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Reportaje:

El momento de 'El Largo'

La gran racha del deportivista Arizmendi, que no pudo debutar con España en noviembre por una lesión, le devuelve a la lista de convocados

En el campo es todo desparpajo. Lo separan 190 centímetros del suelo, pero se atreve a ejecutar malabarismos y a buscar rendijas por las que colarse. El descaro de Javier Arimendi (Madrid, 1984) contrasta con su timidez cuando se aleja del césped. Ayer el delantero del Depor esperaba la segunda llamada del seleccionador, Luis Aragonés. Sabía que su nombre estaba en las quinielas, pero no estaba seguro. "Venga, que hoy también te llama Luis", le gritó un empleado al término del entrenamiento. "No me gusta adelantar acontecimientos", musitó el futbolista. Se fue a la ducha y aguardó.

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Cuando Aragonés lo convocó en noviembre para jugar contra Rumanía, dijo estar "en una nube". No han cambiado sus sensaciones: "Ahora también estoy así. La primera llamada te genera mucha ilusión. La segunda es la confirmación porque quiere decir que no es flor de un día". En aquella ocasión le quedó una sensación agridulce. Una inoportuna lesión le chafó el debut, "pero le di la importancia justa porque he convivido con jugadores lesionados de gravedad y sería una falta de respeto, además de estar moralmente mal, disgustarme demasiado".

Javier Arizmendi comenzó jugando al fútbol en un colegio de Alcalá de Henares. Luego, con su hermano, que es veinte meses menor, se curtió en los campos de tierra de Madrid. "Siempre estuvimos en el mismo equipo porque a mi padre así le era más fácil llevarnos a los entrenamientos". Militaron en el Carabanchel y luego en el Coslada. Su hermano se aburrió y lo dejó. Él persistió, aunque nunca se atrevió a soñar con lo que le está sucediendo: "No esperaba ser futbolista. No fui el típico chaval de cantera desde los 10 o 11 años. Lo mío sucedió muy tarde al principio y, después, muy rápido".

A los 18 años llegó al juvenil del Atlético. Al año siguiente pasó al Atlético B y ese misma campaña debutó con el primer equipo. Sucedió en el Camp Nou el 15 de febrero de 2004 con Gregorio Manzano de entrenador. "La pena es que perdimos 3 a 1", se lamenta. La siguiente temporada el club del Manzanares lo cedió al Racing. Marcó tres goles en 22 partidos: "Tuve muy mala suerte. Hasta me operaron de apendicitis".

Regresó a Madrid para reclamar una oportunidad en el primer equipo, pero como Carlos Bianchi, entonces el entrenador rojiblanco, no le daba bola, en diciembre aceptó la oferta del Deportivo. A Riazor llegó como goleador, pero sólo consiguió dos tantos en 17 partidos. Nadie cuestionó su entrega, pero corrió el rumor de que no era un delantero puro y se temió que no fuese capaz de superar la presión. Arizmendi no regatea el tema: "No es obsesión. El año pasado sí lo pasé un poco mal. Pero éste, marqué goles al principio de Liga y cuando el entrenador me hizo jugar en banda me liberó de esa responsabilidad. Sé que es un aspecto de mi juego que tengo que mejorar, pero obsesionándome no es la mejor manera de hacerlo".

Arizmendi es un futbolista difícil de describir. Ni él mismo se atreve. A veces recuerda a Valerón cuando baja la pelota; cuando arranca tiene algo de Makaay. Es capaz de llevarse a tres defensas y al portero, como sucedió contra el Madrid, y estropear la faena enviando la pelota fuera.

Joaquín Caparrós, el entrenador que le ha dado la confianza que necesitaba, está convencido de que será "un futbolista muy importante por sus cualidades innatas, por su profesionalidad y por su cabeza". Le ha demostrado que puede jugar en punta y en banda, donde saca centros con la precisión de un especialista. Cabeza y profesionalidad le sobran. Empezó la carrera de Telecomunicaciones, pero se ha cambiado a Dirección y Administración de Empresas. "Soy mal estudiante. Me pongo la última semana, pero tengo que acabar una carrera superior porque se lo prometí a mi madre", afirma. Está en segundo curso y este mes tendrá que irse unos días a Madrid porque se presenta a cuatro asignaturas.

También es más que posible que a Madrid se mude a final de temporada. El Depor pagó por Arizmendi 1,5 millones de euros. Lo fichó hasta el 2010, pero el Atlético se aseguró una opción de recompra esta temporada por tres millones y otra en el 2008 por 4,5. Hasta Caparrós se encoge de hombros cuando se le pregunta por la posible pérdida de un jugador al que ha sido capaz de extraer el talento escondido. Se ha dicho, incluso, que el Barcelona escruta su evolución. El aludido comenta que "es un halago" que se interesen "clubes tan importantes", pero insiste en que sólo piensa en el Depor. En este equipo disfruta con Valerón, "el mejor con el que he jugado", aunque admira a "Raúl por su trayectoria".

El Largo, como lo llamaba Pepe Murcia en el filial del Atlético, sabe que un jugador es ave de paso y vive de alquiler. No abusa de las salidas nocturnas. Prefiere entretener las horas leyendo todo lo que le caiga, yendo al cine dos veces al mes y pensando en su novia Ángela -estudia en Madrid Diseño y Decoración de Interiores- mientras escucha Pop-Rock español de los 70 y 80.

No se lo esperaba, pero la vida le está yendo ahora a toda pastilla. Como el BMW que hace una semana cambió por su viejo A-3. Lo enseña con timidez. Esa que desaparece cuando salta al campo.

Arizmendi, ayer tras terminar el entrenamiento del Deportivo en Abegondo.
Arizmendi, ayer tras terminar el entrenamiento del Deportivo en Abegondo.GABRIEL TIZÓN

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