Al Levante no le da para más

Contra la veteranía de Mané, el descaro de Abel se quedó en nada. No le da para más al Levante, por mucho que el equipo mejorara en el estreno en Primera del técnico toledano. Fue un equipo más alegre, más lógico si cabe, pero igual de limitado que el dejado por López Caro. Mané, que ascendió al grupo la pasada campaña, lo sabe mejor que nadie. Sabía que, con sus jugadores bien juntos y la defensa ordenada, al Athletic le bastaba para arañar el punto que venía buscando. Por eso no le importó regalarle el campo y la pelota al Levante. Mané sabía que, sin ningún cerebro sobre el césped, el juego granota es tan plano como el del propio conjunto vasco.

Athletic y Levante están en los huesos. Se miraron uno al otro con cierto miedo y se entregaron a un partido feo, con pocas ocasiones, el balón por el aire y una melé en el centro del campo. Era el partido que quería el Athletic, capaz de frenar a un Levante acelerado. Al equipo azulgrana le dio el subidón en el arranque y movió el balón a las bandas con rapidez. Por la derecha, Ettien llevó de cabeza a Casas en un par de arrancadas de pura fuerza. ¡Vaya piernas! El mecanismo del marfileño es el más simple: se adelanta el balón 10 metros y en cada zancada le come terreno al marcador. En uno de sus chispazos mandó a volar a Aranzubia con una volea. La grada tenía ganas de aplaudir por una vez. Aunque fuera sólo un buen centro, como los de Harte, un zurdo con clase demasiado tiempo recluido por López Caro. Abel lo rescató.

El ex portero sacudió el árbol a ver qué caía. Envidó con un esquema sin ningún delantero puro. No lo son Riga ni Kapo, que cambiaron sus posiciones cruzando el campo de un lado a otro. A falta de remate, el técnico buscó la velocidad ante un Athletic muy cerrado, con los medios Murillo e Iraola incrustados en la defensa. Y con Yeste muy apagado: apenas sacó el guante para lanzar faltas. Urzaiz, claro, se quedó huérfano. Se reservó, eso sí, un gran pase a Aduriz que el delantero pifió solo ante Molina. Si el Levante se movía en diagonal, el Athletic tenía sólo un movimiento, el dirigido a la cabeza de Urzaiz. Demasiado poco.

Después de medio curso en la sombra, Tommasi recuperó el mando. El italiano le da sentido táctico al equipo, apaga fuegos y ordena sin parar. Por algo es perro viejo. No le falta brío, pero el Levante sigue sin nadie que encienda la luz. Cuando quiso hacer de Guardiola, Tommasi descubrió sus limitaciones. Y Abel, resuelta la tarea de demolición, le sentó.

Diluido en la primera parte, en la segunda el Athletic se esfumó del todo. Mané replegó filas y el equipo se abandonó al contragolpe. Molina, como le gusta, ejerció de último defensa. El Levante estaba loco por la victoria y Abel predicó con lo prometido: ambición. Reconvirtió al polivalente Courtois en lateral, le entregó la banda izquierda a Robert y refrescó al equipo con Nino. El Levante apretó por las bandas y bombardeó a centros a Aranzubia. Ettien iba al choque y Robert buscaba la parábola perfecta. El francés intentó dos veces el gol olímpico.

Si Abel dio un paso al frente, Mané reculó sin disimulo. Al técnico le entró un escalofrío y retiró a sus dos delanteros y a Yeste para taparse hasta las cejas. Puestos a dar testarazos, el Athletic se encontró comodísimo.