El escritor universal marroquí
Nacido en 1926 en El Jadida, Marruecos, Driss Chraïbi ha fallecido a los 81 años el primer día de abril en el hospital de Valence (Francia), próximo a la ciudad de Crest, hermoso rincón medieval francés, donde este escritor de silueta alta y solitaria eligió para vivir, después de haber estado en las islas Ré y Yeu en el Atlántico.
Bisagra entre la clásica y la moderna generación en todos los terrenos donde emergen temas innovadores, ha sido no sólo el precursor, sino literariamente el iniciador debido al hálito que ha dotado a su escritura siempre renovada.
Estamos en 1954, su obra El pasado simple (del Oriente y del Mediterráneo, 1994) estalló como una "bomba terrorista" en un Marruecos que vivía momentos muy críticos -el sultán en el exilio y revueltas ensangrentadas- en el logro por su independencia. Chraïbi, al emplear un estilo desgarrador e innovador, ataca el fariseísmo, la hipocresía de las conductas y la explotación de unos por otros. El escritor hace una sincera denuncia de la degradación de valores, designando el abismo que separa el espíritu coránico de las actitudes de aquellos que se sirven del sagrado texto como escudo y arma. Considerado como un traidor a su patria, el joven escritor lloró amargamente y renunció de su obra. Posteriormente, los estudiantes, en quienes confió, así como la crítica y todos los medios intelectuales, con Abdelkébir Khatibi y Abdellatif Laabi, le aplaudieron como el mejor escritor marroquí en lengua francesa.
Él mismo confesó: "Sentado entre dos puertas cerradas (Oriente y Occidente), he gritado tanto a la fraternidad humana y al conocimiento mutuo que estoy enfermo, insomne, y me sobresalto con el vuelo de una simple mosca. Y, como repercusión, en mi soledad, he recreado una tierra natal con color a espejismo y verdad". Esta cita que se encuentra en Succession ouverte (1962), y que parece ser la continuación de El pasado simple, nos mete de lleno en otra obra seductora de domeñada emoción. El narrador fatigado, lleno de nostalgia, necesita regresar al seno de la Umma, la tribu. Y si al héroe se le ha privado -por decisión paterna- de la herencia material, sin embargo es depositario de una herencia más sublime: la espiritual.
En Les boucs (1955), el autor, siempre pionero, se introduce en la vida brutal de los inmigrantes que, desarraigados, no han encontrado sino la falta de trabajo y la mayor miseria en medio de un pueblo francés indiferente. Pero a pesar del análisis de una situación terrible, hay también una búsqueda de reconciliación entre los hombres donde quiera que se encuentren.
De nuevo, es el primero que denuncia las ilusiones de liberación que habían hecho renacer el movimiento nacional y hace una crítica feroz al Marruecos poscolonial en L'Âne (1956), crítica que retomará bajo tono burlesco sobre el mundo occidental en La foule (1961). Con De tous les horizons (1958), reeditada en Marruecos bajo el título D'autres voix (1986), nos ofrece seis deliciosos relatos inspirados en la isla Ré. Luego, vestido con bata blanca de psiquiatra y sin miedo a las palabras, pone el dedo en la llaga y denuncia el tabú sexual, en Un ami viendra vous voir (1967), para salvar a la mujer de una civilización materialista, mecánica y fría. De ahí que en la obra maestra, teñida de ensoñación y ternura, La civilización, ¡madre mía!.. (Centro Francisco Tomás y Valiente, 2001), la mujer, portavoz del conjunto del Tercer Mundo, salga de sus velos para ir al descubrimiento de Occidente.
Mort au Canada (1975) explica con su título el hecho mortífero de la ruptura: en cada experiencia, en todo camino, en toda separación, queda algo de uno mismo, muere lo mejor de nosotros mismos. Y su trilogía, Une enquête au pays (1981), La mère du printemps (1982) y Nacimiento al alba (Anaya & Mario Muchnik, 1994) es un vasto fresco novelesco islamo-bereber que se ensancha hasta la conquista de España.
Chraïbi, de nuevo innovador, con la saga de un chiflado sabueso nada ortodoxo (L'inspecteur Ali), recrea el Cándido del mundo mediterráneo y, a través de él, posa una mirada irónica sobre la sociedad árabe abriéndose a cualquier libertad (Une place au soleil), y embaucándonos con este Colombo magrebí, más culto y menos mugriento (L'inspecteur Ali et la CIA), atenazado siempre por un hambre insaciable como Pepe Carvallo.
También, al surcar senderos no trillados para sorprendernos -realidad que hechiza y conmueve-, escribió El hombre del libro (del Oriente y del Mediterráneo, 1997), donde el profeta Mahoma extrae su fuerza de su relación con el Libro, con lo escrito, fuente de luz.
Finalmente, en Vu, lu, entenu, Le monde à côté y L'homme qui venait du passé, el tiempo cabalga al tiempo, el presente reenvía al pasado, con imágenes poéticas que son el alma de la gente de su tierra. La relación que mantuvo con ella y con la historia natal fue carnal, sensual y mítica, puesto que Driss Chraïbi buscó, profundamente, la emoción, y no pretendió detentar estupendas respuestas sino plantear buenas preguntas. Fue el genio creador que, a partir de su ensoñado mundo, por su poético hálito y pícara simpatía alcanzó el fervor humano y lo universal. Leer su obra es descubrir, en cada página, un corazón que late, por amor, y una luz que quema, por su verdad.
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