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Reportaje:

La lucha como motor de integración social

En un histórico gimnasio de yudo de Russafa, entrenan deportistas procedentes de países muy diversos

Una lucha socializadora; un entendimiento sin palabras entre gentes de las más diversas procedencias, eso es lo que ocurre en Judokan, un gimnasio enclavado en Valencia, en el mestizo e intercultural barrio de Russafa. Desde que alzara su persiana a principios de los setenta, la morfología de Judokan ha cambiado del mismo modo que la sociedad. Así que el reciente fenómeno de la recepción de inmigrantes también se hace visible en este gimnasio, toda una referencia en este deporte, por su abolengo y por los títulos logrados por sus deportistas, entre los que hay campeones europeos y mundiales universitarios.

"A mí me resulta fascinante que cuando acuden deportistas de diferentes nacionalidades, no les hace falta el entendimiento del idioma para comunicarse entre ellos. El lenguaje del yudo es universal y permite entenderse perfectamente a través de algunas palabras en japonés", dice Ramón Gómez-Ferrer, presidente del club y entrenador nacional. Para el técnico, que además es doctor en Sociología por la Universitat de València, la exportación del deporte oriental, "tan sistemático en técnicas, formato y metodologías", ha contribuido a universalizar este deporte, convirtiéndolo así "en un excelente agente socializador e integrador".

En Judokan cimbrean y voltean sus cuerpos sobre los tatamis deportistas senegaleses, rumanos, argelinos, rusos y célebres Erasmus. Todos, con mucha querencia al yudo y la mayoría, con algún trofeo en su palmarés. También reciben clases niños inmigrantes, precursores en el deporte. El entrenador y director técnico del club, Vicente Rochela, reconoce que, "al principio, entre los niños siempre hay cierto rechazo al que es diferente", pero subraya que "a las dos o tres clases se acoplan enseguida". El que este sea un deporte de lucha, aclara, no fomenta la violencia sino todo lo contrario. "La lucha se plantea como un juego al que vamos aplicando normas. A través de estas prácticas los niños aprenden a respetar al compañero, el valor del esfuerzo, la superación basada en el progreso...", explica, y recuerda que "la Unesco reconoce la importancia de su práctica en edades tempranas".

Mourad Kabiri, un argelino de 30 años, es como casi todos los inmigrantes de Judokan, un gurú del yudo en su país. El bicampeón de Argelia en menos 65 kilos, tuvo que relegar a un segundo plano el deporte cuando emigró a España hace ya siete años. Ahora este peluquero de profesión, que trabaja puntualmente en la obra, ha logrado sacar algo de tiempo y dinero para practicar su pasión. "Voy sólo un día a la semana y cuando hay problemas con el trabajo, paro". Describe el clima en el gimnasio como "muy bueno".

Del país más septentrional de la Europa continental, Noruega, procede Torbjørn Engebretsen, que también practica yudo en el mismo gimnasio. Este estudiante Erasmus de 22 años, que cursa ingeniería en la Universidad Politécnica y es tricampeón de yudo en su país, buscaba un club donde practicar y eligió Judokan. Como la mayoría, está satisfecho, pero echa en falta más campeonatos para extranjeros, ya que sin la nacionalidad española no puede competir aquí. Califica el yudo como un deporte "estupendo para integrarse".

Con el rostro ahora serio y cariacontecido rememora su historia otra "figura" del yudo, Ben Massaly, un senegalés de 24 años, campeón en su país en sendas ocasiones y tercero en el campeonato de África Universitario. Tras muchas y dramáticas peripecias, aunque eventualmente sin trabajo, ha conseguido encarrilar su vida y tiene la ilusión de preparar un acceso a la universidad. No puede expresar lo que le han dado en Judokan, donde ni tan siquiera saben lo que significa para este deportista su acogida.

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En Judokan entrena también su amigo y compatriota Cheikh Mbaye, de 25 años. Músico de vocación, recaló en Finlandia antes de aterrizar aquí. "Soy nuevo. Apenas llevo tres semanas en Valencia y el gimnasio me ayuda a conocer gente".

El mítico gimnasio, abierto antes de la democracia, se reformula. El modesto club de yudo de los 70 devino años después en una instalación deportiva con aeróbic, piscina y sauna. Ahora, más de seiscientas personas reciben clases en esta instalación y en diversas escuelas, pequeñas babeles de barrio bajo el idioma universal del deporte.

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