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Necrológica:
Perfil
Texto con interpretación sobre una persona, que incluye declaraciones

Pedro Citoler Carilla, patólogo

Pedro Citoler Carilla ocupa ya ese lugar destacado en la historia de quienes fueron capaces de ser, a la vez, médicos y científicos por vocación, talento y tenacidad. Su biografía se corresponde con la de aquellos que descubrieron en sus años jóvenes que Europa era algo más que un conglomerado de países del norte de España.

En 1953 se trasladó a la Facultad de Medicina de París para proseguir los estudios que había iniciado en Zaragoza, su ciudad natal, donde había crecido dentro de una extensa tradición médica familiar.

Finalizó la licenciatura en el servicio del profesor Delarue, bajo los techos del hospital de la Universidad de la Sorbona, que conservaban el incomparable estilo clínico francés del siglo XIX, pleno de humanidad. Este bagaje y circunstancias personales le llevó a proseguir su especialización de anatomía patológica en los laboratorios de la Europa de mayor raigambre científica.

Así, un día del verano de 1962, se dirigió a la Facultad de Medicina de la Universidad de Colonia (Alemania). Y llamó a la puerta del profesor Maurer en el Isotopen Institut, quien parecía que le esperaba para encomendarle el desarrollo de una técnica que estaba por iniciarse y que tan espectacular alcance tomó entre sus manos, a la vez que era motivo de su doctorado: la histoautorradiografía, llegando a desarrollarla más adelante en la Universidad de Bonn y a petición de la misma.

Dice Santiago Ramón y Cajal en sus memorias que "todo descubrimiento científico es la aproximación de dos verdades"; así fue, en su caso y en el de Pedro Citoler, como se verá. Cajal sabía manejar las sales de plata para revelar artesanalmente las primitivas placas de fotografía. Al encontrarse, años después, con el reto de teñir la indescifrable estructura del sistema nervioso, se le ocurrió recurrir a ellas. Las neuronas estaban allí desde el comienzo de los tiempos, y las sales de plata, hábilmente manejadas por él, las perfilaron ante sus ojos. La genialidad que se le reconoció proviene de haber sabido unir ambas realidades.

La mencionada histoautorradiografía forma parte de las técnicas para analizar los diferentes tejidos bajo el microscopio; sólo que en este caso el "teñido" se hace con sustancias radioactivas que los identifican con precisión. Cada célula, por así decir, se impregna en un isótopo que, a su vez, queda revelado en una placa sensible, y distinguiendo, incluso, si su estado es de normalidad o está afectada por un proceso patológico, tumoral, por ejemplo. El acierto y empeño que aportó Citoler sobre las investigaciones de Maurer y Hamperl hicieron el resto. Esta metodología ha sido base para el desarrollo de otros modernos métodos para analizar biopsias -tejidos vivos tomados, por ejemplo, en quirófano- que favorecen espectacularmente el diagnóstico precoz de los tumores.

Prosiguió el resto de su labor profesional en Colonia hasta alcanzar la cumbre del profesorado universitario y desde donde fue reconocido internacionalmente a través de más de un centenar de publicaciones científicas y comunicaciones en congresos.

Llegada la hora de retirarse eligió su país, aunque no para recoger homenajes y aplausos de los que nunca fue partidario. Se instaló donde disfrutar del descanso de una vida apasionadamente dedicada a la ciencia y al bien de los enfermos. No ha podido ser por mucho tiempo. Ha descansado, al fin, dejando el ejemplo de su vida y el legítimo orgullo para su familia; y, con un cuajado currículo al pie de su epitafio, así como el agradecimiento, consciente o no, de millones de personas que deben su salud a que su obra sigue viva en los laboratorios. En ellos, de manera precoz, es decir, a tiempo, se detectan insignificantes cambios tumorales antes de que resulten de más laborioso diagnóstico e incierto tratamiento.

Descanse en paz quien de manera modélica tanto ha aportado a la medicina del siglo XX.

Leopoldo Martínez-Osorio Corzán es cardiólogo y premio Ramón y Cajal.

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