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Columna
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Qué plastas

No pretendo comparar al señor Ibarretxe con el pequeño Ronnie, que fue expulsado del colegio Naval de Osbourne a principios del siglo pasado, acusado injustamente de haber robado un giro postal de 5 chelines, y cuya peripecia dio origen a la película El caso Winslow, dirigida por David Mamet. Entre otras cosas, por el pequeño Ronnie dio la cara la gente humilde que se sentía indefensa ante la empelucada maquinaria judicial inglesa; y en el estrado lo defendió una eminencia que en el filme encarnó mi babosamente admirado Jeremy Northam.

Nada que ver desde el punto de vista de la estética ni de la ética con lo que está ocurriendo ahora. Porque ni el pequeño Winslow sacó a las masas a la calle, macerándolas en victimismo, previamente a ponerse a disposición judicial, ni se cargó de antemano la decisión de los jueces, usándola como propaganda partidaria: el pobrín -me refiero a Ronnie- todo lo que quería era servir a su patria: supongo que lo consiguió, teniendo por delante dos guerras mundiales. Pero no se sirvió de su patria, como en el lehendakariesco modelo de protesta actual, sino que se sometió al estricto procedimiento. Eso es lo que debería limitarse a hacer Ibarretxe, recurriendo, interpelando o lo que quiera que deba emprender en estos momentos, teniendo como tiene razón; aunque ni él ni nadie se encuentre por encima de la ley, también es cierto, y ni él ni nadie puede negarse a comparecer ante los tribunales, si ello se le requiere. Pero en este país, de una curiosa y caliente sangre fría, en el que nos excita la posibilidad cainita -no somos mejores que los libaneses: sólo estamos en otro sitio-, la salida fácil era optar por aparecer como Juana de Arco en la hoguera. Lástima de oportunidad perdida para ejercer la sensatez, al menos de un lado. Se le veía tan contento, al lenda, con el martirologio.

"Hacer justicia es fácil; lo difícil es que triunfe el derecho", afirma Jeremy Northam cuando, al final de El caso Winslow, Ronnie es declarado inocente. De eso se trata. De obligar a los jueces a entender que su aplicación de la ley no siempre obedece a derecho. De ganar ese pleito. Pero sin sofocones. Y sin dar tanto la vara a los españoles y a las españolas.

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