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Columna
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La retórica cínica

El presidente de la Diputación de Alicante, José Joaquín Ripoll, desgranó la semana pasada en Elche, ante Mariano Rajoy, un rosario de quejas por supuestos agravios a su partido. "En el año 2004 volvimos a ser nuevamente acosados", dijo. "Incluso en esa jornada de reflexión donde, sobre todo medios de comunicación de un grupo, del grupo PRISA, que ahora se permite insultarnos, estuvo chantajeando, estuvo insultando, estuvo presionando para que esa jornada de reflexión no se convirtiera en una jornada de reflexión. Y aquí, en esta provincia, también aguantamos aquel acoso. Y en ese año, en 2004, en la provincia, tuvimos los mismos votos que en el año 2000". La inverosímil sintaxis y la deplorable retórica, armada con retales del argumentario partidista, venía a cuento por el boicot orquestado contra los medios que preside Jesús de Polanco porque calificó la última manifestación del PP en Madrid contra el Gobierno como "franquismo puro y duro".

Contribuía, sin querer, Ripoll con su discurso a consolidar una afirmación, la de Polanco, cuya contundente eficacia descriptiva es difícil de discutir. Al fin y al cabo, no sólo el mar de banderas rojigualdas enarboladas por la masa el 9 de marzo ante el líder evocó casualmente, en lo gráfico, las concentraciones de la plaza de Oriente; no sólo la maniquea división entre españoles "normales" y otros que no lo son retrotrae al blanco y negro del No-do; no sólo el nacionalismo excluyente y el patriotismo inflamado exhibido por los de Rajoy hunde sus raíces emocionales (¿dónde, si no?) en el populismo franquista, sino que la propia articulación de su discurso revela, en dirigentes cualificados del PP, caricaturescos paralelismos psicológicos con aquel dictador senil que el 1 de octubre de 1975, sacando a relucir la misma paranoia que en el lejano 1946, clamaba ante la multitud contra "una conspiración masónica izquierdista de la clase política en contubernio con la subversión terrorista-comunista en lo social que, si a nosotros nos honra, a ellos les envilece".

La cuestión, y es lo que un Polanco estupefacto sugirió en su famosa intervención, consiste en que nadie en su sano juicio puede pensar que los dirigentes de un partido democrático de la España del siglo XXI se crean, de verdad, todas esas patrañas victimistas. Sin ir más lejos, Ripoll, con su desaliñado parlamento, evidenció que no.

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