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Columna
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Nivel de competencia

Es inagotable el tema femenino, asunto comprensible al tener en cuenta que son más de la mitad de la población de este mundo donde tan inútilmente esperamos que nos toque la Primitiva o terminen las obras en nuestras calles. No cesan las peticiones de igualdad con el hombre, y creo que alguien debería iluminarlas acerca de ese empeño. Ser hombre ha dejado de ser negocio hace tiempo. Parece claro, entre otros síntomas, al haberse agudizado la brutalidad de los varones, antes dirigidos cogiéndoles de la nariz y ahora, con una técnica poco depurada, inclinados al maltrato y al homicidio.

La empeñada lucha de las mujeres es una página destacada en la historia de nuestra especie y hoy produce admiración la tarea de las feministas que consiguieron hacerse oír en un mundo obligadamente masculino, que saltaba de una a otra guerra, civil, vecinal, ultramarina, mundial o del tipo que acomodara y que condicionaba los puestos de mando, realmente, al estamento militar o militarizado, tanto en la vida castrense como en la existencia civil. Tampoco era plenamente la culpa de los pobres individuos, que morían como moscas en aquellas atroces e inútiles contiendas que lo único dejado a la Humanidad ha sido el cúmulo de inventos y adelantos que, primero aplicados a fines bélicos -donde el gasto en investigación y elaboración siempre estaba justificado-, pasaron al disfrute de la vida de los paisanos: el ferrocarril, las transmisiones, donde entran desde el telégrafo hasta la comunicación por satélite de la imagen, la cirugía y tantos adelantos. Funciones interactivas; por ejemplo, una fábrica de medias de seda para las señoras se transformó en el suministro de tanques y aviones durante la Segunda Guerra Mundial.

Uno de los caballos de batalla -¿ven?, va uno sin querer al ejemplo cuartelero- ha sido y sigue siendo el de la desigualdad de salarios por el mismo trabajo, algo que yo creo porque lo dice mucha gente, pero que, en el corto espacio donde me muevo observo que ellas, en esos casos, perciben lo mismo, quizás aún no en todos los niveles. Muchísimos hombres aducen la discriminación que existe en las grandes, medianas y pequeñas compañías, donde sólo hay un jefe, o presidente. ¿Por qué ellos no? El varón que desempeñe cualquier tarea, rara vez está conforme con su paga, porque siempre hay alguien por encima que, con menos méritos y competencia, recibe mejor paga. Existen, asimismo, altos ejecutivos que sospechan que otros del mismo o parecido rango están más copiosamente retribuidos en empresas similares.

El fallo superviviente es que a la mujer sigue exigiéndosele más que al fulano, sin indulgencia de clase alguna. En el caso de la chica hermosa que destaque en el mundo de la pasarela -más difícil, según mi amigo Bernabé, que ser ingeniero de telecomunicaciones o broker bursátil-, está lista si comete el menor desliz en la selección, aunque sea gramatical, aunque no sea desliz.

No seamos mezquinos. Si una mujer se lo propone, realiza la misma tarea que un hombre o mejor, y esto es lo que vuelve a distanciarla de la homogeneidad que sólo se alcanzará el día que alguna dama sea escogida sin reunir las mínimas condiciones para ello. El experimento de las cuotas no lo resuelve, porque no deja de ser arbitrariedad matemática. Una perspicaz intelectual francesa, Françoise Giraud, lo vio con meridiana precisión: la ansiada igualdad en el desempeño y remuneración de un puesto de trabajo, tomando como referencia la multitud de caballeros que no saben hacer la O con un canuto, es ver un supuesto de una mujer que carezca de la mínima noción para desempeñar el mismo cometido.

Ella puede aspirar a ser picadora de toros, piloto de fórmula 1, y ya lo son, toreras, guardias civiles, cirujanas y camilleras en los campos de fútbol, pero la discriminación consiste en exigirla que lo haga mejor que el más diestro de sus compañeros. Un majadero puede ser diputado, fiscal, odontólogo, corredor de fincas rústicas o alcalde corrupto, pero, todavía, las mujeres tienen que demostrar que ejercen esas actividades con óptima destreza, incluso en ciertos casos, con transparente honradez. Algo parece producirse en la actualidad, a juzgar por las críticas acerbas que reciben algunas ministras. No son torpes por ser mujeres, sino por la falta de idoneidad para ser eso tan raro, ministras, algo que sucede con legendaria frecuencia entre los hombres.

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Nuestra comunidad autónoma está regida, con mano de hierro, por una mujer, y en ese universo pululan otras competidoras que no le van a la zaga. Por razones políticas ininteligibles, le disputa el puesto un varón. Creo que ahí podría fallar la igualdad de oportunidades, al ser el oponente del opuesto y casi desacreditado sexo. Repito, la genuina equidad de los sexos ante el trabajo llegará el día -ya próximo- en que ellas detenten un empleo con idéntica impericia y torpeza tan frecuentes entre los profesionales del otro signo.

Aunque ya estoy fuera de toda posible competencia, proclamo que no sólo admiro a las mujeres, sino que me inspirarían un miedo cerval si tuviese que disputarles un lugar al sol.

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