La voz del ángel
Ya no nieva como antes. Tampoco los divos de la ópera son lo que fueron. Antoni Ros Marbà suele recordar la anécdota de cierta función de invierno en el Liceo, una Tosca probablemente, suspendida porque la ciudad había quedado bloqueada por un manto blanco. Sólo llegó al teatro, en metro, el artista Cavaradossi, esto es Jaume -Giacomo, para el resto del orbe- Aragall, ajenos uno y otro a la molesta contingencia meteorológica, absortos en su compromiso irrenunciable con la belleza a la que habían consagrado sus vidas. Hoy la mítica operística vuela más bajito. En La Scala Roberto Alagna abandona la representación porque oye algún abucheo tras Celeste Aida, habráse visto, y en su lugar aparece un Radamés en tejanos, carne de cover para encarnar al heroico condottiero egipcio. No está mal para animar el cotarro, pero reconozcamos que la edad de oro del divismo queda atrás, en el siglo XX, la era grande del intérprete. En ópera, la cima más alta acaso se alcanzó en la década de 1950 y 1960, con la rivalidad entre María Callas y Renata Tebaldi, la absoluta contra la voz del ángel, una rivalidad que tuvo más de papel cuché y promoción discográfica que de lucha real por la primacía artística, dadas las diferencias de estilos y repertorios.
Hasta el 28 de enero puede verse en el Liceo -sólo para los que tengan entrada para alguno de los espectáculos- la exposición Renata Tebaldi, profonda ed infinita, montada por el Teatro Regio de Parma para recordarla a los dos años de su desaparición y completada por los Amics del Liceu con fotografías de sus actuaciones liceísticas entre 1953 y 1959. Cuentan los veteranos que en un recital de 1959 la Callas fue recibida en el escenario de la Rambla al grito de "¡Tebaldi, Tebaldi!". Los irreductibles de los pisos altos consideraron una afrenta que allí donde había señoreado la gran dama italiana osara una griega impetuosa tratar de enmendarle la plana. Y sin embargo la Callas, a diferencia de Alagna, aguantó el tipo. En la exposición puede verse una foto, tomada en Nueva York en 1968, con las dos divas sonrientes junto a Rudolf Bing, célebre empresario del Metropolitan. Y no es la única foto que reunió a las dos estrellas en actitud nada beligerante. Cierta o d'arte, la rivalidad dicen las crónicas que surgió en 1951 en Brasil, donde la Tebaldi había triunfado y a la Callas las cosas no le habían ido tan bien. Fue la griega quien más la alimentó, entre otras con una frase que equiparaba su voz con el champán y la de la Tebaldi, con la Coca-Cola. A lo que la italiana, para solaz de los paparazzi, replicó impertérrita: "No olvidemos que el champán se agria". El Liceo fue fundamentalmente tebaldista, pero en una pared de un pasillo del quinto piso permaneció durante años un graffiti, seguramente obra de un encendido partidario de la Callas, que denunciaba: "Renata canta como una rata".
La exposición del Liceo tiene todos los ingredientes para una completa exaltación de la diva. En el vestíbulo, flanqueando la regia escalinata, dos vestidos que la estrella llevó en Tosca, acaso su papel mayor. Tosca, la artista compremitida, como Adriana Lecouvreur, otro de sus rôle titre que contribuyeron a ensanchar el mito. En el Saló del Miralls hay varias vitrinas con recuerdos personales, entre ellos los boletines escolares del curso escolar 1932-33 en Langhirano, provincia de Parma, donde la familia se había trasladado al poco de nacer Renata en Pésaro, el 1 de febrero de 1922. En la casilla donde se evalúa la disciplina de canto aparece un escueto "buono" , la misma calificación obtenida en "historia y cultura fascista". Entre los documentos que se muestran, están las felicitaciones de su gran mentor, Arturo Toscanini, quien la invitó en 1946 para la reapertura de La Scala tras la guerra. Había debutado apenas dos años antes, en Rovigo, con la Helena del Mefistofele de Arrigo Boito. Sin embargo, a partir de 1955, el teatro milanés se inclinó por la rival. La Tebaldi inició entonces su gran carrera americana. En el Met reinó incontrastada durante 18 años, hasta 1973, poco antes de retirarse a los 54 años. De La Scala se despidió con un recital al año siguiente: llevaba un vestido de gasa color salmón que puede verse estos días en el Liceo.
Lo mejor de la exposición es con todo la recopilación fotográfica. En dos imágenes de la década de 1960 la diva aparece... ¡fumando! Están luego fantásticos retratos de viaje: con los maquinistas del trasatlántico Cristoforo Colombo, en el lujoso lounge del Andrea Doria, a su llegada a la Estación de França o en el aeropuerto de Milán, en 1958, procedente de Barcelona. Aparece retratada junto a Jacqueline Kennedy, Begum Aga Khan, el cardenal Montini -luego Pablo VI-, Dalí, Roberto Rosellini, Ingrid Bergman, Alberto Sordi... Glamour en estado puro.
Falta la voz, esa voz increíblemente homogénea y bien timbrada en toda la gama, con su característico squillo a plena voz y sus embelesadores pianissimi. Para eso hay que recurrir al disco. Aconsejo su Vissi d'arte de Tosca (The best of Tebaldi, Decca). Se comprende que otro de los apodos que recibió -en Estados Unidos, donde el éxito se suele medir en dólares- fuera Miss sold out, "señorita entradas agotadas".
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