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Juicio por el mayor atentado en España | 11-M

La última llamada del séptimo suicida

Un policía que detuvo a los acusados construye un relato de las pesquisas que encandila a la sala

Aquel tipo solitario, al que nunca nadie vio sonreír, vivió los últimos días de su vida caminando con la espalda pegada a la pared, víctima de manía persecutoria o simplemente de locura. El 8 de marzo de 2004, tres días antes de la matanza de Madrid, telefoneó a su único amigo en España, un sirio llamado Safwan, dueño de una pollería en Valencia. Lo hizo desde una cabina telefónica, porque entre las fobias del argelino Yasin estaban incluidos los teléfonos móviles. "¿Qué tal están los hermanos, Safwan? Diles que recen por mí. Que Alá me proteja". Unos días después de los atentados, volvió a sonar el teléfono en la pollería del sirio, ya para entonces muy alarmado.

-¿Qué pasa, Yasin? Te están buscando por Valencia y enseñando tu foto. La policía me ha detenido. Me han interrogado porque creen que estás metido en el 11-M.

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-Perdóname si te he causado problemas.

-Pero, ¿estás metido, Yasin?

-Nos veremos en el cielo, Safwan. A mí no me cogerán vivo.

Yasín colgó. Era 27 de marzo de 2004. Sábado. Justo el sábado siguiente, Alekema Lamari, más conocido por Yasin, se convertía en el séptimo suicida de Leganés.

No se escucha un susurro. Más que un policía contando la investigación del 11-M, la voz del inspector parece la de Guillermo Sautier Casaseca en uno de aquellos seriales de mesa camilla y radio de válvula. El inspector de la Unidad Central de Información Exterior va trenzando detalles de los acusados y de la investigación policial hasta armar un relato coherente, vibrante a veces, de las pesquisas que desembocaron en la detención de los acusados. El relato del policía va visitando a los distintos autores de la tragedia. Cuando habla de El Chino -otro de los suicidas- refiere la conversación que mantuvo con sus hermanos unos días después del 11-M. "Has matado a doscientas personas en la ciudad que nos da cobijo", le dijo Mustapha, el mayor. "El Chino", explica el agente, "no fue capaz de sostenerle la mirada, pero se defendió diciéndole: doscientas personas mueren todos los días en Palestina y en Irak y a nadie le importa". Cuando habla de El Tunecino lo retrata como "un islamista de altura", un radical que llegaba a causar pavor entre sus acólitos. "A Basel Ghalyoun -otro de los acusados- llegó a llamarle cobarde por no secundarle en su cruzada fanática y asesina. Yo estoy seguro", añadió, "que algunos radicales terminaron salvando la vida porque les dio miedo el fundamentalismo de El Tunecino y huyeron de su lado a tiempo". Desde dentro de la habitación de cristal blindado, los acusados escuchan con atención a uno de los hombres que les puso los grilletes. Uno de ellos intenta verle la cara por entre la mampara que defiende su anonimato. Es el primer policía que parece conocerlos a fondo, la horma de su zapato.

Hay una frase del agente que, de forma indirecta, refleja el ambiente que se vivía aquellos días en unos cuerpos de seguridad que cabalgaban entre la zozobra por no haber podido evitar la tragedia y la urgencia de detener a los sospechosos que aún andaban sueltos. "Yo siempre intenté mirar hacia adelante. Mi obsesión eran los huidos, la gente que desapareció precipitadamente. Podían estar en cualquier lado, tramando nuevos atentados...".

Desde el fondo de la sala, dos jóvenes se ríen y ridiculizan cada frase del agente. Uno va apuntando todo en una libreta; el otro -peinado con brillantina y coleta a la manera de los banderilleros antiguos- le hace de mozo de espadas. Pertenecen a una extrema derecha que cuelga en la web sus exabruptos sobre la instrucción, su tesis conspirativa que llega a dudar hasta de que los terroristas se suicidaran en Leganés. Pero la voz del policía suena coherente. Él no lo dice, pero en el juzgado de Del Olmo saben que esos agentes se llevaron tres y cuatro días sin dormir, que sólo pasaban por su casa para ducharse, que hasta alguno de ellos tuvo un accidente por quedarse dormido mientras conducía. A contrarreloj tuvieron que aprender que cuando un islamista le decía a otro "me voy a Francia a coger un taxi", lo que estaba anunciando es que se marchaba a Irak para perpetrar un atentado suicida. El resultado de su trabajo se puede ver dentro de la habitación de cristal blindado. Gracias a ellos, el de la coleta y el otro pueden conspirar hoy mucho más seguros.

LA VISTA AL DÍA

La investigacion de la Unidad Central de Inteligencia de la policía

Los agentes de la policía encargados de analizar la información que llega desde distintas fuentes serán interrogados hoy en la vista oral del 11-M en relación con la investigación llevada a cabo para esclarecer los atentados de los trenes.

RELATO DE UNA INVESTIGACIÓN

El policía que investigó a los suicidas reconstruye los hechos

El inspector de policía que investigó a los principales terroristas del 11-M, algunos de los cuales se suicidaron en el piso de Leganés, detalló ayer en el juicio las andanzas de los criminales.

Prueba sobre la Titadyn de la caravana de la muerte

El tribunal que juzga el 11-M aceptó la propuesta de analizar un cartucho de dinamita Titadyn incautada a ETA ante el cierre de la fábrica francesa.

"Fuimos un paso por detrás de los terroristas"

El agente de la Unidad Central de Información Exterior que declaró ayer en el juicio reconoció que la investigación no pudo prevenir a tiempo el atentado.

EL NÚMERO DE IDENTIFICACIÓN DEL TELÉFONO DESACTIVADO

El teléfono utilizado como activador de la única bomba del 11-M desactivada fue vendido por una tienda de decomisos Bazar Top, propiedad del ciudadano indio Rakesh Kumar, entre el 3 y el 4 de marzo de 2004. El número de identificación (IMEI) del teléfono figuraba en el albarán de compra. Un policía que declaró ayer aseguró que cuando vio los libros de la tienda, el 16 de marzo, reconoció sin dudas el IMEI, ya que el aparato llevaba una pegatina procedente de otro del mismo juego.

Un empleado ecuatoriano de Bazar Top llevó a liberar los teléfonos -anular el bloqueo para poder usarlo con varias compañías- a la tienda Test Ayman, propiedad del entonces policía español de origen sirio Ayman Maussuli Kalaji. El agente relató que se desbloquearon 12 aparatos. Seis acabaron en manos de los terroristas. El resto se los quedó Bazar Top.

Al ser investigado, Kalaji entregó a la policía una relación de los IMEI de los 12 teléfonos, de los que nueve coincidían con los ya vendidos por los empresarios indios a los supuestos terroristas.

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