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Columna
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Ni himnos ni banderas

Esta bufa polémica del himno gallego -que si en flamenco o con gaita- me trae a la memoria una anécdota que me contara Alejo Carpentier. Se paseaba con García Lorca por el barrio de Lavapiés en Madrid; el poeta andaluz actuaba de cicerone del escritor cubano cuando al paso de una calle oyeron un organillo de partitura perforada y manivela. Lorca propuso: "Vamos a joder al ciego, que se jacta de saberlo todo".

Fueron ante el organillero, y muy respetuosamente lo abordó Lorca: "Maestro, ¿nos puede interpretar algo de Beethoven?". Y el ciego venga con el Para Elisa. Luego le dijo: "¿Y algo de Soutoullo?" Y el ciego le suelta La leyenda del beso. Al fin, ante el avispado invidente, Lorca le lanzó la pregunta definitiva: "¿Y la Internacional?" (que además en aquellos tiempos no era muy recomendable). "¿La quiere comunista o socialista?", contestó el maestro. "¿Acaso conoce usted dos ?", replicó sorprendido el poeta. "Sí, claro: la comunista es muy grave, mientras que la otra es más floreada".

En esto de los himnos, como en todas las canciones, la importancia reside en la música. Las palabras, decía Dionisio de Halicarnaso, han de convertirse en música, incorporarse a ella, sin que importe nada su significado. ¿Quién es capaz de recitar la letra del himno gallego? Y mejor es que no se sepa, pues los versos de Pondal incluyen algunas estrofas insultantes para los castellanos: "Mais só os iñorantes / e féridos e duros / imbéciles e escuros / non nos entenden, non". La Marsellesa, peor. Eso de que pedir que "un sang impur abreuve nos sillons" (que una sangre impura riegue nuestros surcos) significa un deseo de venganza e incitación a la violencia, lo cual está penado por la ley.

El himno del Estado español carece de letra, de modo que cada cual le pone la que más le gusta. Recuerdo que los curas navarros de mi colegio de Madrid nos hacían entonar: "Franco, Franco, qué cara más simpática me tiene usted; parece un requeté..", y se seguía con chanchán, chanchán, chanchanchán, a base de bombo y platillos.

En cuanto a valor musical, el himno francés, La Marsellesa es otra cosa, sin duda porque Rouget de l'Isle, su autor, era oficial del Ejército, y se limitó a utilizar un fragmento del primer movimiento del Concierto para piano nº 25 de Mozart. Algo parecido hicieron los austriacos, con el mismo Mozart, los alemanes, al coger unos compases de José Haydn, y el Vaticano, cuyo himno fue escrito por Charles Gounod. Bello, grandioso, el Himno de la alegría, de Beethoven, es demasiado espiritual para lo que en su inicio fue la Comunidad Europea del Carbón y del Acero, ahora UE. A su lado, la música de Pascual Veiga es deprimente. La partitura de Os pinos, embrión del himno, está casi toda en fa mayor, sin apenas modulaciones. Igual que la Alborada gallega, la otra pieza conocida de Veiga, cuyo bajo monótono que intenta imitar el roncón de la gaita me obsesionó de pequeño. ¿Acaso el mindonense no sabía componer en otro tono?

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