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El discapacitado muerto en Lugo sobrevivió varios días junto al cadáver de su madre

La anciana octogenaria murió de infarto y su hijo, al faltarle los cuidados de la mujer

La octogenaria Ángela Pozo, cuyo cadáver fue encontrado el viernes junto al de su hijo discapacitado, Antonio, de 57 años, en la misma habitación del domicilio familiar, falleció por infarto, y su hijo, unos días después por faltarle la asistencia de su madre. La mujer murió unos diez días antes del hallazgo y su hijo, entre tres y cuatro días antes. Los dos compartían la misma habitación en camas paralelas. Ayer fueron enterrados en el cementerio parroquial de San Xoan do Campo, a unos 10 kilómetros de Lugo.

Ángela Pozo, de 81 años, y su hijo Antonio habitaban una buena casa propia del lugar de Birbigueira, en la citada parroquia lucense. La anciana quiso siempre encargarse personalmente de los cuidados de su hijo, que vivía desde hace más de 20 años muy limitado físicamente, víctima de una enfermedad degenerativa que lo llevó a estar postrado casi permanentemente en cama. La mujer, que llegó a compaginar las tareas agrícolas con la explotación de una taberna, no era realmente consciente de la gravedad del estado de su hijo, según los testimonios de algunos allegados.

Al hombre, de 57 años, le descubrieron una enfermedad degenerativa en la mili

Ángela Pozo apuraba todos los días las escasas fuerzas de las que disponía, ya que su movilidad también estaba condicionada por un problema óseo, para cuidar a su hijo. No quería saber nada de asistencia a domicilio o servicios sociales. "Como yo, a mi hijo no lo cuida nadie", dicen que repetía. Nunca figuraron como beneficiarios de prestaciones municipales, tampoco quiso aceptar la oferta de familiares para trasladarse los dos a vivir en Lugo, aunque ella dejaba entrever su preocupación por el futuro de su hijo. "¿Qué será de él cuando yo falte?", se inquietaba en sus conversaciones.

La situación en la casa se tornó más complicada cuando hace seis años Ángela perdió a su marido, Juan Pozo, un primo carnal con el que había contraído matrimonio siendo ambos muy jóvenes. Tuvieron a Antonio y se dedicaron a las tareas típicas del campo. Mucho esfuerzo y trabajo de sol a sol para labrar las numerosas tierras de las que eran propietarios. "Disponían de una casa de labradores pudientes y de las buenas de la zona", explicó Paco, un vecino que el día anterior al descubrimiento de los cadáveres estuvo en las inmediaciones del lugar, pero que, como el resto, no se alarmó por la falta de vida en el interior.

Ángela trataba a su hijo con "cariño y esmero", prosigue Paco; sin embargo, sus fuerzas fueron decreciendo y pocas veces se veía a Antonio fuera de la cama. "Se comportaba como un robot", cometó ayer un familiar. "Podía comer y beber por su mano, pero tan sólo si se lo ordenaba la madre: era la única a quien obedecía".

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Eso sí, en cama o sentado, Antonio siempre presentaba un aspecto "muy cuidado". "Le cambiaba de ropa y de postura para que estuviera lo más cómodo posible". Antonio había ido voluntario al servicio militar. Allí empezó su enfermedad degenerativa, que le impidió licenciarse como soldado. Meses antes ya causó baja en el ejército y regresó a la casa paterna. El proceso fue a más y en los últimos tiempos apenas era capaz de articular algunos monosílabos.

Ángela era sociable, pero desconfiada. Sus relaciones se limitaban a algunas visitas de sus sobrinos, el panadero y mínimos contactos con sus vecinos. Tampoco le agradaba que la gente visitara su casa; una vez anochecido, era imposible que abriera la puerta a nadie.

El humo de la chimenea era casi el único indicativo de la vida en la casa. Fue precisamente la reiterada falta de humo lo que alertó a los vecinos.

La policía nacional encontró en una cama a Ángela y a Antonio en la otra. Murieron con la filosofía matriarcal que marcó la convivencia entre ambos. "Era buena gente, pero hacían vida a su manera", indica una vecina. "Ya sabe, no rechazaban a nadie, pero recelaban, pensaban que los que se les acercaban era por buscar algo", añadió.

Ambos eran pensionistas. Ángela como jubilada del campo y viuda. Antonio recibía una "pequeña pensión" por su minusvalía. "No eran grandes ingresos, pero suficientes para vivir sin dificultades", subrayó otro vecino.

Ayer, familiares y buena parte de los vecinos de San Xoán do Campo, hasta sumar unos 200, asistieron al funeral y entierro en el cementerio parroquial.

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