¿Qué hay de nuevo? Edith Piaf
Entre las cincuenta mejores audiencias de la televisión en Francia en 2005 sólo había cinco largometrajes de cine, dos de ellos de producción francesa. Las series televisivas se llevaban la parte del león. A partir de ese dato y sabiendo que los canales de TV galos están obligados -por ley- a invertir en cine, en películas, se comprende mejor la situación cada vez más insostenible de una industria cinematográfica que, años atrás, podía reclamar esa legislación favorable porque ella ofrecía los productos más atractivos pero que ahora se va quedando escasa de argumentos, al menos desde un punto de vista de racionalidad económica.
Para compensar el menor atractivo de los filmes, los productores buscan proyectos extraordinarios. ¿Dónde los encuentran? En el pasado, en la historia reciente y en....¡la televisión!. Los dos títulos sobre los que descansan más esperanzas comerciales de ese comienzo de año son Jacquou le Croquant, que es una adaptación para la gran pantalla de lo que en su origen fue un serial televisivo de principios de los años 60, cuando el formato más típico era el de episodios de poco menos de media hora, y La Môme (La chavalilla), una biografía de Edith Piaf escrita y dirigida por Olivier Dahan, un cineasta que es más un inventor de imágenes que un narrador de historias, tal y como lo prueban las dos películas anteriores que de él he visto: Le Petit Poucet (2000) y Les Rivières Pourpres II (2004).
Olivier Dahan prepara una película sobre uno de los grandes mitos de Francia
La Piaf es un mito incombustible. Nacida en 1915, hija de un padre contorsionista y de una madre cantante callejera, abandonada a los dos meses a los cuidados de su abuela, que dirigía un burdel, la môme crecerá -poco- sorteando todos los peligros o, mejor dicho, cayendo en todos ellos: se prostituirá, será objeto de comercio sangriento por parte de bandas rivales, estará a punto de quedarse ciega, le matarán su primer amor, verá como otro muere en un naufragio, conocerá las drogas y el alcoholismo, los grandes éxitos y los tremendos fracasos. Al final, en 1961, con su salud hecha polvo y dispuesta a retirarse de la escena, recibe un regalo envenenado: la mejor canción del mundo -Non, je ne regrette rien (No me arrepiento de nada)- escrita pensando en ella y su vida. La Piaf no puede negarse a cantarla y durante seis meses llenará el Olympia con su frágil silueta y esa voz que pone la piel de gallina.
En 1963, cuando muera, a los 48 años, miles de personas irán a despedirla al cementerio. Y entre ellas Marlene Dietrich. Y las voces pasadas, presentes y futuras de Louis Armstrong, Grace Jones, Bette Midler, Cindy Lauper, Elthon John, Dean Martin, Dona Summer, Patricia Kaas, Yves Montand, Céline Dion, Dalida, Mireille Mathieu, Josephine Baker y todos aquellos que algún día han tarareado La vie en rose, la más bella canción de amor.
En su día Claude Lelouch ya intentó hacer vivir a la Piaf en Edith et Marcel (1983), filme en el que quería contarnos los amores desgraciados de la cantante y su campeón de boxeo, Marcel Cerdan, trágicamente desaparecido. Pero el rodaje fue tan catastrófico como la vida de la môme: el actor que encarnaba a Cerdan murió pocos días después de la primera toma. Évelyne Bouix, que debía ser Edith Piaf, se reveló falta de desgarro.
Ahora es la actriz Marion Cotillard quien asume el desafío. Sobre sus espaldas descansa, no diré que la memoria de la artista porque ésta sobrevive sin necesidad de ninguna película, pero sí una gran parte de las esperanzas del cine francés para este año. Si en 1961 la chavalilla salvó al Olympia de la ruina, ahora puede evitar que se precipite la crisis de una industria.
Babelia
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