Sed de poder
Nicolas Sarkozy (París, 1955), el hombre que propugna una "ruptura tranquila" para Francia y que quiere suceder a Jacques Chirac en la presidencia de la República, se convierte hoy en el candidato oficial de la Unión por un Movimiento Popular (UMP), el partido de la derecha actualmente en el poder.
No estaba previsto. El patrón de la UMP debía ser el ex primer ministro Alain Juppé, muy próximo a Chirac. Pero le alcanzaron las salpicaduras del viejo sistema corrupto de financiación de los partidos; fue juzgado, condenado y desposeído de sus derechos políticos. Sarkozy tenía el veto del presidente de la República, que nunca olvida viejas traiciones. Pero los vaivenes de la política son impredecibles, como determinantes son la ambición infinita y el tesón de este hombre bajito, hijo de un inmigrante, al que ya sólo le falta dar el último salto: el palacio del Elíseo.
Sarkozy, larga melena y vaqueros ajustados, encabezó una marcha contra las huelgas ya en 1976
Tiene "la magia del verbo", explica Denis Muzet, del Instituto Mediascopie. Su palabra es un arma
Quienes están con él le son muy fieles, pero en sus adversarios provoca rechazo absoluto
Su mujer Cécilia le envió un 'mail' tras verle en la televisión: "Relájate, estás demasiado crispado"
Algunos de sus biógrafos apuntan que la fuerza que le mueve tiene su origen en su compleja historia familiar. Su padre, Paul Sarkozy de Nagy Bocsa, miembro de la pequeña aristocracia rural húngara, abandona su país ocupado por el Ejército Rojo y aterriza en París a finales de 1948 con los bolsillos vacíos. En Los Sarkozy, una familia francesa (Calmann-Lévy), las periodistas Pascale Nivelle y Elise Karlin reconstruyen la peripecia vital de este joven que tan sólo un año más tarde contrae matrimonio con Andrée, hija del médico Benedict Mallah, de origen judío. Como padre, sin embargo, este seductor impenitente es un desastre. Un día no vuelve a casa. Andrée se queda sola con tres hijos, el último todavía en la cuna. La figura de Paul, esquiva, misteriosa y de gustos exóticos, marca a su hijo.
Los hermanos Sarkozy acuden al colegio Saint-Louis, una elitista institución católica privada, donde comparten aula con los Michelin, los Seillere y otros tantos hijos de los grandes patrones de Francia. Nicolas se construye a sí mismo en torno a la idea del padre ausente, en la violencia del resentimiento. Sufre en soledad a causa de su pequeña estatura, un elemento clave, en tanto que su padre y su hermano mayor son personas altas. Los que han analizado los trazos de su carácter aseguran que el líder de la derecha francesa sublimó sus cuitas a base de fabricarse un ego hipertrofiado.
Estudia Derecho, y en la universidad ya muestra sus preferencias políticas. Hay una famosa fotografía en la que se le puede ver encabezando una manifestación, en 1976, contra las huelgas: larga melena, vaqueros ajustados marcando paquete, camisa blanca desabrochada y bufanda oscura anudada al cuello..., en claro contraste con los estudiantes -obviamente conservadores- que le acompañan: encorbatados y con el pelo corto.
Para entonces hace ya dos años que milita en la UDR, una de las muchas reencarnaciones del gaullismo, y en 1976 se adhiere a la RPR, apadrinado por Charles Pasqua, importante barón de la derecha. Ejerce de abogado, y en 1982 se casa con Marie Dominique Culioli, hija de un farmacéutico corso, con la que tiene dos hijos. En 1983, el alcalde de Neuilly fallece inesperadamente y Sarkozy se las arregla para ser elegido regidor.
Tiene sólo 28 años. Todo va muy rápido. Muy pronto es consejero en el Gobierno de cohabitación de Chirac bajo la presidencia de François Mitterrand, y a los 37 consigue su primera cartera ministerial. En 1993 protagoniza un episodio glorioso, sólo al alcance de alguien muy osado. Un encapuchado penetra armado con una pistola en una escuela de Neuilly y toma a los niños como rehenes. Sarkozy, en su calidad de alcalde, negocia con el secuestrador, y a lo largo de los dos días que dura el incidenteconsigue sacar poco a poco a la mayoría de los niños.
Está en la cresta de la ola; pero cuando se van a celebrar las elecciones presidenciales de 1995, que ponen fin a los 14 años del mitterrandismo, Sarkozy hace la apuesta equivocada. Traiciona a Chirac y apoya a Edouard Balladour, que encabeza las encuestas. Gana Chirac, y el joven Sarkozy se queda fuera del Gobierno e incluso es abucheado en una reunión del partido. Está a punto de dejar la política, pero en 2002 apuesta de nuevo por Chirac y éste le entrega la cartera de Interior, desde la que compite por el estrellato con su gran enemigo, Dominique de Villepin, que ocupa Exteriores.
Tiene "la magia del verbo", explica Denis Muzet, director del Instituto Mediascopie. Su palabra es un arma; su postura, la del combatiente frente a los peligros que amenazan al país: terrorismo, delincuencia, globalización. Pero ahí está la línea roja más allá de la cual su estrategia se derrumba: necesita del miedo para mejor aparecer como la persona que lo hará retroceder, pero corre el riesgo de ser demasiado inquietante.
Sarkozy nunca esconde sus sentimientos ni disimula sus filias y sus fobias. Legendaria es la famosa escena en la que visita un suburbio de París en el que había muerto un niño a causa de una bala perdida en una reyerta entre bandas. "¿Estáis hartos de esta racaille [escoria]?", pregunta desde la calle dirigiéndose a los balcones desde los que le contemplan varias vecinas. "Pues yo voy a limpiar la calle al karcher [una marca de mangueras a presión] y os libraré de esta racaille [escoria]", asegura.
Pero en un país en el que todo es ideología, donde el Estado conserva toda su preponderancia y el sector público es sagrado, saltan chispas cuando Sarkozy muestra su alma neoliberal y sus convicciones neoconservadoras. Y éste fue el caso el pasado 11 de septiembre, cuando, con motivo del quinto aniversario de los atentados islamistas, se entrevistó con Bush y acabó pidiendo disculpas por la postura de Francia en contra de la guerra de Irak. La foto de su apretón de manos con el presidente norteamericano, George W. Bush, y sus críticas a la postura francesa contraria a la invasión de Irak, gallardamente defendida por De Villepin ante las Naciones Unidas, pesan ahora como una losa en el camino a la presidencia.
En la prevista confrontación con la socialista Ségolène Royal, detalles como éste pueden ser decisivos. Sarkozy tiene un techo electoral. Quienes están con él le son tremendamente fieles, pero en sus adversarios provoca rechazos absolutos. Mientras que la ambigüedad de Royal le permitirá recoger votos de todos lados, incluida la extrema derecha, Sarkozy dispondrá de escaso margen de maniobra. Para el Partido Socialista francés (PS), Sarkozy es un "liberal", un "atlantista" y un "comunitarista", tres epítetos demoledores en el juego francés.
Su tema favorito: revalorizar la cultura del trabajo y del esfuerzo para "reinventar la República" bajo el signo del "mérito". "No hay derechos sin obligaciones", les dice a los jóvenes. Y descalifica globalmente a la generación de 1968, a la que atribuye todos los males del presente. Y los culpables del desaguisado surgido de aquella primavera de hace casi cuatro décadas no son otros que los socialistas, "herederos" de aquella revolución que "dilapidó la herencia" de sus antecesores e impuso "una inversión de valores y un pensamiento único del que los jóvenes actuales son las principales víctimas".
Sarkozy tiene muchas similitudes con el ex presidente del Gobierno español José María Aznar; desde su estatura hasta su afición por dejarse el pelo largo, pasando por las bufandas o la querencia por mujeres fuertes a su lado, como es el caso de Cécilia Ciganer-Albéniz -mucho más alta que él-, con la que se casó en segundas nupcias.
De hecho, cuando en diciembre de 2004 organizó el gran show para celebrar su acceso a la presidencia de la UMP, las primeras imágenes que aparecieron en la gran pantalla para felicitarle fueron las del ex presidente Aznar. Y es que, al margen de sus afinidades personales, de las que no se conoce gran cosa, Sarkozy contempla con sana envidia el edificio político creado por Aznar en torno al Partido Popular, unificando a toda la derecha detrás suyo. Francia es un país sociológicamente de derechas (55%-45%), pero la extrema derecha, a la que el sistema electoral deja fuera del Parlamento, se lleva casi un 20%, lo que permite el acceso de la izquierda al poder.
Con Cécilia, descendiente de Albéniz, mantiene una relación un tanto tempestuosa. Durante un tiempo podía vérseles juntos en todos los lugares; después, Cécilia le abandonó. Más tarde volvió, discreta; ahora juega en las sombras. No se muestra, pero está presente. Cuando, hace un mes, Sarkozy anunció su candidatura presidencial en un programa de la televisión pública, al poco de empezar recibió un correo electrónico de su esposa, Cécilia. "Relájate, estás demasiado crispado", decía.
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