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Columna
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Mareas de papel

Al contrario de lo que ocurre en las casas, hacer limpieza en un despacho es desprenderse, sobre todo, de mareas ingentes de papel. Es tanto el papel amontonado en despachos y oficinas que el momento de afrontar una limpieza se retrasa, se dilata en el tiempo, como si nos anegara un sentimiento de culpa: la culpa de tirar tanto papel. Esto no pasaba en otras épocas, cuando la conciencia ecologista no era tal y uno hacía garabatos en el bloc o arrugaba impunemente un folio, y no pensaba que esa acción añadía un gramo más en la fatídica balanza que conduce la cuenca del Amazonas a la desertización.

En efecto, son tantas las voces admonitorias, tantos los coléricos profetas, tantos los aguafiestas que anuncian, y aun aguardan, el día del Juicio Final, que ya nos han convencido de lo malos que somos y de lo perniciosos que resultan nuestros hábitos. En esas condiciones, ¿cómo hacer limpieza en la oficina? ¿Cómo enfrentarse a las mareas de papel que nos esperan? ¿Quién trajo a nuestras baldas, a nuestros burocráticos armarios, tantos libros, tantas revistas, tantos folletos (nunca leídos, nunca abiertos) que duermen el sueño eterno desde hace años, lustros, décadas o siglos? Ahí se amontonan los anuarios estadísticos, los informes generales, los libros blancos, las guías de formación, la formación de guías, los balances, los presupuestos, los diccionarios, las memorias de gestión, los planes anuales, cuatrienales, quinquenales; se apiñan toda clase de códigos, compilaciones, volúmenes de jurisprudencia; carpetas que contienen expedientes, mamotretos, cartapacios, repertorios, inventarios, digestos indigestos, pliegos, ficheros y archivadores.

Se acumulan, se almacenan, se aglomeran los libros conmemorativos de instituciones, sociedades públicas y organismos autónomos de los que no sabemos nada; se apilan los tomos de homenaje y las ediciones de lujo. Sí, momento de hacer limpieza, y hay tanto papel para tirar que uno no se imagina cómo el Amazonas no ha desaparecido aún ante el ímpetu informativo de los sectores público y privado.

El agravante ecológico denuncia nuestra desidia. ¿De verdad se pondrá uno a hacer limpieza? ¿Ha previsto los contenedores necesarios, el flujo de las mareas, las fases de la luna, los datos que apuntan hacia el cambio climático? ¿Va uno a mandar al diablo todo ese papel? ¿Va a ser coherente hasta el final? ¿Debería incluir en la general liquidación otros materiales? ¿Las novelas editadas y no leídas, las tesis doctorales, los poemarios, los manuscritos de autor inédito, del injustamente inédito y del inédito con toda justicia? ¿Habrá en el planeta contenedores suficientes? Sólo cuando alguien se propone hacer limpieza cae en la cuenta de las ingentes toneladas de papel que se malgastan a lo largo y ancho del planeta.

¿Llegará el día en que desaparezca esa inabarcable marea de papel que alumbra la burocracia? Sí, llegará el día. No hay más que ver cómo prosperan nuevos sistemas de almacenaje, y así vienen ahora los vídeos institucionales, los disquetes, los compactos, los DVDs atestados de atlas digitales, datos económicos y eventos conmemorativos. Desaparecerá el papel de nuestras vidas y la destrucción de la foresta amazónica se ralentizará un algo, pero la crónica vanidad de nuestra especie encontrará nuevos soportes donde seguir haciéndose visible. Pasarán a atestar los armarios nuevos objetos y alguien descubrirá entonces lo pernicioso de la era digital. No importa. Pasará el tiempo y con él habrá ocasión de emprender nuevas limpiezas. Entonces podremos deshacernos de los vídeos, los CD, los DVD, los pendrives y los powerpoints.

Nos parecían mejores, debido a que un nombre en inglés los dotaba de eficacia tecnológica, pero venían a decir lo mismo que antes dijeron las montañas de papel: nada, una nada vasta e inmarchitable. ¿Cómo no sentir la irresistible necesidad de deshacernos de tanta nadería? Nunca nada ocupó tanto como ahora.

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