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Columna
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Preguntas retóricas

El pasado martes se preguntaba Mariano Rajoy en un acto con militantes del PP en Tomares que dónde estaba escrito que un partido se tuviera que mantener en el Gobierno más de veinticuatro años. Es obvio que la pregunta se responde por sí misma. Pero lo mismo ocurre con la pregunta inversa: ¿dónde está escrito que un partido porque lleve veinticuatro años en la oposición tiene que convertirse en Gobierno en las próximas elecciones?

Ciertamente es anómalo, por poco frecuente, que un partido de gobierno se mantenga en el Gobierno durante un periodo tan prolongado de tiempo y a la inversa, que otro partido de gobierno no sea capaz de dejar de estar en la oposición durante ese mismo periodo. Podemos convenir incluso en que tiene algo de patológico el que así sea. La alternancia en el ejercicio del poder es, sin lugar a dudas, un elemento importante en el funcionamiento práctico de todo sistema político democrático. Ese es el sentido que se le atribuyó a la limitación de la reelección en la presidencia de los Estados Unidos, impuesta inicialmente como convención constitucional desde la primera presidencia de George Washington y convertida en reforma constitucional, tras los cuatro mandatos consecutivos de F.D. Roosevelt. La limitación se ha entendido siempre en el sistema presidencial como un instrumento para favorecer la alternancia. En los sistemas parlamentarios no ha llegado a imponerse. El gesto de José María Aznar de autolimitarse a dos mandatos como presidente del Gobierno ha sido la excepción.

Pero, sea como sea, aún sin limitación de mandato, no es frecuente que la ocupación del poder en una democracia digna de tal nombre, esto es, en una competición política no falsificada, se prolongue de manera extraordinariamente prolongada. El desgaste en el ejercicio del poder, las desavenencias internas en el partido que gobierna y el cansancio de los electores suele conducir a que se produzca la alternancia en la dirección política de la comunidad.

Cuando esto no ocurre, es que algo falla y que algo falla en el partido de gobierno que está en la oposición. El partido que gobierna siempre comete errores. Y tantos más errores cuanto más tiempo se prolonga su etapa en el Gobierno. Más todavía: sus errores resultan progresivamente más visibles para los ciudadanos y, en consecuencia, disminuye la tolerancia frente a los mismos. Lo que se perdona o incluso se comprende en una primera o segunda legislatura, difícilmente se tolera en la cuarta o la quinta. Esto pasa de manera natural. Puede ocurrir incluso que en la cuarta o quinta legislatura pasen factura los ciudadanos no por los errores que se están cometiendo en ese momento, sino por los que se cometieron en las primeras legislaturas, por los que entonces no se exigió responsabilidad.

Esta es una ley no escrita, pero rige en todos los sistemas políticos democráticos. Cuando un partido se prolonga en el poder durante un periodo inusualmente largo, la pregunta no es ¿qué pasa con el Gobierno?, sino ¿qué pasa con la oposición? Un partido de gobierno que se mantiene en el Gobierno está cumpliendo con la tarea que todo partido tiene constitucionalmente encomendada, que es la de competir para alcanzar el poder y hacer realidad su programa de gobierno. Un partido que se mantiene en el Gobierno está haciendo lo que tiene que hacer.

El que no está haciendo lo que tiene que hacer es el partido que, siendo materialmente un partido de gobierno, porque es objetivamente una alternativa de poder, no es capaz de materializar dicha alternativa y se eterniza en la oposición.

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Sobre esto es sobre lo que tendría que interrogarse la dirección del PP en Andalucía: ¿por qué después de casi siete legislaturas los ciudadanos andaluces no los ven como alternativa de gobierno? Si el presidente de la Junta de Andalucía es tan horrible, políticamente hablando, por supuesto, como Javier Arenas dice que es, ¿por qué lo siguen prefiriendo los andaluces?

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