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Columna
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El chicle mascado

Miquel Alberola

Uno de los problemas más acuciantes a los que se enfrenta el PP en la Comunidad Valenciana, de cara a las elecciones del 27 de mayo, sin contar con la abstención amiga del zaplanismo, es la sangría de votos que se puede producir en los municipios en los que el partido se ha fragmentado por traumatismos orgánicos y descomposiciones personales. Sólo en la provincia de Valencia, algunos cifran hasta en 21 los pueblos en los que resentidos ex militantes del PP presentarán listas alternativas para las elecciones municipales. Dada la intensidad que suelen alcanzar las refriegas en la política caliente de los ayuntamientos, es mucho más que previsible que no se produzca una discriminación de voto entre la urna municipal y la autonómica, por lo que el PP vería sensiblemente disminuidos sus aportes en el cómputo final de escaños en las Cortes. Para frenar esta angustiosa hemorragia, que desdibuja las expectativas demoscópicas en poder del Consell, el PP ha proyectado una estrategia que consiste en integrar en las listas electorales a Unión Valenciana (UV) a cambio de dos escaños (uno autonómico y el otro provincial) y un surtido de asesores. El resultado de esa operación, según los cálculos realizados en la nebulosa gótica del Palau de la Generalitat, se traduciría en tres puntos, que sería el equivalente de los 75.000 votos que UV obtuvo en 2003. Con ello, siguiendo el desenlace positivo de esa proyección, el PP quedaría cuenta con paga y mantendría la mayoría para formar gobierno. Sin embargo, lo que sobre el papel aparece como factible, sobre el terreno puede presentar alguna dificultad. Para empezar, el PP ya succionó todo lo absorbible que había en ese partido en las vísperas de los anteriores comicios, en una operación en la que se atrajo a todos los profesionales de la política hacia el confort de una nómina. En la otra orilla sólo quedó gente con demasiados escrúpulos para la política y electores que en su mayoría preferirían morir antes que votar al PP. Unión Valenciana es un chicle mascado sin ninguna caloría electoral, pero con la suficiente energía como para arañarle al PP votos que le son vitales para mantenerse en el poder. En su naturaleza de vaso comunicante del PP (se hinchó cuanto más se vació AP y se contrajo cuanto más se agigantó el PP), ha llegado a su máxima expresión de encogimiento, convirtiéndose en un punto caliente y denso a la espera de que la inflación cósmica popular se agote y vuelva a empezar el proceso inverso. Ése es su valor, por encima de su huella electoral de 2003, que es poco más que un reflejo muerto.

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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