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¿Se puede aprender a perdonar?

Hace unos meses, el 2 de octubre, Charles Roberts, un granjero de 62 años, entró armado en una escuela amish en Lancaster, Pensilvania, y mató a tiros a cuatro niñas (otra murió al día siguiente) y se suicidó después. El asesino había mostrado sentimientos de odio desde que su hija murió, unos años atrás. No tenía nada, dijo, contra las niñas asesinadas, ni contra sus familias, ni contra los amish, una comunidad religiosa caracterizada por vestir de manera sencilla, vivir separada de la sociedad norteamericana y evitar el uso de algunos avances de la civilización, como los automóviles y la electricidad.

Lo que más me llamó la atención al leer la noticia fue la reacción de la comunidad amish: se reunieron para rezar, no sólo por las niñas y sus familias, sino también por el asesino, e incluso asistieron a su funeral. Y uno de ellos, Henry Fisher, un granjero retirado, manifestó a los medios de comunicación: "Nosotros no sentimos odio; no tiene sentido mostrarse encolerizado".

"Me gustaría saber si siguen pensando así", me dice el lector. Es verdad: es posible que su serenidad se haya convertido en resentimiento. Es verdad..., pero también es probable que sigan albergando los mismos sentimientos que en octubre. Perdonar es un regalo, un acto de liberalidad del ofendido. Los amish mostraron que sabían perdonar, que estaban acostumbrados a hacerlo, que lo venían haciendo desde mucho antes de la tragedia. Probablemente empezaron por las cosas menudas: el desaire de un vecino, la cara larga de un pariente, una broma a destiempo,... y poco a poco fueron desarrollando músculo para perdonar. Y cuando les hicieron algo muy gordo... perdonaron.

No conozco a ningún amish pero, a la vista de sus ideas religiosas, me parece que esa capacidad para el perdón se basa en el reconocimiento de que todos somos limitados, imperfectos, y cometemos errores. No somos superhombres o supermujeres; nos equivocamos, metemos la pata, y hemos de contar con el perdón de los demás. Y esto no es posible si nosotros no sabemos perdonar, si no hemos desarrollado la experiencia del perdón.

"¡Oh!, esto puede estar muy bien en el plano personal, pero la sociedad no puede, no debe perdonar: ha de reivindicar la justicia", me dice el lector. Sí, claro: la justicia es importante, pero ¿es incompatible con la clemencia? Pienso que no. Si uno perdona, ¿no significa esto que se rinde ante el agresor, que estará sujeto siempre a sus desmanes? No necesariamente, porque el perjudicado puede y debe pedir que se reivindique la justicia, que se impida que el agresor continúe haciendo daño, pero ofreciéndole, al mismo tiempo, su perdón. Hay que evitar que el agresor vuelva a hacer daño, al mismo agredido o a otro: esto es un requisito de la prudencia del gobernante y del juez. Y el agresor debe compensar también, en lo posible, el daño causado -por lo menos el componente material del daño-, porque esto lo exige la justicia. Pero todo esto es compatible con el perdón.

Perdonar no significa aquí no ha pasado nada. A veces sí: la familia ha sido, desde siempre, el lugar óptimo para el perdón, y también para la reconciliación, que son dos cosas bastante distintas. Cuando perdono, aparto mi odio, detengo mi resentimiento, pero no tengo por qué volver a una situación de confianza mutua, que es lo que caracterizaría una situación de reconciliación. Perdonar no es olvidar, ni excusar, ni ocultar la culpa del agresor. El aquí no ha pasado nada debe, quizá, ir acompañado de medidas de prudencia: me quisiste matar, yo escapé, me pediste perdón, te perdoné,... pero procuraré que la próxima vez que tengas un ataque de ira no tengas un cuchillo al alcance de la mano.

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"El problema es que, a menudo, el agresor no quiere pedir perdón", me dice el lector. Sí, pero el perdón es un acto incondicional, que no depende de consideraciones sobre mi orgullo herido o sobre aquello a lo que tengo derecho; no es una transacción entre lo que tú me das -pedir perdón- y lo que yo te doy -perdonarte. En todo caso, perdonar no es fácil -todos lo hemos experimentado. Hay muchas formas de perdonar, algunas más heroicas que otras. Como hay muchos caminos para el perdón. Los amish de Pensilvania reaccionaron inmediatamente; otros necesitamos muchos años, quizá hasta que nos damos cuenta de que el odio y la cólera nos han secuestrado, y entonces es el momento de hacer un acto positivo de perdón, que es un acto de la razón y de la voluntad, no del sentimiento.

Los psicólogos suelen afirmar que los que han aprendido a perdonar suelen ser emocionalmente más equilibrados, con menos tendencia a la depresión y a la ansiedad, y con más esperanza en el futuro. Perdonar, cura. Vale la pena probarlo.

Antonio Argandoña es profesor del IESE.

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