudrum Schyman, del partido Iniciativa Feminista.
Las atenciones se ensamblan como piezas de un mueble de Ikea, la conocida multinacional sueca. Las patas principales, los servicios públicos de cuidado para niños y ancianos, han liberado en gran medida a las ciudadanas de las tareas de atención y las ha lanzado al trabajo remunerado, a menudo precario y a tiempo parcial. Apenas hay diferencia entre la tasa de actividad femenina (80%) y la masculina (86%). Sólo el 2% de las mujeres se limita a ser ama de casa, concreta la escritora y periodista Karin Alfredsson, experta en igualdad. "La familia no cuida a los mayores. Mis padres están mal de salud y reciben atención pública en su casa. Si no existiera eso, yo tendría que dejar mi trabajo para atenderlos", detalla. Pero se oyen quejas por el recorte, años atrás, de los cuidados a los ancianos. Como en los muebles de Ikea, a veces alguna pieza da problemas.
Los pequeños son los reyes en un país donde se dedica a su atención el equivalente al 2% del producto interior bruto. En Suecia, cada niño viene con dos panes bajo el brazo: guardería y ayuda económica para la familia. El Ayuntamiento (principal responsable de los servicios sociales) debe garantizarle una plaza asequible desde que cumpla el primer año hasta que a los seis se incorpore a la escuela. Además, el municipio ofrece atención extraescolar hasta los 12.
"Eso sí que es una ventaja. Hace mucho más fáciles las cosas", asegura Estelle Af Malmborg, experta en arte y madre de dos niños pequeños. Cada mañana los lleva a una guardería municipal de Estocolmo, cerca de casa, por la que paga 160 euros mensuales. Una vez abonada, aún queda disponible parte de la ayuda que la familia recibe del Estado (más de 100 euros mensuales por niño al menos hasta que cumplan 16 años). Es una cantidad libre de impuestos en un país con fiscalidad individual y donde la carga impositiva se lleva entre el 30% y el 55% del sueldo. Hay que pagar el Estado de bienestar. Pero nacen muchos futuros cotizantes.
"El sistema de beneficios sociales es una razón determinante para la alta fecundidad sueca", asegura Lars Jalmert, profesor de la Universidad de Estocolmo. El promedio de hijos por mujer (1,77, frente a 1,34 de España) es uno de los más altos de Europa. Niños y trabajo son compatibles, pero la situación dista de ser perfecta. "Las mujeres y los hombres son iguales hasta que nace el bebé", afirma Alfredsson. Y eso "porque no se comparten las obligaciones domésticas al 50%". Las madres con hijos pequeños trabajan unas 43 horas no retribuidas por semana, y los padres, 27.
Ese reparto desequilibrado ha empujado a destinar exclusivamente a cada progenitor, léase los padres, 2 de los 16 meses del permiso retribuido por el nacimiento de un hijo (el 80% del sueldo durante 390 días y 20 euros diarios durante otros tres meses). Aunque gana adeptos el ejercicio de este derecho (los padres españoles lo estrenan ahora con 15 días de duración), los varones sólo toman el 20% del tiempo concedido en el primer año de vida del bebé, periodo para el que no está garantizada la asistencia infantil pública.
El mayor salario masculino empuja a que sean las mujeres (peor pagadas) las que disfruten del grueso del permiso: los ingresos familiares se reducen menos. También pesa, según Alfredsson, "la fuerte presión social para ser lo que se considera una buena madre, que es la que se queda en casa con el bebé". El idioma ha acuñado un término para ellas, lattemorsor, las mamás que hacen un alto en el paseo con el cochecito para tomar un café.
Af Malmborg ha sido una de ellas. "Cuando te reincorporas al trabajo sufres las consecuencias de haber estado fuera un año. La carrera profesional se resiente", asegura. Este problema, más relevante en el sector privado, también suele afectar a los padres. De ahí que, en aras de la igualdad de oportunidades, todo el empeño esté puesto ahora en que los varones tomen igual tiempo de baja que las mujeres. "Así los empleadores se darán cuenta de que los hombres también tienen hijos", defiende el ombudsman (defensor) para la Igualdad de Oportunidades, Claes Borgström.
"El permiso de paternidad es clave en la evolución de los varones. Les permite aprender la capacidad de cuidar a los demás en lugar de ser ellos siempre los primeros. Hace más solidarios a quienes están acostumbrados sobre todo a competir", apunta Jalmert, estudioso de la nueva masculinidad que se abre paso.
"Mientras las mujeres tengan la responsabilidad principal del hogar estarán discriminadas en el trabajo", sentencia Borgström. Pero la pescadilla se muerde la cola. "El primer problema para la igualdad es el mercado laboral", afirma
Cecilia Jacobsson, periodista económica del diario Dagens Nyheter. "Las mujeres trabajan, sí, pero en las áreas peor pagadas, como la sanidad o la educación. Incluso cobran un 7% menos cuando desempeñan el mismo trabajo que los hombres", continúa. "Tenemos uno de los mercados laborales más segregados del mundo", añade Berit Göthberg, del sindicato Unión Nacional de Trabajadores (LO, socialdemócrata).
El poder económico es el bastión masculino. En la Confederación de Empresarios de Suecia (agrupa a 50.000 firmas), Hakan Ericsson asegura que el techo de cristal que padecen las mujeres en su carera profesional "empieza a romperse". Pero el desequilibrio es evidente: las ciudadanas ocupan el 15% de los asientos en los consejos de administración (una proporción muy superior a la española) y uno de cada 100 despachos de consejero delegado, según los datos oficiales. La patronal admite que "sólo entre el 15% y el 20% de las empresas obligadas a presentar planes de igualdad cumple con ello".
Entre los empresarios de un país donde la paridad en el Gobierno o en el Parlamento se ha alcanzado por la presión social y sin sistema de cuotas, la idea de establecer discriminación positiva para aumentar el poder económico femenino levanta ronchas. Fuera, la Ley de Igualdad española, que obliga a la paridad electoral y otorga ventajas a las empresas paritarias, "maravilla" a la ex diputada Schyman.
"La igualdad en el resto de las áreas presiona a las empresas", plantea Marita Ulvskog, directiva del Partido Socialdemócrata. Ella figura entre quienes temen un retroceso. "El Gobierno quieren pagar a las madres que cuiden a los niños en lugar de llevarlos a la guardería. Eso supondrá que coticen menos tiempo y cobren menos pensión". Desde el movimiento feminista, Gunilla Ekberg advierte: "El recorte del desempleo perjudica especialmente a las mujeres, que sufren más el paro. También es inaceptable que quieran alentar el empleo doméstico. Éste es un país sin criadas".
Pero las hay. Como Soledad, boliviana sin papeles que limpia casas a 11 euros la hora. Vive en uno de los suburbios cuajados de extranjeros, buena parte llegados gracias a un asilo político generoso. En estos barrios, como el de Tensta (60% de población inmigrante) se palpa la segregación, hija del paro y de las dificultades con el idioma. "También hay algo de racismo, pero muy pequeño si se compara con otros países", afirma Abdo Goriya, de origen sirio y concejal del distrito. Le preocupa que la ultraderecha, con banderín antiinmigrantes, haya aumentado su representación, hasta ahora sólo municipal.
"La sociedad sueca siempre pensó que los derechos humanos eran algo que necesitaban los demás. Ahora se da cuenta de que aquí también hay problemas de discriminación", reflexiona Katri Linna, ombudsman contra la Discriminación Étnica. "Se plasma sobre todo en que a los extranjeros les cuesta más encontrar trabajo. Y cuando se trata de una mujer con hiyab, peor", asegura Helena Benaouda, del Consejo Musulmán de Suecia. Es viernes y los fieles llegan a la principal mezquita de Estocolmo. Benaouda calcula que son más de 200.000 en toda Suecia. "La mitad de los 450.000 residentes de origen musulmán practica la religión", afirma. El Gobierno rebaja los practicantes a 100.000.
Cerca de otro templo, la obispa de Estocolmo, Carolina Krook, cierra la reflexión: "Fue el cambio social el que impulsó a la Iglesia a admitir mujeres". Esta sueca con alzacuellos y un broche en la solapa ordena ya a tantos sacerdotes como sacerdotas.
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