_
_
_
_
Reportaje:Tenis | Torneo de Indian Wells

Nadal ha vuelto

Casi 300 días después, el español vence a Djokovic y logra su séptimo torneo 'masters'

El tenis es un deporte de gente maniática. Y Rafa Nadal opta al título de rey de los supersticiosos. El español, que dice que se está "quitando", que ya no ordena y reordena compulsivamente las botellas que guarda debajo de su silla, toma siempre la misma decisión y mantiene la misma liturgia llueva o nieve, haga frío o calor, sea favorito o no. Se vio ayer en la final del torneo masters de Indian Wells. Jugaba contra Nenad Djokovic. Ganó el sorteo. Y decidió, contraviniendo todas las reglas no escritas del tenis, restar. Como siempre. La responsabilidad, el peso del juego, las miradas atentas del público, para el otro. La ventaja, el factor desequilibrante, la posibilidad de desmoralizar al contrario desde el primer juego, para él. Nadal dejó a Djokovic sin respuesta. Gano ése y los siguientes tres parciales. Achicó al serbio, que sólo se llevó dos de los primeros 18 puntos. Y puso las bases para ganar su primer título de la temporada, su séptimo torneo del circuito masters y el primer trofeo desde que venciera en Roland Garros (6-2 y 7-5).

Más información
"Es una de mis victorias más bellas"

Djokovic representa la irreverencia de la nueva hornada de talentos del tenis. Lidera, junto al escocés Murray, a una generación de jóvenes jugadores que no cree en mitos ni en dioses, que mira a sus mayores con poco respeto, que creen que Federer pronto estará pasado de moda, agotado, fulminado por la savia nueva de su tenis. Nadal es el hombre que separa los dos bandos. Siendo tan parecidos, por edad y ambiciones, el español y el serbio son radicalmente opuestos. Les separa un año en el calendario - 20 años frente a 19- y un mundo sobre la pista. También los títulos, el prestigio ganado y la actitud ante la vida. Nadal se ha labrado fama de trabajador incansable, de enamorado de su deporte, de hombre hambriento de mejora. Djokovic, que es hijo de futbolista famoso, no pierde oportunidad de ponerse moreno y esquiar. Como es joven y rico, ha conseguido lo imposible: hacer las dos cosas a la vez. En cuanto tiene vacaciones, se marcha a Dubai o Qatar, donde los petrodólares han obrado el milagro de la nieve en medio del desierto. Y Nadal, ya se sabe, trabaja en vacaciones.

Si algo distingue al jugador serbio, sin embargo, es el orgullo. Nadal pasó por encima suyo en el primer set. No se vino abajo. Hurgó en el muestrario de su tenis y rescató un servicio poderoso y una derecha temible. Batalló. Superó las inseguridades despertadas por su primera final de un torneo masters, por su primera vez en un gran escenario, por los nervios del primerizo. Y empezó a aprovecharse de las bolas cortas de Nadal, de su propia fuerza, del muelle de su brazo.

Fue un tenista valiente y decidido, para bien y para mal. Jugó la segunda manga de la final a latigazos, apostando al talento puro, a la clase sin pulir, a las genialidades sin plan que las encuadre. Cuando hiló tres seguidas, puso en aprietos a Nadal. Como Djokovic tuvo algo de perro ladrador, mucho colmillo y poco mordisco, como perdonó cuatro bolas de break en el mismo juego, como pudo ganarle el servicio al español en tres ocasiones y no lo logró, el serbio perdió.

Nadal, faltaría más, puso mucho de su parte en el resultado. Su servicio ha ganado en variedad, precisión y fuerza. Ha vuelto a jugar profundo y largo, como más duele. Y, por una vez, durante la primera manga, sacó a pasear su repertorio de juego ofensivo, que de tanto fiarse de sus piernas estaba empezando a acumular polvo. Nadal tiene dinamita en el drive. Es preciso, la raqueta en lugar del bisturí, cuando busca las líneas, los ángulos, ese sitio en el que todo es pista y distancia respecto al contrario. Ya se puede considerar un todoterreno: gana en tierra. En pista rápida. Y sobre hierba. Ningún tenista español había jugado finales en tantos torneos distintos del circuito masters -seis de los nueve que hay-, y sólo Álex Corretja había ganado en Indian Wells antes que él. Por eso el triunfo de ayer es un hito en su carrera.

La razón: Nadal empezaba a dudar de sí mismo, empezaba a sospechar de su cuerpo y empezaba a creer que ya no llegaría a más finales, según confesó nada más clasificarse para la de ayer. Al ganarla, el español ha cerrado la herida que le había abierto Federer al vencerle en la final de Wimbledon. Desde entonces, casi 300 días y ni un solo torneo ganado. Nadal reafirmó ayer su condición de número dos mundial y, por extensión, la de Federer como número uno. El suizo, máximo favorito en cualquier situación, perdió en Indian Wells a las primeras de cambio. Y el torneo lo ha ganado Nadal. Mientras Djokovic y los suyos llegan, el tenis vuelve a ser cosa de dos.

Nadal sirve ayer durante la final que le enfrentó a Djokovic.
Nadal sirve ayer durante la final que le enfrentó a Djokovic.REUTERS

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_