"Temo que la tecnología llegue a suplantar a la arquitectura"
Rafael de la Hoz (Córdoba, 1955) es el tercero de una familia de arquitectos. En siete años ha firmado algunos de los mayores proyectos nacionales. Ha comenzado a construir fuera y se ha convertido en un referente de la arquitectura corporativa nacional.
PREGUNTA. Ha firmado las sedes de Endesa, Vodafone, Repsol y ahora Telefónica. ¿La arquitectura que representa al poder puede también representar al arquitecto?
RESPUESTA. La arquitectura siempre representa al poder. Procuro, en todo lo que hago, una arquitectura silenciosa. Pero no me siento cohibido porque las necesidades y símbolos de una empresa se sobrepongan a la firma de un arquitecto.
P. ¿En tiempos de grandes gestos arquitectónicos cómo se convence a un cliente poderoso para hacer un edificio discreto?
R. Los que sólo estamos formados en la arquitectura no nos damos cuenta de que lo que para nosotros es importante a algunas grandes empresas no les parece tanto. Eso nos deja terreno para actuar con libertad. Requiere habilidad y esfuerzo. Pero a veces lo encontramos. Con todo, yo elijo poco.
P. Pero representa la arquitectura del mundo corporativo, la alta tecnología nacional.
R. Toda la historia de la arquitectura es una historia de la tecnología que tienes a mano. La española es relevante comparada con el Tercer Mundo. Pero un sarcasmo al lado de la de países más ricos, que a veces emplean tecnologías incluso excesivas. Me preocupa que la tecnología llegue a suplantar a la arquitectura.
P. En el año 1955, cuando la mayoría de los arquitectos españoles soñaba con viajar a Roma, su padre se fue a estudiar al MIT. ¿El gusto tecnológico le viene vía genética?
R. Hace poco le pregunté a mi madre por qué si todos los amigos, incluso su socio García de Paredes, elegían Roma, él se decidió por Estados Unidos. Me contestó que fue por el cine. En Córdoba las películas llevaban noticias de algo extraterrestre. Imagina ver imágenes de comidas precocinadas en una España con neveras de hielo. Mi padre era un gran matemático y en ese viaje dio un giro. Conoció a Eero Saarinen y le contó que su padre, Eliel Saarinen, no le había dejado dibujar hasta que se marchó de Cranbrook. Me lo decía cuando yo protestaba. Me pedía paciencia.
P. ¿Y la tuvo hasta el último día?
R. Todos los que hemos trabajado para un maestro coincidimos. Tú estás allí. Ellos, de viaje, en clase o visitando obras. Vas haciendo. Cuando vuelven no quieres que te lo tiren todo por tierra. Así que, en previsión, te pones en su piel a la hora de diseñar.
P. Cuando tomó las riendas del estudio, en el año 2000, comenzaron sus grandes proyectos.
R. Fue casual. Coincidió con un momento económico. Las cosas me suceden por casualidad. Por supuesto no decidí ser arquitecto. Nací con ello. No lo cuestioné nunca. Soy el chico mayor de ocho hermanos. A mí padre le hizo ilusión que yo continuara con la tradición familiar. Y eso era una cosa que en aquella época no se discutía. Por lo menos en mi entorno.
P. Pero hoy tiene proyectos en Polonia, en Portugal o en Dubai.
R. Internet está transformando el mundo. Nos invitaron a participar en concursos en Dubai. Allí todo el país pertenece a unas familias que encargan proyectos. Luego con las imágenes y los nombres salen al mundo a buscar inversores. Eso hace que haya mucha gente con proyectos en Dubai. Los habrá visto: de Zaha Hadid a Alejandro Zaera. Pero de todo eso se construye poco. En Portugal repensamos una zona del Algarve que había perdido el tren del turismo. En Polonia construimos una torre en los antiguos astilleros del sindicato Solidaridad en Gdansk. Y en París, nos propusieron desarrollar viviendas sociales. Cuando pregunté por qué me habían llamado, me dijeron que por el prestigio de la arquitectura española.
P. ¿Así, en general?
R. Sabemos de arquitectura en cualquier lugar. Creo que ese interés por lo que hacen los demás viene de los maestros que tuvimos en la escuela, que abandonaron sus carreras para volcarse en la enseñanza. Oiza, Carvajal, Antonio Fernández Alba, nos dedicaron todos los días de la semana. Hoy es impensable. De ellos aprendimos la teoría, como decía Moneo, no para aplicar a tu propia obra sino para comprender la de los demás.
P. ¿Cómo pueden abarcar proyectos ingentes, rehabilitaciones e interiorismo?
R. Nacer en Córdoba marca. Es una ciudad en la que casi todo lo que haces es rehabilitación. Y eso es una escuela. Se aprende comprendiendo la obra de los demás. Intervenir sobre una obra te permite descubrir al arquitecto. Ponerse en la cabeza de otro arquitecto produce emoción. Es una manera de vivir un pasado que si no te excluiría. Cuando entiendes afrontas la disyuntiva de cómo intervenir respetando pero sin caricaturizar. Además, no creo en la especialización. Me parece una traición a la esencia del compromiso de un arquitecto.
P. Construye en la bahía de Algeciras las torres más altas de Andalucía. ¿Cómo abordar un edificio en altura?
R. Ser el más alto dura cinco minutos. Los arquitectos, cuando nos reunimos, nos acordamos de los que eran brillantes en la escuela. Y casi todos han desaparecido. Tuvieron la mala suerte de agotarse. Y acabarse. Por eso yo me manejo bien en muchas opciones, para no agotarme. La práctica te da un conocimiento que te permite distribuir los esfuerzos. Ilusionarse y dedicar mucho esfuerzo a algo que tal vez no salga es un error porque termina por desmoralizar. En arquitectura hace falta distancia, frialdad y saber esperar el momento.
P. ¿Y eso es una naturaleza o se aprende?
R. Cuando empecé en Madrid no sabía nada. Llegaban encargos importantes y mi padre estaba en Córdoba. Yo debía atender todo tipo de peticiones y no había tenido oportunidad de aprender. Así es que me fui a Barcelona y estuve un tiempo llamando a la puerta de estudios. La angustia me hizo superar la timidez y preguntar a Oriol Bohigas, Ricardo Bofill y Óscar Tusquets cómo se llevaba un estudio. Mi padre no me lo había enseñado. No le interesaba ese tema y yo tenía la sensación de que tampoco sabía mucho. En Madrid no había organizaciones de referencia. Así es que me fui a Barcelona a preguntar. Ése fue mi máster.
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