De experto en misiles a burócrata
Rabei Osman el Sayed desdibujó la descripción de su pasado militar que la policía reflejó en el sumario del 11-M. Según contó, jamás en su vida ha demolido nada con explosivos, ni ha dado cursillos de bombas. Sus 26 meses de servicio militar obligatorio pasaron desde una misión como responsable de una todoterreno artillado con misiles al aburrido despacho de su unidad militar, donde ejerció de burócrata gracias a su buena caligrafía en árabe, pero no a sus conocimientos como electricista y reparador de electrodomésticos.
El Egipcio empezó la mili en 1991 y, tras 40 días de instrucción, dijo, fue destinado a una unidad de infantería con misiles anticarro en Abata, en el desierto egipcio fronterizo con Libia. Allí era el encargado de la pantalla de guiado de misiles, pese a lo cual aseguró que sus conocimientos de informática "son como los de un niño de 10 años".
Tras pasar una temporada a cargo de los misiles, un buen día fue recibido por los oficiales de recluta. "Cuando un oficial vio mi caligrafía en árabe, me cogió para las oficinas y allí me quedé hasta el final del servicio militar obligatorio. Yo tenía la especialidad de explorador, pero no llegué a ejercerla, porque acabé en 1993 como burócrata, como administrativo". El Egipcio aseguró que al final de su paso por el Ejército recibió un certificado del Ministerio de Defensa de su país en el que se calificaba su conducta de "óptima".
Negó que luego se reenganchara durante dos años como voluntario, y que estuviera destinado en la mítica ciudad de Port Said. Pero de explosivos, demoliciones o detonadores, nada, pese a que desde el principio de las pesquisas la Unidad Central de Información Exterior de la Policía lo definió como experto en explosivos. Es más, si en el ordenador de su casa se hallaron fotos de explosivos, eso se debía a que no era suyo y a que habían sido bajadas de Internet.
Servicios secretos
El procesado dio una extraña explicación sobre los supuestos problemas que tuvo con los servicios secretos de su país. Vino a decir es que si éstos iban a buscarlo a su casa no era por problemas de la seguridad del Estado, sino por sus desavenencias conyugales. Así, alegó que su mujer le había denunciado por no haberle pagado la dote que le adeudaba de 1.200 euros y que los agentes del espionaje egipcio le habían ido a buscar a su casa en aquel país tras dicha denuncia.
"Usted no se puede imaginar lo grave que es cuando van los servicios secretos a una casa en Egipto. Pueden ocurrir muchas catástrofes", dijo. La afirmación provocó un cruce de miradas entre los miembros del tribunal y alguna sonrisa de los abogados, dado lo difícil de creer del argumento de la investigación por motivos conyugales.
El procesado no miró ni una sola vez durante toda su declaración a la fiscal Olga Sánchez, y en todo momento procuró mostrarse respetuoso con el tribunal, incluso cuando éste le reprochó a su letrado que parecía que, a tenor del interrogatorio, actuaba más como una acusación que como una defensa.
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