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Frialdad para el alcalde, emoción para la presidenta

Pablo Ximénez de Sandoval

Tres cuartos de hora y un vídeo necesitó el alcalde de Madrid, Alberto Ruiz-Gallardón, para contarles a los militantes del PP de Madrid con todo detalle su gestión al frente de la Comunidad y el Ayuntamiento. En ese tiempo, cosechó aplausos entregados sólo cuando se metió con el Gobierno y cuando se refirió a su padre, José María Ruiz-Gallardón, a Manuel Fraga, a José María Aznar, a José María Álvarez del Manzano y a Pío García Escudero. Esperanza Aguirre, sin embargo, logró con su mera presencia que un espíritu flamenco se apoderara del auditorio. Sus palabras se trufaron de gritos de apoyo cada dos por tres.

Gallardón hizo un repaso de su carrera política en Madrid, desde 1984, como oposición, presidente y alcalde. Luego elaboró un discurso teórico sobre la identidad del PP, un partido que según él "no exige fe incondicional" y que "no renuncia al espíritu crítico". "Nosotros abrimos la casa a todos los ciudadanos. No se las cerramos", proclamó. "Ésa es la estrategia que ha fracasado en la izquierda", añadió. Después, ni siquiera cuando dijo que Madrid será como Nueva York en pocos años, logró aplausos espontáneos.

Al revés que en las urnas

Lo que para Gallardón fue un mitin, para Aguirre fue un baño de multitudes. En las urnas, sin embargo, es al revés: Gallardón ganó de calle en las últimas elecciones, mientras Aguirre logró lo justo para ser presidenta.

A la hora de relatar su gestión, Aguirre quiso dar emoción y cercanía a los datos. Y lo consiguió. Para ella, sus éxitos están en "esa madre trabajadora de la Alameda de Osuna que, gracias a la nueva estación de metro, puede dedicar 50 minutos más al día a sus hijos"; o en "esa anciana con cataratas que sólo tiene que esperar 20 días para operarse".

Frente al análisis filosófico que Gallardón hizo del espíritu e ideario del PP, Aguirre levantó a todo el auditorio cuando proclamó: "Nuestro partido cree en España. Con España no se puede jugar. Con sentido crítico, pero no revanchista, no tenemos ningún complejo en proclamar nuestro patriotismo. ¡Cómo no vamos a estar contentos de ser españoles! ¡Claro que sí!". El delirio provocó un sonoro "¡arriba España!" desde algún rincón del local.

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Sobre la firma

Pablo Ximénez de Sandoval
Es editorialista de la sección de Opinión. Trabaja en EL PAÍS desde el año 2000 y ha desarrollado su carrera en Nacional e Internacional. En 2014, inauguró la corresponsalía en Los Ángeles, California, que ocupó hasta diciembre de 2020. Es de Madrid y es licenciado en Ciencias Políticas por la Universidad Complutense.

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