¿Y si fuera Bayrou?
Tiemblan Sarko y Ségolène: el candidato centrista francés podría ganar la presidencia
El centro, en política, es ese espacio de nadie que se debe conquistar para ganar las elecciones. Ahora, en Francia, un candidato a la presidencia está haciendo justo lo contrario: desde el centro roba electores a derecha e izquierda y, contra todo pronóstico, ha conseguido situarse prácticamente al mismo nivel de intención de voto que el conservador Nicolas Sarkozy y la socialista Ségolène Royal.
Se llama François Bayrou y es el presidente de la Unión por la Democracia Francesa (UDF), un partido centrista de origen democristiano acostumbrado a vivir de las sobras del poder.
En Saint Denis le esperaba un tumulto, gentes de todos los colores y orígenes que querían tocarle
Su campaña, atípica, arrancó con un ataque despiadado contra los grandes grupos de comunicación
Bayrou no ha cambiado ni un ápice su discurso ni su actitud de campaña. Sus adversarios, sí
Su equipo entero cabe en un monovolumen. Un guardaespaldas, un chófer y chavales entregados a la causa
Cuando despega en los sondeos, en febrero, ni la derecha ni los socialistas se dan cuenta del peligro
Sus rivales de los dos grandes partidos que han monopolizado la vida política francesa -la gubernamental Unión por un Movimiento Popular (UMP) y el Partido Socialista francés (PS)-, asustados por el súbito desafío que este hombre plantea al sistema establecido de poder, le acusan ahora de favorecer a los extremos con su pretensión de trabajar con la izquierda y la derecha para sacar al país de la crisis y vaticinan todo tipo de catástrofes si los electores escuchan los cantos de sirena centristas. Bayrou, de 55 años, disfruta cada instante de su escalada en los sondeos y aparta estas acusaciones de un manotazo. "La UMP y el PS", dice, "tienen el monopolio del poder desde hace 25 años. Este monopolio está amenazado por una nueva proposición política. Se defienden. Nada más lógico".
"Es un hombre como nosotros, que ha salido de la nada; que viene de la montaña, con su tractor, y sus hijos, y su familia...". La mirada de Catherine C. se ilumina. Un periodista, cámara en ristre, ha aterrizado en la pequeña localidad de Picardía en la que vive, y esta mujer menuda de algo más de 40 años, que acaba de recoger del colegio al pequeño de sus tres hijos, le explica que está convencida de que la solución de todos los problemas de Francia pasa por que Bayrou se instale en el palacio del Elíseo, aunque tenga que dejar el tractor y los caballos en Bordères, la pequeña localidad bearnesa en la que tiene su granja familiar.
No parece que Bayrou vaya a echar de menos sus montañas pirenaicas. Al menos estos días no tiene tiempo para pensar en ello, sumergido como está en una campaña que le lleva a todos los rincones de Francia y que cada día toma más vuelo. Una mañana se reúne con los representantes sindicales de Airbus en Toulouse. Al día siguiente visita la banlieue parisiense o dedica un par de horas a escuchar a un grupo de estudiantes de ingeniería que ayuda a niños de zonas desfavorecidas.
Esta semana no ha tenido ningún problema en subirse a un tren de cercanías (RER) de la línea D, la que sale de París hacia el norte, hacia el departamento de Seine-Saint Denis, el famoso 96 de la rebelión de las barriadas. Se movió con soltura por los vagones, entre los pasajeros. En la estación de Saint Denis le esperaba un tumulto; gente de todos los colores y de todos los orígenes que querían tocarle. Los jóvenes chocaban sus manos contra las suyas en el saludo típico de las barriadas. "Tú sí que no eres un hipócrita", le gritaba Matwayilza, una mujer sin papeles de origen congoleño.
Cierto, Royal ha visitado este y otros barrios conflictivos de varias ciudades francesas. Pero Sarkozy sigue aplazando un día tras otro su visita a un suburbio, consciente del rechazo que provoca y lo conflictiva que puede ser una aparición suya por una cité, como se conoce a las ciudades dormitorio convertidas en guetos. Nadie olvida las humillaciones. Bayrou lo explica con sencillez: "No me gustan los discursos que dan a entender que, en el fondo, los parados y los que viven de los subsidios mínimos son los culpables de su propia desgracia. Para atreverse a pensar esto hay que estar muy alejado de la vida de las gentes".
Azouz Begag, el único ministro de origen no europeo del Gobierno de Dominique de Villepin, que ocupa una cartera que parece hecha a medida, la de la Promoción de la Igualdad de Oportunidades, no ha dudado ni un minuto en retirar su apoyo a Sarkozy y dárselo a Bayrou. Desde hace año y medio, el titular de Interior -con el que se encuentra, al menos una vez a la semana, en Consejo de Ministros- no le ha dirigido "ni una palabra". Sarkozy no le perdona que cometiera "el sacrilegio de decir que no le parecía bien utilizar la palabra racaille [gentuza, escoria] para referirse a los jóvenes de los suburbios".
Pero Begag es la excepción. La mayoría de las grandes personalidades centristas, desde la mítica Simone Veil o el ministro de Educación Gilles de Robien hasta un buen puñado de diputados y senadores, han optado por subirse al carro del poder en plaza y han dado explícitamente su apoyo a Sarkozy. Bayrou, sin embargo, hace una lectura positiva de estas deserciones, lo ve como una señal de que su mensaje de cambio está calando en la sociedad francesa. "Son los mismos de siempre, los que llevan décadas en el poder, que no quieren que nada cambie y pierdan así sus privilegios", dice.
Nadie daba un duro por él a la vuelta de las navidades, pero dos meses han bastando para convertirle en el tercero en liza. La suya ha sido una campaña atípica que arrancó con un ataque despiadado contra los grandes grupos de comunicación, a los que acusó de "falsear" la campaña, centrándose exclusivamente en los dos candidatos "oficiales". Una andanada que tuvo un impacto determinante por el hecho, entre otras cosas, de que Bayrou tampoco es un desconocido en la política francesa.
François René Jean Lucien Bayrou nació el 25 de mayo de 1951 en el pequeño pueblo de Bordères, en las faldas de los Pirineos, de una familia de agricultores. Profundamente católico, se casó a los 20 años con Élizabeth y tiene seis hijos. Estudió lenguas clásicas en la Universidad de Burdeos y se hizo con un puesto de profesor en un instituto de Pau. La muerte de su padre en un accidente le obligó a hacerse cargo de la explotación familiar.
En 1986 consiguió su primer acta de diputado con la UDF. Redactó discursos para los grandes hombres del partido, especialmente Jean Lecanuet. Edouard Balladour le dio en 1993 su primera cartera ministerial, la de Educación, y Alain Juppé se la confirmó en 1995. Se vio obligado a dimitir cuando su proyecto de reforma sacó a la calle a los profesores. En 1998 refundó la UDF, el andamio en el que ahora se encarama, y en 2002 consiguió ser el cuarto candidato a la presidencia más votado, con un 6,84%.
Cuando Chirac impulsa la creación de la Unión por un Movimiento Popular (UMP), canibaliza la UMP. Encabezados por el actual titular de Exteriores, Philippe Douste-Blazy, la mayoría de los diputados centristas abandonan a Bayrou. "Fue la hemorragia", recuerda ahora un miembro del equipo de Bayrou. "Todos los candidatos a las legislativas nos decían que habían firmado por la UMP, todo el mundo se nos escurría de las manos como granos de arena, nuestra única preocupación era sobrevivir". Bayrou atraviesa el desierto y se las arregla para mantener un perfil cada vez más diferenciado respecto al Gobierno conservador, hasta el punto de que se abstiene de votar los presupuestos e incluso apoya la última moción de censura contra el Ejecutivo de Dominique de Villepin.
Cuando arranca la campaña está claro que desde el Gobierno no van a darle ni agua. Cuenta con su voluntarismo, su energía, una buena dosis de imaginación y una gran capacidad de escucha que le permite detectar los anhelos de una sociedad un tanto angustiada, que desconfía de sus políticos. Su campaña contrasta enormemente con la de los otros dos aspirantes. Su equipo entero cabe en un monovolumen. Un chófer, un fiel guardaespaldas con cara de viejo boxeador elegante, ya talludito, que vigila a una distancia prudencial y que no es de los que hablan con el cuello de su camisa, porque probablemente no tiene con quien hacerlo. Y muchos chavales jóvenes, algunos muy jóvenes, entregados a la causa, que se preocupan incluso de si el periodista de turno ha podido pillar uno de los bocadillos que le estaban destinados.
El muy sarkozysta Brice Hortefeux define la UDF como "una secta con un gurú y una sacerdotisa". Hay dos personas claves en el equipo de Bayrou. Uno de ellos es el periodista Philippe Lapousterle, su sparring partner o su compañero de ruta; un tipo grande, de rasgos marcados y cabello espeso y ondulado. Antiguo corresponsal de guerra más bien izquierdoso, curtido en la guerra de Líbano, se convirtió en el principal colaborador de Bayrou cuando, hace ya más de seis años, le hizo una entrevista radiofónica de la que ambos salieron prendados el uno del otro.
La otra es Marielle de Sarnez, una mujer flaca, elegante, de ojos vivarachos y cabello rubio lacio recogido en una cola, siempre con vaqueros, siempre inquieta, que mantiene tres conversaciones a la vez y cuya carrera en la política arranca en la campaña de Valéry Giscard d'Estaign, que le llevó al poder en 1974.
Cuando realmente despega en los sondeos, a principios de febrero, ni la derecha ni los socialistas se dan cuenta del peligro. Los sarkozystas apuntan a que roba votos a la izquierda y los socialistas aseguran lo contrario. Sólo cuando hace dos semanas supera el 20% en intención de voto suenan todas las alarmas y empiezan las descalificaciones y los ataques.
Bayrou, a todo esto, no ha cambiado ni un ápice su discurso ni su actitud de campaña. Sus dos adversarios sí que lo han hecho. El ministro del Interior, Sarkozy, tal vez consciente de que en la derecha hay demasiada gente -entre Le Pen, que conserva su 14%, él mismo y Bayrou-, ha optado por lanzarse a por los votos de la extrema derecha radicalizando su discurso e introduciendo el tema de la inmigración y la identidad francesa en su campaña. El campo socialista vive un auténtico ataque de nervios y se desgarra entre los que quieren virar a la izquierda y "asegurar la primera vuelta", siguiendo el manual mitterrandiano, y los que como Strauss-Kahn muestran su querencia por una alianza con el centro.
Escritor de éxito y criador de caballos de carreras
UNA RECIENTE ENCUESTA indicaba que para los franceses Bayrou encarna mejor "la identidad francesa" que Royal y que para la mayoría es el más honesto de los tres candidatos. Bayrou reivindica sus orígenes y se deja fotografiar junto a su viejo tractor. También proclama que es el único candidato capaz de ordeñar una vaca, lo que posiblemente es cierto. Pero también lo es que hace tiempo que todo eso ha quedado atrás, porque no sólo ha desarrollado una carrera política que podría llevarle a la presidencia de Francia, sino que también ha triunfado en otros campos, tan diferentes como la literatura o los negocios. De su libro Le roi libre, una biografía del rey Enrique IV -el que dijo aquello de que "París bien vale una misa"- se vendieron cerca de 300.000 ejemplares, y con los derechos de autor se lanzó a la cría de caballos de pura sangre para carreras.
En 1995 compró en Deauville su primera potranca. Tuvo mucho éxito. En 2005, hasta ocho caballos de su cuadra hicieron la temporada de carreras y consiguieron siete victorias, lo que le supuso un beneficio de 37.250 euros. El año pasado tan sólo se llevaron cuatro victorias, pero consiguieron colocarse en posición hasta 19 veces, con lo que la ganancia subió a 43.600 euros. La cría de caballos no sólo le aporta placer y dinero, sino también acceso a círculos restringidos. Bayrou es miembro de France Gallop, el exclusivo grupo que controla el mundo de los caballos de carreras en Francia, en el que se sienta junto a la aristocracia más rancia, desde Edouard de Rothschild hasta Charles-Henry de Moussac o Louis Giscard d'Estaign.
Precisamente esta actividad y su condición de gentleman farmer -así como su ascenso en los sondeos- le han valido las críticas del semanario satírico Le Canard Enchainé, que anteriormente ha fustigado a Sarkozy y Royal con un revelador análisis sobre sus respectivas propiedades inmobiliarias y sus declaraciones de impuestos. Le Canard entraba esta semana en el patrimonio del pequeño payés bearnés y señalaba que, a diferencia de sus adversarios, Bayrou no paga el impuesto de solidaridad sobre la fortuna (ISF), ya que declara un patrimonio de 706.000 euros, 54.000 por debajo de la línea teórica que separa a ricos y pobres en Francia. Y esto es porque, oficialmente, la profesión de Bayrou es la de agricultor, lo que le permite considerar su bonita mansión -la Casa Blanca, como es conocida en Bordères- como un "instrumento de trabajo".
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