_
_
_
_
Crónica:DON DE GENTES
Crónica
Texto informativo con interpretación

Pijama, orinal y padrenuestro

Elvira Lindo

Mientras dormía bajo la mantita de cuadros y abrazadita al mando a distancia, me iba enterando de lo que se cuece en las cárceles, que han pasado a ser el gran asunto de la crónica rosa

TENGO UNA AMIGA inocentona que no se entera de nada, no le suenan los nombres de los personajes rosa y ralentiza las conversaciones porque hay que parar a cada momento para explicarle, por ejemplo, quién es Derek, cuáles son sus atributos, cómo se llamaban las tres últimas novias de Rodríguez Menéndez o qué significa la expresión "dientes, dientes". Tengo otro amigo que me llama a la hora de la siesta, me reprende por tener la tele puesta y me dice que contribuyo, con el simple acto de apretar el botón del mando y ver ciertos execrables espectáculos, a perpetuar su existencia nauseabunda. ¡Vaya! Tengo otro amigo que es amigo de un líder de Izquierda Unida, y este líder le ha dicho que ya no lee a ciertos escritores porque tienen una deriva... Aclaro: cuando actualmente dices de alguien que "tiene una deriva..." (y se dejan puntos suspensivos) es que estás describiendo a alguien que ya no piensa como tú y como tus amigos, y que no escribe lo que tú y tus amigos quisierais leer, y que, por tanto, hay que hacerle el vacío. Tener una deriva, en nuestros días, es una cosa muy tremenda. Esa actitud se encuentra en ambos lados; me recuerda a la de algunas personas de la derecha que boicotean a cierto director de cine español o a ciertos actores. "Aunque me cueste trabajo, no iré", leí el otro día a cierta columnista que presentaba el boicot a un espectáculo como un sacrificio ideológico. Se ve que a la mujer, en el fondo, lo que más le apetecía en el mundo era meterse en el cine a ver Volver, pero se contenía. Qué bonita es la contención. Siempre es de admirar que existan personas tan contumaces, con los principios tan claros. Claro que, por otra parte, es fácil tener claros los principios cuando ni lees, ni ves, ni escuchas nada que pueda contaminar tu pensamiento, que al parecer es una cosa sagrada que hay que mantener en estado puro. Siento franca admiración hacia esas personas que muestran su incontaminación de forma tan orgullosa. Es chocante, claro, que sean personas que se dedican a la política o la información porque parece que con el sueldo va incluida la curiosidad necesaria para ver hasta aquello que te desagrada; pero, en fin, mantengamos gordas nuestras ideologías, que en España equivale a decir: mantengámonos fieles a lo que predique el partido que votamos. Dicho esto, me declaro botarate. Uno de esos botarates que a diario hacen burla a sus principios más sagrados y ven hasta lo que no debieran ver. Me duermo la siesta con la tele. No soy la única. En el país de la siesta, la tele es como la dormidina o el soñodor. Es patético, pero hay que afrontarlo. En mi cerebro, que se encuentra en ese estado semiinconsciente que yo calificaría "de mandíbula caída", van entrando informaciones que no me han de servir para nada en la vida, pero que, no sé por qué estrategia mental prodigiosa, se adhieren a mis neuronas como el superglú. A día de hoy podría ganar un trivial pursuit de Conocimiento Innecesario. En estos días, por ejemplo, mientras dormía bajo la mantita de cuadros y bien abrazadita al mando a distancia, me iba enterando de lo que se cuece en las cárceles españolas, que han pasado a ser de pronto el gran asunto de la crónica rosa. Qué tontos, pero qué tontos éramos, cuando pensábamos que, dado que verse privado de libertad era algo espantoso, los presos merecían algo de respeto. Ahora hay que tomárselos a cachondeo porque es para mearse de la risa. Escucho al presentador decir: "Al pobre Julián Muñoz, la mantita de la cárcel no le cubre los pies", y con una risa maliciosilla rubrica su ocurrencia. Me mondo. Luego nos enteramos de que dicho recluso ha adelgazado y fuma porros en compañía de otros. Pues que lo disfrute. También presenciamos otra entrevista con un preso de la cárcel de Farruquito. El recluso, en su minuto de gloria, dice que al bailaor los funcionarios le consienten todo, que recibe quince llamadas diarias al móvil. ¡Quince! Sigue, sigue la ronda de presos. De Rodríguez Menéndez cuentan que le tienen amenazado, que le quieren abrir la cabeza, y a todo esto añade un contertulio que se ve que no acabó el graduado escolar: "Dicen que echan su ropa a lavar con la de otros reclusos que tienen esa enfermedad...". El contertulio, que cree que el VIH se contagia en la lavadora. Por Dios, visto el nivel de comunicación que tienen los medios con el mundo penitenciario cabe preguntarse cómo no fueron los del Tomate en vez del rotativo The Times quienes se ganaron la exclusiva. O a lo mejor es que los chistes sobre los presos comunes son infinitamente más graciosos. Dónde va a parar. El caso es que yo, esta botarate, que faltando a sus principios ve a diario lo que no debe, lee artículos que no le gustan y aprende hasta de personas que detesta, me quedé pegada a la tele viendo lo que se llamó "el seguimiento" de la noticia triste de la semana. El abrumador, excesivo, morboso, repetido seguimiento de una muerte especialmente cargada de notas trágicas. Y claro, después de haber vivido en mis siestas de días anteriores tanta maldad verbal, tanta gracieta mezquina hacia personajillos de poco fuste, me preguntaba, en mi duermevela, en mi momento patético de mantita, mando y sofá (una variante de aquellas siestas de "pijama, orinal y padrenuestro" de Don Camilo), si no es ofensiva la bondad hacia los muertos cuando se es tan cabroncete con los vivos, si no chirría ese tono misericordioso cuando sólo se practica con quien está por encima. Esta piedad tan poco democrática ya la describió Proust, que sin ver la tele ya lo sabía todo del corazón.

Farruquito ingresa en una prisión sevillana.
Farruquito ingresa en una prisión sevillana.GARCÍA CORDERO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_