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Columna
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'The show must go on'

Vicente Molina Foix

El año se despidió de Madrid de la peor manera posible, y no por culpa de Madrid, ni del tiempo, ni de nosotros, sus habitantes. Llegaron unos cuatreros, como en las películas del Oeste, a la ciudad alegre y confiada, y dejaron su marca sangrienta; unas heridas irreparables y un par de víctimas elegidas al azar que no podían ser más acusadoras para los asesinos. No un policía, ni un general, ni siquiera un magnate a bordo de un Mercedes, que hubieran servido de coartada a su pésima conciencia. Los que murieron en la T-4 murieron con las botas del trabajador puestas y bajo una manta contra el frío, no envueltos en un uniforme opresor ni en pieles de visón.

Pero la ciudad siguió su vida cotidiana, y, aunque de forma amortiguada, continuó en los días siguientes la fiesta navideña, en especial la de Reyes, pues habría sido incomprensible para los niños la explicación de que este año, en vez de los Reyes Magos de Oriente, tres o dos facinerosos habían traído del norte un cargamento mortífero. El día 5, las calles del centro estaban llenas de escaleras de cocina, y, como no tengo niños, me sorprendió su cantidad; un padre me explicó que así los más pequeños pueden ver subidos a ellas la cabalgata. ¿No sería para elevarse del mismo suelo que días antes habían pisado los criminales?

Los que murieron en la T-4 murieron con las botas del trabajador puestas y bajo una manta contra el frío
Otra que está que se sale es Aguirre, si bien en su caso las iniciativas que emprende bordean el surrealismo

También prosigue la cabalgata de las valquirias locales. No hay que olvidar que estamos en año electoral, cosa que he notado hasta en mi bolsillo, que ya es decir en estos tiempos de redondeo permanente. El Ayuntamiento, que llevaba tres años subiendo de manera escandalosa -por encima de cualquier índice, el del IPC o el de Dow Jones- las cuotas de la piscina municipal cubierta de la que soy usuario, este enero apenas la ha subido, para tenernos contentos incluso en bañador. ¿Qué pasaría si nunca pasase nada? Ése es el eslogan, ya lo saben ustedes, de otra de las múltiples campañas de auto-bombo (y con truco) de Ruiz-Gallardón. ¿Qué pasaría si nunca pasase nada en los precios? Mientras llega esa utopía, no hay día que nuestro alcalde no inaugure algo, un parque, una mediana, una estación de metro que poco después cierra o sufre avería en sus trenes. Una mañana, hace poco, le vi inaugurar rodeado de edecanes un bordillo de acera, no es broma. ¿Lo era eso que se anunció de que el Ayuntamiento iba a prohibir a los agentes de tráfico llevar el pelo largo, barba o pulseras?

La normativa había caído, decía el periodista F. J. Barroso que daba la noticia en estas páginas, "como un jarro de agua fría en el cuerpo" de los municipales, y se comprende, pues está claro que esos adminículos, tanto pilosos como ornamentales, abrigan en invierno, y no parecen contravenir ninguna ley escrita. Quizá sí la Ley Sobrenatural en la que creen los devotos políticos del PP. No quiero ni pensar la que se puede armar el día en que un agente de Movilidad se haga sij y llegue al trabajo con un turbante.

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Parece garantizado que el espectáculo continuará hasta las elecciones.

Volviendo a los bordillos y a los seres sobrenaturales. Otra que está que se sale es Esperanza Aguirre, si bien en su caso las noticias e iniciativas que emprende bordean siempre el surrealismo o la astracanada. El astracán surrealista, digamos. La mejor de todas es la que se publicó también en EL PAÍS con un titular que tengo recortado: "Aguirre alquilará 700 vagones de metro a cuatro bancos". Confieso que a la primera ojeada lo leí al revés, llevado por ese instinto reflejo que los Románticos llamaban "suspensión del descrédito". Esto es lo que mis ojos incrédulos leyeron: "Aguirre alquilará cuatro bancos a 700 millones cada uno". Se acercaba más a la realidad inmobiliaria de la región, pero tampoco tenía sentido. Así que tuve que leerme la noticia entera, en la que las cifras me desbordaron por lo ingentes: vagones y millones a porrillo, pero con un único corolario, los nuevos convoyes del servicio público que utilizamos los madrileños (cuando no está suspendida la línea, la canción del año en los altavoces del metro), ni siquiera son nuestros. Esperanza Aguirre no tenía presupuesto en el momento de la compra (ya sabemos sus problemas de liquidez), por lo que los alquila a sus verdaderos propietarios, esos cuatro bancos que -como nuestras casas hipotecadas, nuestros ahorros y nuestras pensiones- poseen todo lo que creemos tener. Se acerca el día en que agarrarse a las barras de la línea 6 lleve comisión bancaria.

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