_
_
_
_
_
EL CÓRNER INGLÉS | Fútbol | Internacional
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Benditos sean los derrotados

En España (población: 45 millones de habitantes) se celebró la victoria 1-0 en casa contra Islandia (población: 300.000) por todo lo alto. En Inglaterra (población: 50 millones) la victoria 0-3 fuera de casa contra Andorra (población: 71.000) ha desatado una furia sin precedentes contra el seleccionador y sus jugadores.

Aquí hay algo raro. ¿No eran los ingleses los aficionados más incondicionales del mundo, y los españoles los más caprichosos, los que acusan de entender el fútbol como otros la ópera? Para una selección de las llamadas grandes, ganar a Andorra, 163 en el ránking de la FIFA, en una eliminatoria de la Eurocopa 0-3 es un resultado más o menos equiparable con el de ganar 1-0 a Islandia, 86 en el ránking mundial. Ambas selecciones se llevan tres puntos y sus posibilidades de clasificarse para la fase final de la competición en 2008 siguen vivas.

¿Entonces, por qué los ingleses claman contra el seleccionador y sus jugadores mientras que los españoles aplauden el talento de Iniesta y la sabiduría de Aragonés?

Fue tremendo el espectáculo montado por los aficionados ingleses que viajaron a Barcelona el miércoles a presenciar la eliminatoria con el diminuto país pirenaico. No pararon de gritar obscenidades contra su equipo de principio a fin. La mayoría son irrepetibles, incluso en un periódico boicoteado por la derecha católica. El insulto más suave, repetido desde las gradas de manera hipnótica, como un canto gregoriano, era "¡sois una basura! ¡Sois una basura!..".

En épocas menos algodonadas que la nuestra les hubieran acusado de alta traición y enviado a la Torre de Londres a que les cortaran la cabeza. O quizá no, ya que existe el consenso entre los súbditos de su majestad de que Steve McClaren, el seleccionador, es quien merece la pena máxima. Con el dudoso gusto que caracteriza a los ingleses, un periódico publicó el jueves una imagen de McClaren en el banquillo volándose los sesos al grito de los aficionados de "¡Dispara! ¡Dispara!".

La diferencia esencial entre los ingleses y los españoles en cuanto a sus selecciones es de expectativas. Los españoles han llegado a un punto de resignación tal que una victoria, sea contra quien sea, es motivo de festejo. Los ingleses, pese a una trayectoria internacional igual de inocua que la española durante las últimas cuatro décadas, son incapaces de quitarse de la cabeza la idea de que les corresponde ser, por derecho divino, campeones del mundo.

Ya que hay tantas ganas, ¿por qué son una basura? ¿Por qué antes de ganar a Andorra empataron con Israel y con Macedonia, perdieron contra Croacia y perdieron, en un amistoso en Old Trafford, contra España? Todos los grandes cerebros del fútbol inglés -todos- se están rascando la cabeza para dar con la explicación y nadie tiene la más remota idea. Hay buenísimos jugadores , Terry, Gerrard, Rooney; la Liga inglesa es, hoy, la más fuerte; el deseo colectivo nacional de triunfar roza la psicosis. Pero nada. Se propone, hasta el aburrimiento, el viejo argumento de que hay demasiados jugadores extranjeros en Inglaterra, de que la presencia en la Premier de los Makelele, Cesc y Cristiano Ronaldo da una falsa imagen del poderío inglés. Y sí, es verdad. El problema es que la respuesta a este argumento (igual que cuando se aplica el mismo al enigma español) se resume muy fácilmente en una palabra: Italia. La Serie A está plagada de jugadores extranjeros pero la selección italiana nunca deja de ser altamente competitiva.

Lo que nos lleva, inexorablemente, al corazón del asunto. El problema no tiene nada que ver con el fútbol. El problemas es, sin duda, psicológico. Algo ocurre, o no ocurre, dentro de las cabezas de los ingleses cuando juegan para su selección que les pesa, les inhibe, les agobia, les reduce. Los alemanes, en cambio, que hombre por hombre casi nunca han sido mejores que los ingleses, y cuya Liga es manifiestamente inferior, se ponen la camiseta de su selección, oyen el himno nacional, y vuelan. Se convierten, como los italianos, en superhombres. Muy por encima de la suma de sus partes.

¿Habrá, dentro del enigma que es el cerebro humano, algún atisbo de explicación? ¿Alguna pista? Sí. Una, compensatoria. Que los ingleses ganaron la Segunda Guerra Mundial. Y los alemanes la perdieron. Una pena, hoy, para el pobre McClaren. Pero menos mal.

Steve McClaren.
Steve McClaren.REUTERS

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_