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Baloncesto | Final de la Copa del Rey
Columna
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Apagón blanco

Un buen debate necesita dos posturas sólidas y alejadas desde las cuales cada uno de los adversarios intenta convencer y atraerte hacia sus razonamientos. A priori, en esta final tan esperada las había, y bien dispares, pues la apuesta que han realizado los dos grandes clubes es diametralmente opuesta. En filosofía, estilo y forma de entender el baloncesto. A la hora de la verdad, sólo el Barça pudo argumentar. Al otro lado, el silencio. En el peor momento, al Madrid se le fundieron los plomos y el apagón fue de órdago. Tanto que se cargó la final, que resultó decepcionante, pues desde el primer momento le faltó emoción, igualdad y puntos, muchos puntos. Una lástima, porque era el día en la que más ojos se ponen sobre la ACB en toda la temporada.

El mejor Barça del año se comió por los pies al peor Madrid de la temporada. En eso sí que coincidieron, pues los dos llevaron su rendimiento a un extremo. El ideario blaugrana se expuso en toda su magnitud. Defensa terrorífica, control férreo desde la banda por parte de Ivanovic y alegrías las justas. Normalmente este apartado suele estar monopolizado por Navarro, pero en esta señalada ocasión apareció de la nada en la que está metido hace demasiado tiempo Fran Vázquez. Colocó dos tapones en los dos primeros ataques del Madrid que resultaron disuasorios y junto a Trías formó una muralla en la que chocaban los jugadores madridistas. Soldada su defensa hasta extremos insospechados, sólo hacía falta meter de vez en cuando una canasta. No le faltan anotadores y lo que no hacía Lakovic lo metía Navarro o con inteligentes penetraciones les devolvían los favores a sus pivots. Para que la fiesta fuese completa, Ukic fue un jugador importante y lo mismo Grimau, que se beneficiaron de un partido roto casi desde el inicio.

Y qué decir del Madrid. Pues poco o nada. El análisis técnico y táctico está fuera de lugar ante tamaña diferencia. Delimitar el porqué de tan aciago rendimiento puede tener variadas explicaciones y como siempre se pueden dividir entre lo ajeno, lo bien que lo hizo el Barça, y lo propio. Cansancio, relajación después de ganar al Tau y cierto mal de altura. No ha llegado a Málaga con esa frescura tan reconfortante con la que se ha movido hasta ahora. Su trayectoria, estilo y lo mucho que ha logrado cambiar en unos pocos meses se merece el beneficio de la duda y más oportunidades.

Una última reflexión. Este baloncesto de rompe y rasga no nos lleva por buen camino. Recibimos con alborozo todos los años la Copa del Rey y una vez terminada, no queda más remedio que reconocer que las expectativas en cuanto al juego no se cumplen. Los partidos se parecen cada vez más a una confrontación guerrera, donde se reparte leña a mansalva, los buenos jugadores terminan sepultados, el campeón gana con 69 puntos. Pero en un ambiente ideal, con los mejores equipos y jugadores, apoyados por sus aficiones y con la mayor de las atenciones, el espectáculo en la cancha está bastante alejado al de fuera de ella. En esta final, ni siquiera hubo emoción.

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