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Crónica:BARCELONA MUSEO SECRETO
Crónica
Texto informativo con interpretación

O sólo muy vagamente

Aparcados junto a la acera, con una rampa que sube desde el pavimento a la caja abierta de par en par aguardando a que se la llenen de muebles, y de cajas de cartón, y de divanes y cosas, los camiones de mudanzas son una presencia cada vez más conspicua, me parece. Se los ve con frecuencia, ahí está otra vez el camión de la compañía de transportes internacionales Winterthur, cuyo nombre comercial sugiere prestigiosas precisiones suizas, mudanzas de relojería, no se romperá ni un cristal. Por encima del camión de espaciosa bodega y grandes tragaderas la estilizada grúa extiende el brazo metálico articulado y eleva una plataforma hasta los balcones más altos, donde ágiles operarios de mono blanco de corredor de fórmula 1, diseñados por un pintor suprematista, se afanan en ir sacando los paquetes, los bultos rigurosamente embalados. Y en la siguiente esquina vemos también el antediluviano camión azul, con el logotipo blanco pintado a mano, de la compania Mudanzas L. Pato, sin duda más modesta pero de toda confianza. Y allá está la camioneta ilegal del brasileiro chapuzas... Yo imagino que si se ven tantos camiones de mudanzas será porque la gente cambia de domicilio con creciente frecuencia, últimamente de hecho parece que todo el mundo se cambia de piso, de nido, la gente es expulsada de su guarida por el casero o por el banco, cuya codicia no conoce límite, o por una adversidad en las finanzas familiares -¡pasajera! !Superable! !En trance de remediarse!-, o se expulsa a sí misma, se concede una segunda oportunidad, se casa, se divorcia, vuelve a empezar, llega a un piso vacío, blanco, desnudo, llega llena de determinación y de propósitos de enmienda y prosperidad, llega llena de esa ilusión que dan los cambios, los nuevos comienzos que abolen el pasado, lavan la culpa, dejan atrás los erores imperdonables que la mudanza sin embargo perdona, atrás rutina abominable, costra repugnante del pasado, llegan al piso vacío como a página en blanco en el libro de sus vidas, en la que se proponen escribir lo que les apetezca a ellos, no lo que otros hayan decidido, y el nuevo texto va a ser mucho mejor que el cancelado por la mudanza. Tal disposición de ánimo es encomiable, y la aplaudo como en una función en la ópera se aplaude cuando se va a levantar el telón y los altavoces informan de que el tenor famoso ha pillado la gripe y tiene mucha fiebre, está extenuado y afónico, pero aun así, por deferencia con el respetable público, va a seguir cantando, sólo que no podrá cantar a su nivel de excelencia habitual, por eso pide excusas y comprensión, y ese esfuerzo sobrehumano del cantante lírico sobre nuestro escenario, ese hombre, ese artista que prefiere ariesgar la reputación atiborrado de antibióticos y vestido con una absurda túnica color púrpura para no echarnos a perder la velada, en vez de quedarse en la cama de su habitación del hotel Colón, con el termómetro candente en la boca como un triste forastero errabundo y enfermo, apenas consolado por la borrosa camarera del room service que le lleva sopitas, se merece, ¡desde luego!, gratitud, una ovación...

Asocio automáticamente los camiones de mudanzas con recuerdos de Dalí, algunos de ellos tristes como la expresión abrumada de los turistas cuando salen, empachados de visiones kitsch, de la visita al castillo de Púbol, a la cripta con la jirafa de peluche y al garaje con el Cadillac azul; o como su tardío cuadro Llegaremos más tarde, hacia las cinco, también titulado El camión de mudanzas, pintura de tonos parduscos, con ese asunto y ese título de resonancias telefónicas y coloquiales, alusivo a un viaje, a un trayecto, y tan desnudo de los delirios de grandeza, y tan contradictorio con las bombásticas excentricidades a las que el pintor nos tenía acostumbrados... Pero la mayoría de esos recuerdos son exaltantes, divertidos, y por esa diversíón le estaré eternamente agradecido. El año 2004, año de su centenario, peroré sobre esas alegrías en Tarragona y empecé repitiendo el aforismo con el que él abrió una conferencia suya en Barcelona: "Sólo hay una cosa más abyecta que pronunciar una conferencia: escuchar una conferencia". Luego hablé de su libro Mi vida secreta y me detuve en el asombroso embuste inaugural, digno del barón de Munchausen: "Supongo que mis lectores no recuerdan, o sólo muy vagamente, aquel importantísimo periodo de sus vidas que antecedió a su nacimiento y transcurrió en el seno de su madre. Pues yo sí, yo recuerdo ese periodo como si fuera ayer".

Esta frase, dije, ya da el tono del libro. A partir de ella el autor se lanza a exponer con lujo de detalles algunos de esos improbables "recuerdos intrauterinos". La edición de las Obras Completas que publicó Destino con motivo del centenario reproduce en el interior de las guardas la primera página del manuscrito, escrito con pluma, con sus correcciones y tachaduras, y revela que en la primera redacción la frase presentaba ligeras diferencias: "Supongo que mis lectores no recuerdan aquel importantísimo periodo...". Luego, repasando lo escrito, el autor agregó, sin duda que con una sonrisa maliciosa, el rasgo de ingenio superior, el sintagma decisivo: "O sólo muy vagamente".

Con ese inserto gentil concedía al lector la posibilidad de considerarse, si le apetecía, un gran, un fantástico embustero, como él mismo. No tan locamente embustero, pero casi. Y le ofrecía, además -con esa simpatía, con ese llamémoslo así frío afecto que caracteriza la relación entre el autor inventivo y su serio lector-, la posibilidad de crear, o fingir creer -como en un juego o un baile de máscaras- que él, el cínico mentiroso, el autor, podría también creerle. Aunque sólo muy vagamente...

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