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Puro teatro | TEATRO
Columna
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Pirandello con tortícolis

Marcos Ordóñez

Cada vez me dejan más frío las "grandes obras" de Pirandello, las supuestas cimas de su canon: Seis personajes, Esta noche se improvisa, Así es si así os parece. Para mi gusto, hasta que no escribe Enrique IV, una obra maestra absoluta, no encuentran sus malabarismos ideológicos una plena encarnación dramática. Hasta entonces los veo más "expuestos" que teatralizados: más especulación intelectual que pasión humana y escénica. Prefiero, de largo, el Pirandello teóricamente "menor" o "popular": Liolà; El hombre, la bestia y la virtud, que se repone tan poco; El sombrero de cascabeles. Y esa extraña joya, quizás por inacabada: Los gigantes de la montaña. Y lo más puro y conmovedor que escribió nunca, El hombre de la flor en la boca, casi el paralelo siciliano de Tot l'enyor de demà, de Salvat Papasseit. (Sir Pou me dice que debería leer Vestir al desnudo y Como tú me deseas, que siguen siendo modernísimas y vibrantes. Lo haré). Pienso que hay un epígono de Pirandello que le supera de calle, en hondura conceptual y verdad palpitante: Eduardo de Filippo. Ahora mismo les cambio los tres cromos mayores de don Luigi por la "trilogía de las apariencias" de Eduardo: La gran magia, El arte de la comedia, Esos fantasmas. Así es si así os parece ha vuelto a nuestros escenarios (al Valle-Inclán, concretamente, y luego recorrerá España) de la mano de Miguel Narros. De esos tres cromos es el que más me interesa. Tal vez por ser el primero (lo estrenó en 1917) y el más furioso, y el que tiene menos pretensiones de vanguardismo. Su asunto central, ya desde el título, es la inaprensibilidad de la "verdad objetiva". Un funcionario modélico, el señor Ponza, llega a una ciudad de provincia. Corren las habladurías porque, al parecer, ha encerrado a su mujer y no deja que su suegra, la señora Frola, la visite. Según Ponza, la señora Frola está loca: su hija murió y él se casó de nuevo, pero ella se niega a aceptarlo. Según la suegra, el que está loco es Ponza: toma a su hija por esa segunda esposa inexistente. Para cada uno, pues, la mujer encerrada es otra: una construcción mental, un fantasma. En el tercer acto aparece la esposa y dice que ambos tienen razón. Con un esquema y una mirada muy similares, Onetti escribió Los adioses y Para una tumba sin nombre. En Los adioses hay un enigma triangular que jamás llega a resolverse. Lo cuenta, maravillosamente, en no más de cien páginas. Pirandello podría haber hecho una nouvelle perfecta con ese material y esa duración. De hecho, la comedia es un cuento hinchado, La señora Frola y el señor Ponza, su yerno. Demasiado hinchado: marea excesivamente la perdiz de las interpretaciones posibles. Lo más sugestivo de la obra es su crueldad ascendente, su núcleo de sufrimiento ninguneado por el cotilleo provinciano y, sobre todo, el ambiguo perfil de su aparente raissoneur, Lamberto Laudisi, una criatura casi shakespeariana, que une el intelecto maligno de Hamlet con la gélida superioridad analítica de Philo Vance. Se burla de todos los chismosos, proclama que nunca atraparán la verdad y juega con su desconcierto, pero tampoco alcanza la clave definitiva, la comprensión de una tragedia que le resbala: las víctimas de la indagación necesitan ese doble fantasma para seguir viviendo. El montaje de Narros no me ha convencido. Entiendo o creo entender su propuesta: Laudisi como maestro de marionetas. Pero se toma la marionetización en sentido literal. Y general. A un lado, la farsa de los cotillas/inquisidores; al otro, el dolor del trío convertido en melodrama exasperado, retórico. Y en mitad, o por encima, el Laudisi interpretado por Rubén Ochandiano, que no tiene ni la edad ni la técnica para domar y servir al personaje. No es suya la culpa, claro. Error de reparto, y error, en mi opinión, de enfoque, de línea de dirección. A las órdenes de Narros, Ochandiano convierte a Laudisi en un petimetre locuelo y revoltoso, con gestualidad de muñeco articulado. Hay actores que acaban una función con lumbago o con los tobillos machacados. Ochandiano corre el serio peligro de atrapar una tortícolis irreparable: la Asociación de Actores debería tomar medidas al respecto. ¿Cuántas veces echa la cabeza hacia atrás ese pobre muchacho para fingir una carcajada sarcástica? No las conté y podría haberlo hecho, al menos para entretenerme un poco. Todo es forzadamente ridículo, falsísimo. Los burgueses de la comedia, los Agazzi (Juanjo Cucalón, Maru Valdivieso), los Sirelli (Mélida Molina, Daniel Sánchez), las señoras visitantes (Arantxa Aranguren, Marina Durante) recuerdan en este montaje a esos niños que se disfrazan con las ropas de sus padres y juegan a tomar el té. Narros les hace moverse en círculos en torno a la señora Frola como tópicas aves de presa, y dar grititos, y orquestar una cacofonía de voces. La pequeña Agazzi (Ana Arias) está condenada a las posturitas de ballet y sólo le falta decir "Papuchi y mamuchi". Y el trío doliente (Julieta Serrano como la señora Frola, Chema Leon y Rosa Vivas como los Ponza), que ofrece aislados, únicos momentos de convicción, también ha sido encorsetado en los clichés desaforados de un dramón de cine mudo. Al esfumarse los seres humanos del escenario, sólo acaba interesándonos lo menos importante: la resolución del misterio, los entreveros mecánicos de la trama. Cada vez que veo este tipo de marionetizaciones en un espectáculo (la acentuación de la clave de farsa, los estereotipos vocales y gestuales, la dislocada estilización de los movimientos) tiendo a pensar que no se trata tanto de una opción estética sino de una rendición o una impotencia: requiere muchas horas y mucho empeño mostrar verdad reconocible y comportamientos claros en la superficie y complejos en lo hondo. Y, en última instancia, el término "naturalismo" se ha convertido en una mala palabra: es "antiguo" y su transparencia desdibuja la firma, el ringorrango del director. Ante espectáculos así acabas anhelando una pirandellianísima rebelión de los actores a mitad de obra: "¡No somos títeres, no queremos hacer cosas raras, queremos que nos crean!".

A propósito de la obra Así es si así os parece, dirigida por Miguel Narros, en el Teatro Valle-Inclán de Madrid

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