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Tribuna
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Banalidad de la información

Es evidente que la cantidad de información y su capacidad de penetración en campos diversos ha aumentado mucho en los últimos años y que los nuevos instrumentos comunicativos y las formas democráticas seguirán impulsándolas. Pero, ¿es suficiente la cualidad y la intensidad del contenido de esta información para que sea razonablemente interpretada por el público? ¿Se divulgan los conocimientos básicos para que no sea sólo una transmisión de titulares banales que llevan ya implícitos juicios valorativos no contrastados con una realidad?

Hay muchos temas de apasionante actualidad que se discuten públicamente a partir de unas síntesis informativas que a menudo no mencionan siquiera las bases técnicas o políticas que los generan y justifican; unas bases que requerirían otros métodos y otros instrumentos informativos. Por ejemplo, hace meses que estamos sometidos a un cúmulo de titulares disfrazados de texto periodístico sobre la OPA de Endesa junto al inmenso galimatías de las competencias empresariales -con implicaciones técnicas trascendentales- en el mundo de las energías, sobre el trazado del AVE y los problemas de las cercanías ferroviarias de Barcelona, sobre las operaciones políticas alrededor del Tribunal Constitucional que ha de decidir en definitiva el Estatuto, para citar sólo algunos ejemplos escogidos al azar en el panorama variopinto de los medios de comunicación. Se pueden añadir infinidad de episodios concretos: la legislación sobre las células-madre, la gestión del aeropuerto, el proceso de De Juana, las competencias sobre inmigración, los altibajos estadísticos sobre la marcha económica y social de Cataluña, las protestas vecinales ante tantas decisiones urbanísticas, etcétera. Toda esa información se concentra en episodios circunstanciales o terminales, pero casi nunca permite conocer los términos generales y básicos en que se producen y por los cuales a menudo se justifican. Me temo que a la mayor parte de ciudadanos no les ha llegado la explicación -en términos de vulgarización solvente- ni de cómo funciona una OPA ni cuáles son los reales intereses económicos en las actuales aventuras energéticas. Ni tienen presente las profundas implicaciones logísticas de cualquier trazado del AVE y sus repercusiones en el sistema de cercanías, ni pueden recordar cuáles son las bases jurídicas en la discusión de determinados puntos del Estatuto, ni, en general, se han podido enterar de las bases de las que arrancan tantos titulares escuetos y minimalistas, presentados, no obstante, con la altanería de una explicación completa de los fenómenos. Y esta explicación banal parece suficiente para que discutamos sobre temas de los que, sin conocer sus bases reales -científicas-, nos atrevemos a deducir opiniones políticas, elogios y condenas y, al fin, incluso, decisiones electorales.

Hace años, cuando esa información superficial y a menudo banal no ocupaba tanto espacio en nuestro paisaje cotidiano, la ignorancia colectiva evitaba o disimulaba el problema. Ahora, en cambio, es evidente e importante: o informamos menos o informamos de manera más completa y esencial para que la interpretación pueda ser más verídica. Ya sabemos que los especialistas y los investigadores sistemáticos de lecturas conocen aproximadamente el trámite y el sentido de una OPA o los criterios básicos para la red ferroviaria del área metropolitana, y también reconocemos que no puede darse en la normalidad de los periódicos, radios y televisiones una documentación general cada vez que se habla de Endesa o de los túneles del AVE. Pero de alguna manera habría que profundizar esa información, aunque fuera de forma marginal. Habría que reservar espacios -en todos los medios, y sobre todo en la televisión, donde los noticiarios son escandalosamente escuetos, sin alusión a teorías y precedentes- en los que el lector o el auditor encontrasen los debidos cuadros de referencia. Un servicio de documentación objetiva, acreditada por especialistas divulgadores no contaminados que superaran la desinformación y los equívocos manejados habitualmente por los partidos políticos. Algunos de los grandes periódicos americanos o europeos lo intentan con frecuencia, pero en nuestro país parece que continuamos sin documentación solvente y asequible sobre las bases de la política, el arte, la ciencia, la literatura, la economía y nos quedamos sin capacidad para crear opiniones y juicios bien acreditados.

Se habla -con cierta inutilidad práctica- sobre cómo reforzar la misión cultural de las televisiones. Un camino -adecuado al realismo y la proximidad que los medios reclaman- sería dedicar espacios a plantear científicamente aquella documentación básica con autor conocido y avalado, referida a los temas de mayor actualidad: el debate energético, los sistemas ferroviarios, los criterios urbanísticos, los aspectos más inmediatos de la biogenética, el debate internacional del arte, los desconocidos meandros de nuestra economía, los modelos de gestión de los aeropuertos, etc. Por lo menos sería una vía de educación colectiva cuya audiencia se mantendría gracias a las tensiones de la información cotidiana cuya banalidad e insuficiencia actuaría por lo menos como proclama de temas más profundos.

Oriol Bohigas es arquitecto.

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