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Columna
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El bueno, el feo y el canario

En tres días he oído tres veces como música de teléfono móvil la banda sonora de El bueno, el feo y el malo, de Ennio Morricone, nostalgia de mi adolescencia. Me acuerdo de Por un puñado de dólares y La muerte tenía un precio, de Sergio Leone, con Clint Eastwood, esas películas italianas del Oeste americano que se rodaban en Guadix y en Tabernas. Entonces el éxito de las películas se medía por los meses que duraban en cartelera, y La muerte tenía un precio duró medio año en el Teatro Isabel la Católica, en Granada. Ahora el éxito se mide por el número de salas que proyectan a la vez la película: el espacio ha sustituido al tiempo como medida de éxito. Diez salas a la vez echan ahora mismo en Málaga Noche en el museo, de Shawn Levy; seis, Rocky Balboa, de Sylvester Stallone. Las dos son películas angloamericanas.

La música de los teléfonos móviles alegra los autobuses, los trenes, los cafés, todos los lugares públicos. Se venden músicas para teléfono, himnos nacionales y deportivos y puramente marciales, melodías inolvidables y del momento. A voces y timbrazos de teléfono la intimidad ha tomado la calle: la gente se siente como en su casa o su oficina en cualquier sitio público. Un entretenimiento instructivo que recomiendo es intentar adivinar el carácter y la historia de los individuos por lo que dicen hablando por teléfono como si estuvieran solos en su cuarto, y por la música con que su teléfono suena.

Pero el móvil es poco íntimo, a pesar de que ha impuesto la nueva y ruidosa intimidad callejera. La delincuencia de alto nivel sociopolítico cae en manos de la policía por el móvil, aunque parezca inverosímil que siga cayendo. El móvil resulta muy vulnerable al espionaje, tal como lo demuestran repetidas operaciones policiales y periodísticas lejanas, en Italia, por ejemplo, donde la compra de bancos y árbitros de fútbol ha dejado cientos de páginas con transcripciones de charlas telefónicas sucias, un capítulo esencial de la literatura realista contemporánea. Y aquí tenemos ya cierta tradición propia, con casos que afectan a la construcción de carreteras y de viviendas. Pero, a pesar de este historial de imprudencia telefónica castigada, todavía le piden por teléfono a un constructor de Alhaurín el Grande un donativo de 120.000 euros para concederle una licencia de obras. (El uso del término donativo sugiere una fábula en los mundos de Mario Puzzo o de Andrea Camilleri, novelistas policiacos.)

En esto pienso mientras oigo sonar un teléfono con música de Morricone, a quien van a dar un Oscar por su obra completa. En 1968, en EEUU, El bueno, el feo y el malo fue un gran éxito en versión de Hugo Montenegro, con el silbido de Muzzy Marcellino, que había silbado ya en alguna película de John Wayne. Morricone, que ha sido convertido en música electrónica de discoteca, y en música selecta por el chelo de Yo-Yo Ma, e incluso en solemnidad sinfónica, empezó componiendo para escenas de mucha tensión: los crímenes pavorosos de las películas de Dario Argento o los duelos al amanecer de Sergio Leone: tic-tac de reloj, cascabeleo de serpientes, gotear de grifos, gemidos, susurros, chasquear de látigos y zumbido de insectos con acompañamiento orquestal.

En el autobús y en el café, entre Granada y Málaga, oigo a Morricone en versión de teléfono móvil. El móvil, el billete de 500 euros y el político municipal son el bueno, el malo y el feo del momento. Los alcaldes y concejales implicados en cohechos y prevaricaciones suelen dejar un rastro grabado de llamadas telefónicas de negocios y alguna bolsa con billetes de quinientos euros. El malo quizá sea el billete que corrompe. El bueno podría ser el teléfono, que pone en evidencia a los delincuentes. O, al revés, el billete es bueno, porque revela la verdadera naturaleza de las criaturas, y malo es el teléfono, chivato, soplón policial, lo que en Italia llaman canarino, canario. El feo será siempre el político municipal, hasta que en algún curso de formación política, en su partido, le expliquen cómo usar sin riesgos el teléfono móvil.

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