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Columna
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Esto es lo que hay

-¡Qué rico!, ¿y qué tiempo tiene?

-Tres meses.

-¿Y como se llama?

-Lois.

-Ah...vaya -mudó arrobo por ceño-... ¿eres galleguista?

No es que dude de lo atinado de las conclusiones del Barómetro salido del horno de la Facultad de Políticas de Compostela, pero como radiografía política de la sociedad gallega me quedo con esta conversación causal entre dos desconocidas (bueno, a la interpelada la conozco, es mi mujer). En un supermercado en el que los productos están rotulados en los cuatro idiomas oficiales del Estado, y en un país en el que los niños sobrellevan alegre y desprejuiciadamente identidades como Aitor Ferreiro Lema o Yeray Costas Cameselle, una interpelante desconocida ha llegado a la conclusión, en menos tiempo del que el encuestador emplea en desenfundar el bolígrafo, de que un Lois de tres meses es fruto del galleguismo.

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Porque, con perdón de la ciencia demoscópica, tal y como aseguraban los liberales de toda la vida, las verdaderas preferencias del ciudadano se desvelan en el libre mercado (cuanto más en el supermercado, como en este caso). Descatalogadas las antiguas y marcadamente clásicas ofertas (Manuel Fraga, Paco Vázquez, Xosé Manuel Beiras) o disponibles únicamente en versión paródica (véase la felicitación navideña de Vázquez), impera la política de perfil bajo, casi de marcas blancas. La favorable consideración del presidente Emilio Pérez Touriño que certifica el Barómetro debe ser producto, por una parte, de la táctica de satisfacer a unos con las decisiones y a otros con las matizaciones, y por la otra, de la estrategia de mimetizarse con el cargo. Igual que los consumidores de Mister Proper asumieron su sustitución por Don Limpio sin problemas (excepto esa centenaria de Ribeira que abjuró de los medios informativos en cuanto cambió el gobierno de la Xunta).

Asimismo, quizás el alto grado de reconocimiento que los encuestados del Barómetro hacen de las potencialidades de Anxo Quintana se deba a sus esfuerzos en demostrar que también un nacionalista puede ser, como Xosé Ramón Gayoso, el yerno ideal (nada tan necesario en la Galicia actual como un yerno dispuesto). La mala acogida que el público dispensa, según la encuesta, a la antaño marca dominante, el PP, coloca a Alberto Núñez Feijóo en la postura del viajante de barras de hielo en pleno despegue de la nevera. Necesita toda la labia del mundo (y tiene gran parte) para convencer no sólo a los que han optado por el frigorífico, sino a los fieles a la fresquera que pueden sopesar que el anterior comercial daba mejor servicio.

Y si éstas son las ofertas políticas punteras, aquellas secundarias antaño fiables ya no lo son (fiables, no secundarias). Antes, el PP de Ourense era una especie de CSU bávaro que complementaba al PPdeG, pero Baltar dimitió de bávaro el día en que se mostró como el más activo y entusiasta apañador de firmas contra el Estatut. Queda Cacharro Pardo, pero su aportación es más como de transilvano. Xosé Cuiña, que siempre había asegurado que lo suyo era una propuesta política en toda regla, solamente ha retomado el ardor gladiador y bajado a la arena para luchar por una obra mal rematada. Beiras y Camilo Nogueira, que podrían ser referencias de un sector ideológico hoy huérfano de figuras patriarcales, están en plena efervescencia hormonal sesentayochista. Por no hablar de Xosé Luis Barreiro, que ejerce de Eduardo Punset, impartiendo doctrina en la tele a horas intempestivas.

Esto es lo que hay, porque es lo que demanda una sociedad que lleva años tomando la opción de no molestar. De no significarse, como aconsejaban en el franquismo los progenitores prudentes a los hijos inquietos. Es decir, que ha apostado por la autodetermiregión. O quizá no sea para tanto. Al fin y al cabo "existen diferencias entre la filosofía y los adhesivos para el coche", decía Charles M. Schulz. Claro que fue el tipo que inundó las carrocerías de Snoopys. sihomesi@hotmail.com

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