Iberia
Me nevó en Jaén el jueves a las nueve y media de la mañana, nieve tan menuda que casi no era nieve. Pero el frío es un estado de ánimo parecido al acobardamiento, y con la nieve uno se desencoge, se alegra. Quiere coger los copos, aunque sean mínimos y apenas superen la categoría de aguanieve. Me metí en el Museo Provincial, que anunciaba una exposición de retratos del exiliado Manuel Ángeles Ortiz.
Los cuadros más antiguos tenían fecha en la segunda década del siglo XX, años de aprendizaje del pintor, dubitativo con el pincel y demasiado seguro con los colores. Inmediatamente pasamos a una estupenda galería de dibujos de los años 20, retratos de quienes en aquellos años tuvieron veinte años, los hermanos y hermanas García Lorca, y, en la página de un libro, de espaldas, el poeta surrealista malagueño José María Hinojosa, luego en un lienzo, de frente: amistades y familias, una sociedad artística y musical, profesores y comerciantes y agricultores. Hay un retrato al óleo del cuñado de los Lorca, Manuel Fernández Montesinos, que sería alcalde de Granada, y de Fernando de los Ríos, suegro de Francisco García Lorca, se expone su retrato oficial de ministro de Gracia y Justicia. Era un mundo selecto, familiar, educado y ameno.
El museo de Jaén está en obras. La única sala abierta es la de Manuel Ángeles Ortiz y, como era temprano, una funcionaria amable y un poco griposa iba encendiéndome las luces. Era un día perfecto de museo, con el anuncio de nieve volando en la calle. Una sala más podía verse: las estatuas iberas del Cerrillo Blanco de Porcuna. Y emprendí el viaje tremendo, de la sociedad amistosa de Manuel Ángeles Ortiz a los guerreros en piedra del siglo V antes de Cristo. Allí los encontré, pertrechados para el combate, peleando, rudos y dignos, hieráticos y dinámicamente violentos, de una violencia civilizada, como lo señala su buen equipo militar, escudo, correajes, coselete y coraza. Veo algo femenino en la cara del guerrero con casco. Pero son hombres musculosos. Casi retumba el suelo de la sala bajo los pasos del luchador y su caballo.
Un descabalgado atraviesa con su lanza al enemigo caído, como en la Ilíada, cuando una lanza entra por el ojo y sale por la nuca de Ilioneo. Estas estatuas adornaron una tumba de príncipes. Desfiles y combates servían de rito funerario. Los púgiles habían chocado en honor del muerto y ahora se convertían en piedra, monumento fúnebre protegido por animales fabulosos, grifos y esfinges que guardan el país de los muertos. Aparece también lo que se me ocurre que sea una sacerdotisa con una bicha fálica y domada al hombro, entre escenas de caza. Los señores de entonces tenían gustos y devociones del siglo XX, o de ahora mismo: la cacería, las armas, el linaje, la religión, el honor y la virilidad.
Vivían enemistades y enfrentamientos terribles. Alguno de sus adversarios hizo pedazos el monumento, lo sepultó, como si quisiera borrar la memoria. En 1975 fueron descubiertas las estatuas deshechas en más de 1.500 trozos, y los especialistas trataron de formar otra vez las figuras despedazadas. Leí la información y volví a las pinturas del siglo XX, gente tranquila y feliz en su cuarto de estar. Vi, juntos, a los García Lorca y a Hinojosa, de la misma generación, de Granada y Málaga, ricos y poetas. Hinojosa fue coleccionista de arte, viajero por Madrid, Londres, París y la Unión Soviética, protector de Manuel Ángeles Ortiz, colega de Emilio Prados y Manuel Altolaguirre en la revista Litoral, y de Luis Cernuda y Rafael Alberti.
En 1930, dicen que por una mujer, recordó que era hijo de terratenientes de Málaga. Olvidó la poesía surrealista. Entró en política, en la derecha extrema. Como Federico García Lorca, fue fusilado en el verano de 1936, en su ciudad. También Fernández Montesinos, alcalde de Granada, fue fusilado en aquel tiempo. La sala de los guerreros en piedra del siglo V antes de Cristo no pertenece a un mundo ido: es complementaria de la sala de pinturas para comedor del siglo XX.
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