_
_
_
_
Crónica:BARCELONA MUSEO SECRETO
Crónica
Texto informativo con interpretación

La sala 4 del Museo Textil

La gente prefiere no admirar el Museo Textil. La curiosidad que suscitan las colecciones dispares del palacio de la calle de Montcada, no es llamativa. Allí no entra un ciudadano, salvo a tierna edad y porque le conduce a la fuerza, con el resto de los reos del parvulario Pitufitos, la seño voluntariosa, de vasta ignorancia y sólidos valores. Cuando los críos se van, regresa el silencio a los enmoquetados salones del Textil, donde han dejado olvidado un lápiz Mundicolor.

Se registra también, a veces, la incursión de algún forastero, tipo dinámico con cámara digital, presto para captar imágenes memorables, turista rebotado de la cola del Museo Picasso, que queda enfrente. Entra y sale enseguida de dos o tres salas monótonas, de luz tenue. Pasa sin detenerse por delante de las vitrinas de túnicas coptas con los brazos en cruz, y piensa: "Mal empezamos". Observa con una especie de repugnancia unas casullas del siglo XVII, doradas y al parecer valiosísimas. Ahora empieza a sospechar que la visita no valía la pena. Trata de leer alguna cartela en catalán. Le parece que la sala lateral a la que tiene prohibido el paso porque está en obras, y en la que dos albañiles en sus monos blancos se dedican a tareas misteriosas, ha de ser la más interesante. Trepa por la escalera al piso superior, donde medita un momento ante un corsé decimonónico, con sus cintas de seda y broches de metal, implacable y monumental. Pasa de largo ante los abrigos de Balenciaga y los vestidos de alta costura donados por señoras del patriciado local, y por fin, en alas de impaciente aburrimiento, vuelve a la calle en busca de nuevas y más excitantes aventuras. En esta estampa textil y turística se resume la historia reciente de la ciudad.

Se ha perdido lo mejor. La sala 4, sala de Rococó, neoclasicismo y siglo XVIII, está partida en dos por una pared de vidrio: los seres vivos a un lado, y al otro, como al otro lado de un espejo, 13 maniquíes descabezados lucen otras tantas vestimentas exquisitas, fantasmas erguidos, intangibles y expuestos a nuestra mirada entre los reflejos del cristal, en espléndida jaula y en frío aislamiento: uno flota dentro de un largo chaleco con mangas, otro viste una casaca y unos pantalones hasta la rodilla, y levitan los espectros de grandes damas vestidas de sedas -tafetanes, rasos, terciopelos sedosos-, realzados en el escote, el regazo y las mangas con abullonados, con cintas de seda, con bordados y pasamanerías de metal e hilo de oro y de plata y otras galas, en una gama de colores verde, azul, gris, grana, oscurecida y deslucida por los años; y una que luce un vestido à la polonaise, con los flancos realzados en pliegues, parece un globo aerostático a punto de levitación.

Es uno de esos ámbitos en los que sucedió hace mucho tiempo una gran desgracia o cayó un hechizo sobre el que los 13 personajes prefieren callar.

Señoras mías del siglo XVIII, ídolos decapitados a los que rendimos el homenaje de una preciosa mañana de sábado, en el mes de febrero del año 2007: ¿dónde tienen ustedes las cabezas? ¿Acaso en lo alto de una pica, como la princesa de Lamballe, que fue, según los que la conocieron, la bondad misma y la más íntima y más leal amiga de aquella infeliz reina María Antonieta? Ésta, al subir al cadalso, el 16 de octubre de 1793, sin querer pisó al verdugo, y le pidió excusas:

-Excusez-moi, monsieur le bourreau -murmuró, como si hubieran chocado al salir del metro ¡Qué exquisita lección de cortesía! Y no creo que la anécdota sea menos veraz que esa del pan y los cruasanes o los malditos brioches que todos se empeñan en endosarle; seguro que también se la cuelga Sofia Coppola en su flamante película.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Como es notorio, un año antes de aquel murmullo señorial y ejecución de la reina, la noche del 2 de septiembre de 1792, unos cuantos pandilleros de la turba desatada por Marat violó en masa a la señora Lamballe en su celda de La Force, la arrastraron a la calle, la decapitaron sobre un pilón, con un cuchillo, llevaron la cabeza a un café donde invitaron a los clientes a brindar por su muerte, y luego la clavaron en una pica que agitaron, entre aullidos y chanzas, ante el balcón de la reina prisionera.

-¿Qué es ese clamor? -preguntó María Antonieta. El verdugo le explicó:

-Es la cabeza de madame Lamballe, que han querido venir a mostraros.

Cuando los 13 fantasmas de la sala 4 nos cansan con su autismo, dirigimos la vista a una vitrina que parece la instalación de un artista sutil y perverso. Se guardan en ese relicario unas medias con bordado, una de las cuales ostenta una mancha a la altura de la pantorrilla; una bolsita con esmalte y encaje metálico, que se cierra con cinta de seda; una cajita para el rapé, de plata cincelada, y unos zapatos femeninos de seda acanalada, cabritilla y cuero, en cuya planta se advierte la impronta bruna de la transpiración de su usuaria.

El barroco no inventó una vanitas más angustiosa. ¡Ay, tristes manes fetichistas de Restif de la Bretonne! ¡Ay, famoso soneto X de Garcilaso! ¡Ay, pobre señora de Lamballe! ¡Ay, Museo Textil!

museosecreto@hotmail.com

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_