La pasión por la democracia
Eduardo Jauralde era, ante todo, un desbordante ser humano. Además, un apasionado de la democracia, que nunca tuvo dudas sobre la escala de valores que merecía la pena vivir. Su vitalidad era inevitablemente contagiosa. Sus ideas y sus creencias, las compartía generosamente y las transmitía con su palabra serena y persuasiva y su sonrisa beatífica. Nunca fue ajeno a cuanto sucedía a su alrededor, los sufrimientos de todos eran su pesar, las alegrías las compartía intensamente y siempre se emocionaba ante los gestos de humanidad de sus conciudadanos del mundo.
Su pasión era universal. Su corazón latía tan serenamente que tuvo que ponerse un marcapasos para mantener intacta su irradiante generosidad.
Tenía mucha vida y muchos trienios a sus espaldas, pero sus amigos siempre le llamábamos cariñosamente, el viejo Edy. Su coquetería o más bien su exquisita sensibilidad le impidió compartir con sus amigos algunas comidas porque temía perturbarnos con algún achaque. Sus noventa y tantos años, nunca le impidieron gozar de la buena mesa y causar el asombro de los que le servían, un tanto perplejos, un plato de callos a la madrileña.
Sus valores cívicos y republicanos eran una fuente inagotable de consejos y su gran corazón un manantial del que brotaban palabras cálidas y emocionadas cuando sus amigos sufrían alguna adversidad. Era profundamente creyente, con la sencillez y la sabiduría de los que gozan del privilegio de la fe en su sentido profundamente humano y solidario. Discrepaba de la jerarquía eclesiástica y estaba siempre próximo a los movimientos teológicos más cercanos a la raíz del hombre. Estuvo políticamente al lado de la democracia cristiana auténtica en su dimensión política y evangélica. Los incrédulos le respetábamos y él nos correspondía con su cálida y remansada compañía.
Fiel a la Constitución republicana, tuvo el reconocimiento de algunos vencedores que le salvaron de mayores contratiempos, salvo una postergación que retrasó su ascenso a la máxima categoría del ministerio fiscal. Gracias a algunas personas inteligentes de tendencias políticas opuestas que valoraron su incontenible dimensión humana y su gran valía profesional, llegó a fiscal de Sala. Con la reins-tauración de la democracia fue nombrado vocal del Consejo General del Poder Judicial. Su cordura y su humanidad hubieran evitado, en el momento presente, muchas tensiones y miserias que tanto daño han hecho a esta institución a la que dedicó sus ilusiones, cuando militábamos en Justicia Democrática, en plena clandestinidad antifranquista.
Querido Eduardo, tu tránsito nos ha encontrado a tus amigos dispersos por esta España europea, hoy en democracia, a la que tanto amabas y por la que tanto luchaste. Dicen que los santos tienen poderes sobrenaturales. Te escribo estas líneas sentado ante el infinito horizonte del mar hacia el que en este momento navegas. Miro y te veo caminar sobre las aguas a mi encuentro con los brazos abiertos y tu imborrable sonrisa. En nombre de todos los que te seguiremos queriendo, muchas gracias por tu ejemplo.
José Antonio Martín Pallín es magistrado emérito del Tribunal Supremo.
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