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Columna
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Desde fuera de la pecera

Ya casi tres meses de tedio y de frustración en esta precampaña electoral francesa y casi otros tres que nos esperan con los mismos números de siempre: encendidas declaraciones de amor a Francia, a los derechos humanos, al planeta, a la democracia; y promesas con trémolo a todos y para todo. Lo que permite olvidar lo que debería ser el contenido fundamental de esta operación, que es dar cuenta del cumplimiento / incumplimiento del programa anterior y anotar las garantías que se ofrecen para que esta vez no ocurra lo mismo. Por ejemplo, la Unión Europea. En vez de predicarnos un remiendo de la Constitución que sin la reconsideración total de la Unión va a servir para muy poco, por qué no se ataca lo que disfunciona, que es casi todo. Comenzando por la Comisión, que hasta que se transforme el Parlamento de los partidos nacionales en Parlamento Europeo, es su sólo motor ya casi en parálisis total y siguiendo en todo lo demás. Por ejemplo, en lo que a mí más de cerca me toca, el programa de investigación recién aprobado, para el que existía el compromiso de aumentar el presupuesto en un mínimo del 3% que se ha quedado en el 2,6%, y lo que es mucho más grave, las preferencias otorgadas a sectores y volúmenes al dictado exclusivo de las necesidades de la industria, postergando la investigación básica a un muy último lugar. O en la agricultura, donde la última reforma del sector de frutos y productos hortícolas acentúa la tendencia a privilegiar las macroexplotaciones y los cultivos extensivos, sacrificando los pequeños y medianos cultivadores y su agricultura de especialistas. Todo ello evidentemente en línea con el fundamentalismo capitalista multinacional que domina el espacio europeo.

Pero no, lo que prima es el navajeo personal por el poder con la actual variante people, que la pareja Sarkozy / Segolène Royal ilustra hasta la saciedad, y los sabios debates técnico-institucionales que a nadie interesan y nada van a resolver, simulacros de antagonismos entre opciones incompatibles cuando a lo que se asiste es a un lamentable tongo ideológico entre el liberalismo que se pretende social y la socialdemocracia que se ha vestido de liberal. A esta masa blandita, indiferenciada y pegajosa como el chicle, la hemos llamado para dignificarla pensamiento único.

Con todo, lo peor es la cacofonía de la izquierda radical, la única verdaderamente decidida a cambiar un sistema que no sirve. Pero en la que también el estruendo de las disputas por el "yo más" ahoga denuncias y alternativas e impide ponerse de acuerdo sobre unas cuantas acciones urgentes e imperativas. Besancenot, Buffet, Laguillier, Bovet, Salesse, luchadores honestos disputándose la inútil cucaña de sus egos microgrupales y amíbicos. Así las cosas, la participación electoral seguirá bajando, aunque sin consecuencias para sus actores principales, que seguirán vanagloriándose de sus mediocres resultados electorales. ¿Cómo es posible que el Gobierno español exhiba una y otra vez su triunfo en el referéndum de la Constitución Europea en el que apenas el 44% de los españoles le dijeron que sí?

Más allá del circo de la política profesional, la condición de héroe colectivo se reserva a los grandes protagonistas de la acción pública situados en la sociedad civil. Desde esa perspectiva, el triunfador absoluto en Francia es el abbé Pierre, acompañado de Nicolas Hulot: un abate empeñado en la lucha contra la pobreza y un hombre de televisión alistado en la defensa del planeta. Ambos entregados a causas que la opinión pública considera fundamentales para nuestra vida colectiva y ambos personalidades mediáticas. El primero aureolado por su lucha en la resistencia, a la que debe el nombre con el que luego se le conoció, abbé Pierre. Por cierto, ¿cuándo vamos los antifranquistas españoles a incorporar a nuestro currículo las acciones contra el dictador, heroicas u ordinarias, en las que intervinimos? El abate Pierre, con su capa, su boina y su barba legendarias, su rebeldía contra la opresión de las instituciones sin excluir la de su Iglesia católica; su energía creadora al servicio de su ideal -más de 150 comunidades de Traperos de Emaüs en el mundo-, sus cóleras contra la explotación y la miseria; su total generosidad. La unanimidad de la predilección que le muestran los franceses, al igual que a Hulot, nos transmite que para hacer algo políticamente útil hay que estar fuera de la pecera.

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