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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

Cena romántica en el rotatorio

¿Pero cómo? ¿Todavía no han ido ustedes a un restaurante japonés rotatorio? Pues no esperen y vayan, es un gran plan, en serio. Por lo que recuerdo, diría que este tipo de restaurante existe en Barcelona desde aproximadamente el año 2000, pero ahora, con esto de la subida de las hipotecas, están experimentando un nuevo resurgir. Dense el capricho, lo pasarán bien. De todos los que conozco en Barcelona, mi preferido es el Tokio, que está en la calle de Aragó entre las de Calàbria y Viladomat, y enseguida comprenderán por qué. Como pueden observar en la foto, este templo de la gastronomía no se anuncia como "buffet libre", sino como "buffe lible". Me da mucha pena pensar que un día, el dueño del Tokio, advertido por algún cliente filólogo, sustituirá ese "lible". Pero mientras, lo disfruto intensamente. Claro que, si llega ese día fatal, espero que al menos el dueño no corrija otro error igualmente hermoso que pueden ustedes encontrar en la carta de bebidas: el "calajillo".

El funcionamiento del rotatorio es fácil. Las mesas están apostadas a derecha e izquierda de la cinta transportadora, que, como su nombre indica, es una especie de scalextric en movimiento que va dando vueltas con los platos encima. Hoy, en el "bufé lible" somos 13 comensales repartidos a derecha y a izquierda. A un lado hay ocho mesas y al otro, seis. Cada comensal paga ocho euros (la bebida va aparte) por comer durante el rato que quiera cualquier plato que pase por delante de él. Y digo "delante" porque siempre hay algún cliente buitre que, aunque esté en una mesa de la izquierda, alarga la mano y alcanza un plato apetecible de la parte de la derecha, (porque ese plato todavía tiene que hacer un viaje antes de llegar a él).

Ante la imposibilidad de medir el recorrido de la cinta, intentaré calcularlo. Un plato tarda 75 segundos en dar toda la vuelta de 24 metros; es decir: un minuto y 15 segundos. Eso nos da una velocidad de 0,32 metros por segundo, que pasados a kilómetros por hora (para simplificar) da 1,15 kilómetros por hora. Esta velocidad me parece perfecta, porque a otra más rápida, la sopa miso que acaba de pasar se enfriaría y se derramaría. Además, de este modo no te mareas viendo como todo da vueltas. En fin, yo diría que la cinta mide 12 metros de ida y 12 de vuelta.

Pero veamos los productos que pasan a 1,15 kilómetros por hora en una vuelta completa, aunque es verdad que el rotatorio está degenerando últimamente. En esas cintas transportadoras cada vez circulan menos productos japoneses. Hagamos inventario. Pasa un plato con cinco aceitunas, que no se caracterizan por ser un producto nipón. De hecho, nadie las coge. Pasa una chistorra (que es lo más raro que he visto en un rotatorio japonés, sin contar las patatas bravas), aunque, eso sí, es una chistorra cortada en forma de flor. Pasan cinco platos seguidos de una especie de bollo de limón, que es una manera sutil de los dueños para indicarnos que deberíamos ir cogiendo postres y no entretenernos. Luego, un bol de pepino en vinagre y uno de ensalada. Uno de algo que quiere ser salpicón de marisco. Y por fin, oh, oh, oh ¡¡¡Sushi!!! Sushi de salmón. (Los ojos de todos los comensales se agudizan de deseo, porque para eso han venido aquí, para desafiar las leyes del anisakis). Después, llegan los maki, que aunque están un poco resecos, no importa, porque lo que queremos es sentir una experiencia gastronómica, no comer, que dirían los cocineros pijos. Pasa una ensaladilla rusa, un flan chino Mandarín, unas gambas hervidas y unos chocos. Y esto también me hace reflexionar. A primera vista, estos chocos tampoco son un producto japonés, pero nada más lejos de la verdad. Si en miles de restaurantes catalanes lo que antes era berenjena rebozada ahora, invariablemente, se llama "tempura de berenjena", los chocos a la andaluza de este rotatorio tienen todo el derecho a ser chocos en tempura.

En estas que las aceitunas dan su segunda vuelta sin que nadie las toque, pero se incorporan a la carrera tres pinchos de pescado. Constan de surimi, sepia y una gamba. Y también salen dos platos de sushi de calamar que no llegan al final. Vaya, parece que el camarero está sacando todos los lujos que tenía guardados. Ahora entran en acción unos muslos de pollo que en cualquier restaurante creativo se llamarían "chupa-chups de pollo". Y las aceitunas dan ya su tercera vuelta. (Sé que son las mismas porque les he puesto un papelito para reconocerlas). Salen también tres platos de aros de cebolla con sésamo y un frankfurt. Pero interrumpo mis pensamientos cuando la camarera, que lleva calcetines de esos con dedos, como los guantes, nos trae el vino. Es vino de la marca Prioral, nombre que me encanta, porque si lo lees muy rápidamente y de lejos, te haces la ilusión de que es vino del Priorat. Qué optimismo. Total, después de una hora, habiéndome bebido el caldo del Prioral y ya tomándome el calajillo calculo, feliz, que las aceitunas han dado 48 vueltas, a razón de 75 segundos por vuelta. Sospecho que el cocinero, cuando las coloca en el plato, ya lo hace sin ninguna ilusión, sabiendo que volverán a él al final del turno y que por la noche seguirán allí con mi papelito.

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