Vodevil negro

Decía David Carradine en Kill Bill, Vol. 2 (2004) que Clark Kent era la opinión que tenía Superman de nosotros, los humanos. Para saber la opinión que tienen de él sus colegas de profesión, a Quentin Tarantino le bastaría con ver Ases calientes, ejercicio de estilo "a la manera de..." que pone de manifiesto la facilidad de los discípulos para malinterpretar a sus maestros.

Tercer largometraje de Joe Carnahan, Ases calientes mimetiza los signos externos de lo tarantiniano (autoconciencia, personajes excéntricos, diálogos cortantes, discontinuidad narrativa...), pero omite todo lo que hace del director de Pulp Fiction (1994) uno de los autores más relevantes del cine contemporáneo: la perversión hiperrealista del arquetipo, la poética del reciclaje y la remezcla, una espectacularización del tiempo muerto equidistante de Godard y Seinfeld, entre muchas otras cosas...

Vodevil noir deconstruido y rearmado en una mesa de mezclas engrasada con cocaína, Ases calientes hace converger en la habitación de un hotel del lago Tahoe a un heterogéneo grupo de personajes que acabará sublimando la naturaleza cacofónica de la trama en un casi interminable tiroteo. El mensaje es, pues, el ruido, aunque hay (ortopédica) sorpresa final. Lejos de su precedente Narc (2002), Carnahan asume sin sonrojo la naturaleza derivativa de su producto, controla el ritmo, se divierte y apabulla, pero no logra que el impacto inmediato de su propuesta dure más allá de la proyección.

Desde su mismo título, el cineasta sirve en bandeja una metáfora oportuna: Ases calientes es un juego de naipes brillante en su ejecución, pero carente de significado más allá de su efímero brillo. Hay veces en que uno agradece que le birlen la cartera con cierta gracia. Y Joe Carnahan sabe, por lo menos, embaucar.

Trailer 'Ases Calientes'