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AGENDA GLOBAL | ECONOMÍA
Columna
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La economía mundial del cambio climático

Joaquín Estefanía

UNO DE LOS EFECTOS COLATERALES del atentado terrorista de fin de año es que desgraciadamente pasará a segundo plano la propuesta del presidente del Gobierno, a la salida del último Consejo de Ministros. ZP habló de la presentación de leyes como la de la calidad del aire, defensa del patrimonio natural y de la biodiversidad, responsabilidad medioambiental y desarrollo del modelo rural, en el marco del compromiso contra el calentamiento global del planeta. Un paquete legislativo del que podría deducirse la inquietud ante lo que está sucediendo.

Los datos publicados por EL PAÍS (26-12-2006) sobre el avance del informe del Panel Intergubernamental del Cambio Climático, en el seno de la ONU, son estremecedores. El problema del calentamiento de la Tierra no sólo afectará a nuestros hijos, sino que ya está aquí: parte del mismo no puede ser evitado y los cambios durarán siglos; seis de los siete años más cálidos desde que hay registros han ocurrido desde 2001; estos fenómenos no son interpretables suponiendo que el calentamiento responde a la variabilidad natural del clima, sino que sólo se explican por la acción del hombre. Seguramente nada nuevo sobre lo dicho anteriormente en otros foros, pero su impacto es demoledor por la aceleración creciente del problema y por la certeza científica de que el calentamiento es un hecho, no una opinión.

Los riesgos derivados del calentamiento de la Tierra pueden parecerse a los de las grandes guerras mundiales y a la Gran Depresión de la primera mitad del siglo XX

En este contexto, hay dos industrias que se han hecho ver: en primer lugar, la de los negacionistas, aquellos que cuestionan los datos y las tendencias, o les quitan significación, para evitar que se tomen medidas drásticas y urgentes, en defensa de intereses particulares. La segunda es la industria nuclear: la necesidad de reducir las emisiones de CO2 que genera el uso del carbón, el gas y el petróleo (y la creciente dependencia de muchos países en el abastecimiento de esas energías) pone de nuevo en primer plano la producción nuclear, como no generadora de los gases que provocan el efecto invernadero. En muchos casos, los propietarios de la industria nuclear son los mismos que los del petróleo, el gas o el carbón. Lo que perderían por un lado, lo ganarían por el otro.

Con estos datos, adquiere una significación mayor el informe Stern, elaborado por el economista británico Nicholas Stern, por encargo de Tony Blair. Es la primera vez que un Gobierno demanda un estudio sobre las consecuencias económicas y sociales del cambio climático a un economista, y no a un científico experto en el medio ambiente. El informe Stern da la medida de lo que el planeta se está jugando: se necesitaría invertir al menos un 1% del PIB mundial en la lucha contra el cambio climático para evitar que los costes globales y los riesgos del mismo equivalgan a una caída del 5% del PIB, que puede llegar a un 20% de ese PIB si continúan creciendo, en la misma progresión que ahora, los efectos más nocivos del calentamiento. Ello supondría una durísima recesión "a un nivel similar a los riesgos asociados a las grandes guerras y la Gran Depresión de la primera mitad del siglo XX".

Sir Nicholas Stern aporta una conclusión diáfana: "El cambio climático constituye el mayor fracaso del mercado jamás visto en el mundo, e interactúa con otras imperfecciones del mercado. Tienen que formularse tres elementos de política para una respuesta global efectiva. El primero es la fijación del precio del carbono, aplicada a través de impuestos, comercio de emisiones o regulación. El segundo se refiere a una política que apoye la innovación y el despliegue de tecnologías bajas en carbono. Y el tercero tiene que ver con medidas para eliminar las barreras de la eficiencia energética, y para informar, educar y persuadir a las personas acerca de lo que pueden hacer para responder al cambio climático".

He aquí un problema urgente e importante al mismo tiempo. Por ello, el debate no puede quedar relegado.

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