Nosotros, los muertos

Con Kairo(2001), el japonés Kiyoshi Kurosawa firmó una de las piezas clave del cine de terror contemporáneo: una pesadilla apocalíptica que partía de la perturbadora premisa de que, en nuestros tiempos de sedentarismo conectado a lo virtual, la diferencia entre el mundo de los vivos y el de los muertos resulta prácticamente irrelevante. El cuerpo (el "elemento orgánico residual", que diría Zizek) era el debilitado receptor de una muerte propagada de manera viral a través de nuestras redes de información.

Mientras el original sigue inédito en las pantallas españolas, llega como parco consuelo este remake americano, firmado por un Jim Sonzero (con la colaboración en el guión del veterano Wes Craven), que se esfuerza por ser fiel a la textura nihilista del modelo, mientras lo traiciona en lo esencial. Si la exquisita puesta en escena de Kurosawa (indisociable de su poética del aislamiento) llevó a la crítica francesa a comparar al sutil cineasta con el mismísimo Antonioni, aquí Sonzero ejerce de mero profesional del terror de posproducción, confiando en que los golpes de efecto lleguen adonde no llega su empeñosa caligrafía de la inquietud.

No es una película desdeñable por completo: se sitúa por encima de la media del reciente terror americano, pero la sutileza no es una de sus virtudes. Obcecado en que no se nos escape el sentido último de su propuesta, en un casi bufo cameo de Brad Dourif para glosar su prescindible declinación adolescente de una obra maestra.

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