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Columna
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Por la sierra del agua

Así es como se titula el último de libro de Manuel Rico, Por la sierra del agua, y espero que cuando leáis estas líneas me encuentre allí disfrutando del aire puro, del olor a naturaleza, de sus colores increíbles, de ese frío sano que activa la circulación de la sangre. Andar por el campo es darse un baño completo de vida, y disculpad que me deje llevar por el entusiasmo, pero es que precisamente ahora muchos necesitamos respirar, que se nos despeje la mente y alejarnos del griterío, la bronca, la vehemencia, la intransigencia y la mentecatez. Necesitamos un poco de silencio para pensar con cierta libertad, lo que a estas alturas sabemos que no es tan fácil como parece, porque si lo fuese, las cosas en el mundo no andarían tan jodidamente mal. Es más sencillo enervarse y salir a la calle enarbolando la bandera de España y pegando mamporros, como sucedió el otro día en Madrid tras el atentado de la terminal 4. Bochornoso espectáculo visceral. Esto es lo que ha ocurrido siempre en este país, que las vísceras de medio cuerpo para abajo han podido más que las neuronas, el temperamento más que la inteligencia, la desfachatez y el desprecio por los demás más que el respeto. Con respeto no se va a ninguna parte, es sinónimo de blandenguería. Hay que avasallar.

Pero cuidado porque aquí quien avasalla matando es ETA. Y lo que hay que sentir es que el proceso de paz abierto por Zapatero no haya resultado. También lo intentaron los anteriores, y es comprensible. ¿Quién no va a intentar erradicar por todos los medios posibles esta peste? Durante largos años los ciudadanos de a pie nos hemos acostumbrado a leer entre líneas si se estaba o no negociando con ETA, nos hemos acostumbrado a que no se nos hable claramente y nos hemos acostumbrado a desear que las fuerzas de seguridad del Estado trabajen a fondo y con la cabeza despierta, y si tenemos que privarnos de echar en el bolso el líquido de las lentillas para subir a un avión nos privamos. En cambio, no se nos había ocurrido lo del parking.

El problema no es que se intentara una vez más la paz, el problema es que ETA no la quiere, y como es gente de pocas palabras lo dice haciendo sufrir a dos familias ecuatorianas que apenas sí les sonaba vagamente el nombre de ETA. Según escuchábamos al padre de uno de los chicos muertos titubear sobre este siniestro nombre, como quien intenta recordar algo que ha oído alguna vez en un bar, nos dábamos cuenta de que la organización terrorista es un residuo del pasado, algo que se ha quedado atrapado en un tiempo muerto con su hacha y sus capuchas, y por mucha kale borroka de las narices y por mucho veneno que tengan dentro cuando reaparecen dando un comunicado o sus fotos en el telediario huelen a polilla, incluso su clásico corte de pelo se les ha quedado anticuado. Su escenografía, antaño terrorífica, ha envejecido más que las películas de Doris Day, y esto tendría que darles que pensar. Y cuando se ponen a dar patadas en los juicios, que no se engañen, parece la rabieta de un niño malcriado, sólo que no es un niño sino un hombretón el que así se comporta y este dudoso espectáculo tendría que darles que pensar.

Por el contrario, Sadam Husein se condujo durante el juicio y en los momentos de su ejecución (precisamente también el día del atentado en Madrid) como un doble más de sí mismo, el doble de la dignidad y la entereza. ¿Quién era el auténtico, aquel a quien sus subordinados le besaban el uniforme a la altura de los sobacos o éste de camisa blanca inmaculada y delgadez ascética? Probablemente estos personajes con absoluto desprecio por la vida ajena se engañen tanto a sí mismos que ya no sepan ni quiénes son. Lo único real de Husein es que alguien murió en la horca por una condena a pena de muerte que no servirá absolutamente para nada. Muertes y más muertes.

En Nochebuena brindábamos por la paz, y en Nochevieja ya se nos habían atragantado las uvas. Qué manía con matar cuando ya es bastante desesperante que nos tengamos que morir. Así que antes de que se me ocurra pensar, me voy con el libro de Manuel Rico a zambullirme en Navarredonda un día de niebla y aguanieve, en Garganta de los Montes, para seguir la ruta de los puentes romanos. O a visitar melancólicas estaciones de ferrocarril abandonadas y vías muertas en el camino a Braojos, que antes han visto muchos otros. Estamos de paso, y lo mejor es pasar haciendo el menor daño posible.

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