La 'nadalización'
La gran conclusión que se saca de la aplastante derrota de Rafael Nadal en el Open de Australia es que también perdería contra sí mismo; porque Fernando González, increíblemente, tan sólo el número 10 del mundo, le ha tratado como Nadal trata a sus adversarios: nadalizándole.
El mallorquín, número dos mundial, aprovecha la fuerza de sus rivales que han osado colocarle la bola al otro extremo de la pista, con el campo tan abierto como si fuera un fuelle, llegando con tiempo suficiente para cruzar la pelota sobre el plantel contrario, que está desguarnecido por el mismo movimiento de angulación que ha descrito el que ha iniciado las hostilidades.
Ante su propio clon, Nadal, en cambio, demostró ayer en Melbourne que no tiene capacidad de respuesta; que él, al ataque, contra sí mismo es claramente mejor que, también él, a la defensiva; quizá debería empezar a practicar ante el espejo. Conócete a tí mismo, que decía el griego.
Enfrente tenía a la mejor réplica del mejor Nadal que se haya visto en una cancha de tenis; un jugador que defendía y templaba con el revés hasta que el peloteo o, mejor aún, cuando el otro creía que ya había asegurado el golpe ganador, soltaba su prodigiosa derecha desde el fondo de la pista contra el páramo desierto del campo adverso. Como ni siquiera el número uno del mundo, Roger Federer -que posee, sin embargo, todas las demás armas- le había jugado nunca así, Nadal estaba inerme; por eso, mucho más que perder lo que hizo ayer fue salir derrotado; en el cuerpo y en el alma. Lesionado en el cuerpo, sin duda, aunque el mal no le impedía correr tanto como siempre; pero, sobre todo, en el espíritu, como aquel que ha jugado contra un fantasma; el hombre de un fantasma.
Así es como tampoco este año va a aumentar la nómina de españoles que han llegado a la final de Australia, sin poder ganarla nunca. Juan Gisbert, Andrés Gimeno, dos veces Arantxa Sánchez-Vicario, Conchita Martínez, y el último Carles Moyà, una grandiosa promesa, ya con un inmenso futuro tras de sí.
Y una palabra sobre la retransmisión en La 2. Los locutores, él y ella, nobles y atentos con el rival, al que no regatearon sus inconmensurables méritos; decisiva, ella, aclarando con su sapiencia técnica los por qués de lo que allí estaba pasando; pero ambos, de un exaltado patriotismo que ni es necesario, ni corresponde a una transmisión que se debe ver también en Chile.
El narrador perfecto es el que no prefiere nada, o que logra que no se le note. Y, además, perder ante alguien que se llama Fernando González, francamente, es perder muy poco.
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