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Reportaje:Juicio por el mayor atentado en España

Los diálogos blindados

La actitud de los procesados en la 'pecera' cambiaba de la seriedad y el silencio a la tertulia y las risas en cada receso

Rafá Zohuier buscó con la vista a Pilar Manjón. El acusado de haber puesto en contacto a la célula islamista con la trama asturiana de los explosivos se llevó la mano a la cara, luego al corazón, luego a la boca con un movimiento circular, mientras la presidenta de la Asociación 11-M Afectados del Terrorismo le sostenía la mirada. "Me ha dicho por señas que él no ha sido, que lo dice de corazón y que ya hablaremos más adelante. Lo lleva claro". Era el primer diálogo blindado que mantuvieron los acusados con las víctimas presentes en el juicio del 11-M, a las que en todo momento los 29 procesados dieron ostensiblemente la espalda.

Los 18 acusados encerrados en la pecera blindada se mantuvieron casi en silencio durante la vista, sin mirarse. Pero cada vez que el presidente de la sala cortaba la señal de televisión al exterior, todo cambiaba súbitamente, y parecía un grupo de amigos de tertulia. En tres ocasiones mantuvieron rifirrafes con otras tantas víctimas.

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Los acusados llegaron silenciosos y hasta cabizbajos. Miraron con desconfianza la sala y se fueron colocando en las cuatro filas de bancos situadas en el interior de la urna blindada. Jamal Zougam se puso en primera línea, pero en cuanto pudo se acomodó en la última, pegado al cristal de cinco centímetros de grosor, a apenas un metro de las sillas que ocupaban las víctimas.

Una de ellas, Ruth Rogado, cuyo padre fue asesinado en la calle Téllez, aprovechó la primera oportunidad. "Asesino", le dijo a Zougam mirándole a la cara, "ojalá saliera un gas y te matara". Zougam le contestó por señas: "No, yo no he hecho nada, sigue oyendo el juicio y verás". Luego, Zougam enmudeció por el resto del día. Ni palabra.

José Emilio Suárez Trashorras, vestido de rojo y con los cordones de los zapatos quitados, ocupó la primera fila en cuanto quedó libre. En la esquina opuesta se sentaba su ex cuñado, Antonio Toro. Sin mirarse ni hablarse. "Es que nunca se han llevado muy bien", aseguraba Carmen Toro, procesada como ellos, pero que ocupa un puesto fuera de la pecera al estar en libertad. La enemistad parecía palpable, pero en cuanto tuvieron ocasión y la vista estaba suspendida, los cuñados se sentaron juntos y conversaron animadamente, incluso entre risas, mientras Carmen les observaba.

Ninguno de los dos, eso sí, miraba a Zohuier. Éste desconectó por la tarde del juicio y se pasó casi dos horas de charla con Mohamed Larbi Ben Sellam, mientras Endika Zulueta, defensor de Rabei Osman, Mohamed El Egipcio, proseguía su interrogatorio a su cliente, entrecortado por las precisiones y reconvenciones del presidente del tribunal, Javier Gómez Bermúdez, al letrado. Los 18 de la pecera bostezaban ostensiblemente.

El respetuoso y atento silencio que mantenían durante la vista se tornaba en animada charla en cuanto se cortaba la señal de televisión al exterior. Entonces Abdelmajid Bouchar pegaba la hebra con Yousef Belhajd, Basel Galyoun mantenía entretenidas conversaciones con El Egipcio.

Pero en el mismo momento en que Gómez Bermúdez decía que se retomaba la sesión, todos se separaban, volvían al silencio y parecía como si nunca se hubieran conocido. Lo que sí parecía claro era que El Egipcio mantiene cierta ascendencia sobre el resto de procesados. Es más, fue quien animó al libanés Mahmoud Slimane Aoun a formular una protesta cuando éste se sintió amenazado por una víctima. "Me están diciendo que me van a cortar el cuello", decían al unísono mientras se pasaban la mano por el pescuezo como una cuchilla. Un diálogo, por fortuna blindado por el cristal antibala.

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