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Reportaje:

El turismo impulsa la Semana Santa en Galicia

La tradición de los tronos atrae cada vez más visitantes

"Eso no pesa nada", señala displicentemente un espectador a su pareja mientras pasa la imagen de San Juan. Es la procesión del Ecce Homo Cautivo en A Coruña, a última hora de la tarde del domingo, y desde luego ni ese paso concreto, ni el ambiente en general responden en cantidad, calidad, volumen y peso al arquetipo televisivo y andaluz del rito procesional. O quizás el escéptico esté comparando lo que ve con el recuerdo de las masivas -y sin competencia posible- procesiones de su infancia.

Cuestiones de fe aparte, aparentemente la Semana Santa parece en Galicia una celebración casi tan residual como pueden serlo los toros. Sin embargo, en bastantes lugares, además de las tradicionales referencias de Ferrol y Viveiro, está resurgiendo con cierta fuerza. Paradójicamente, gracias al fenómeno social que casi acaba con ella: el turismo.

Ferrol es la celebración clásica y Viveiro representa el ritual popular y la imaginería
La demanda es tan alta que el cupo de costaleros está cerrado en muchas cofradías
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Por liviano que San Juan parezca, los diez costaleros que lo portan (en rigor, seis costaleros y cuatro costaleras, aquí parece no haber esos problemas que impusieron la segregación en Córdoba) sudan lo suyo. Detrás, los ocho hombres que cargan a la figura atada del Nazareno parecen más frescos. En casi una hora la comitiva sólo ha recorrido la Ciudad Vieja, una cuarta parte del trayecto total.

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Entre los dos pasos, unos niños vestidos con hábito ("¡mira qué ricos!", se oye en acento mesetario). Al frente, la banda de trompetas y tambores de la OJE llegada de Ferrol con una "mascota" -así la define su madre- rubia que se llama Alba. La niña tiene cinco años y es la primera vez que desfila con su corneta, al paso del jefe de banda. Después, dos docenas de penitentes con capuz y el distintivo de la Venerable Orden Tercera.

Cerrando la procesión, unos cincuenta fieles, entre los que destacan un par de jóvenes y algún niño. La gente que llena las calles peatonales, atraída por el buen tiempo y los escaparates, mira el cortejo con curiosidad y usa la cámara de los teléfonos móviles.

"No sé por qué en Galicia la Semana Santa no se celebra con tanta intensidad. Será que los gallegos no somos tan extrovertidos como los andaluces, o tan místicos como los castellanos. Domingo García-Sabell decía que los gallegos tenemos tres opresores internos: la vanidad, la pereza y el escepticismo, que nos impiden intentar algo por si fracasamos", analiza Manuel Espiña Gamallo, profesor universitario jubilado y canónigo de la Colegiata de Santa María. "Claro que también está la meteorología. De todas formas, todo depende de si hay gente animadora", concluye el padre Espiña. Si se pregunta por uno de esos animadores, todo el mundo apunta a Salvador Peña. Es el ministro presidente de la Orden Tercera, la cabeza visible y el motor de esta organización seglar que promueve la mayoría de las procesiones en A Coruña y en buena parte de Galicia.

"Aquí la tradición se ha interrumpido durante muchas décadas y es difícil volver a activarla, aunque tenemos una idiosincrasia distinta y quizás seamos dados a otro tipo de recogimiento", señala Peña, que apuesta firmemente por recuperar la tradición procesional, y por su vigencia plena. "Además de mostrar valiosas piezas de arte sacro, es hacer una catequesis pública, escenificar el evangelio en la calle. Los actos religiosos no deben limitarse a los templos".Por costumbre o por la labor de otros animadores, en los pueblos y ciudades de Galicia, obviamente, se celebran estos días cientos de procesiones. Más o menos tradicionales y nutridas en las ciudades. De raíz popular, que se conserva o no, en las villas costeras herederas de las tradiciones de los mareantes. Celebraciones rurales que se repiten como las estaciones.

Pero donde el espectador escéptico llenaría el ojo es en Ferrol. Debido a la pasión por el orden y la organización, según el antropólogo Felipe Senén, o quizás por las influencias gaditanas o cartageneras importadas por la Armada, la Semana Santa departamental cumple todos los estándares. Decenas de cofradías, pasos (aquí tronos) que necesitan un centenar de costaleros para su transporte, el negro azabache de las mantillas y los blancos, azules y dorados de los uniformes marinos.

Incluso una técnica propia y depurada de llevar las andas, como por encima de las olas, y de hacerlas "bailar" o "moquear" (levantarlas a pulso, con los brazos estirados a la vez), un alarde que se realiza en lugares concretos, los más solicitados por el público conocedor.

La Semana Santa ferrolana tiene incluso su anécdota profana. Es, o era costumbre que los penitentes ferrolanos repartiesen estampitas a los conocidos, a modo de recordatorio. Según recuerda el periodista Juan Barro, a finales de los años 60, un grupo de cofrades del Cristo de los Navegantes procesionaba repartiendo alfileres, seguido de otro grupo que entregaba minchas o caramuxos. Sin relación causa-efecto con ese episodio celebrado por unos y muy criticado por otros, alrededor de la década de los 70 se vivieron tiempos de penuria, en los que incluso hubo que llamar a militares de reemplazo para que hicieran turno de costaleros.

Gracias posiblemente al auge vacacional y turístico de la Semana Santa los ritos penitenciales resurgieron y en la actualidad la demanda social es tanta que el cupo de admisión está cerrado en muchas cofradías. El número total de integrantes, entre ellos muchas mujeres, oscila entre los 1.500 y los 3.000, que celebrarán estos días 25 recorridos.

Si la Semana Santa de Ferrol es la celebración clásica, Viveiro es el ritual popular que ha capeado temporales vacacionales o laicistas. La imaginería es de las que atesoran más valor artístico e histórico, e incluye varias figuras articuladas.

Hasta se celebra una Semana Santa dos Nenos para que las nuevas generaciones se empapen de los ritos desde jóvenes y evitar procesos de tan inciertos resultados como es recuperar tradiciones perdidas.

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