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El Salón Antiquaris cierra sus puertas con más de 23.000 visitantes

Tras 11 días de intensa actividad, el Salón de Antigüedades y Arte Moderno, Antiquaris, clausuró ayer su 31ª edición en un clima de satisfacción general. No sólo han aumentado los visitantes -más de 23.000-, sino que se han registrado ventas importantes, como la pieza estrella de la feria: Femme, oiseau, una pintura de Miró valorada en dos millones de euros que se exhibía en la caseta de la galería mallorquina Joan Olivier Maneu junto a una serie de obras del pintor, propiedad de la familia, que hasta ahora no habían salido al mercado. También se vendió la escultura de Jaume Plensa (180.000 euros) de la galería Gómez Turu, una pintura de Santiago Rusiñol (300.000) de Artur Ramón y un óleo de Joaquín Torres-García de Manuel Barbié. "Hablar de euforia me parece excesivo, pero la feria ha ido bien a pesar de la bajada de la Bolsa, poco antes de su inicio", señaló el galerista mallorquín Pepe Rubio, cuya caseta representaba perfectamente la heterogeneidad de Antiquaris.

Aunque la pintura sigue siendo la apuesta más segura, el público volvió a mostrar interés por el mueble antiguo, como demostraban las numerosas ventas en este ámbito, incluida una preciosa vitrina Gallé en Joan y Joana Antiguitats.

Los nuevos fichajes de la feria se han ido contentos y aseguran que volverán. Entre ellos, Eduard Schüttler de Berlín, especializado en bastones de paseo, de 1600 a 1930, y Miguel Alzueta, ex editor de Columna, que presentó una "caseta de tesis, entre noucentismo y vanguardia", donde se mezclaban pinturas del París de 1900, muebles italianos del siglo XVII y fotografías originales de 1930.

Ajeno al ajetreo del último día, monsieur Aminan, uno de los principales restauradores de tapices antiguos del mundo, daba muestra en vivo de su minucioso trabajo de aguja, tal y como lo hizo a lo largo de toda la feria. En su caseta exhibía dos alfombras, que el Gobierno francés le ha encargado restaurar. Una, de 1680 perteneciente al Palacio de Versalles, aún conserva las gotitas de sangre vertidas durante la Revolución Francesa, cuando en pleno furor jacobino alguien recortó la corona y otros elementos de la iconografía real dejándola tan mutilada como los propios nobles.

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