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Columna
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La nueva evangelización

Creo que el arzobispo Julián Barro cometió un error de apreciación al defender "la presencia comunitaria pública de la Iglesia católica" y al censurar a quienes quieren hacer de España un país laico. Yo no estaba presente, por supuesto, pero me fío del resumen de sus declaraciones recogidas en los medios de comunicación. El prelado, además de reclamar esa mayor presencia pública para la Iglesia que él representa, censuró a "quienes quieren hacer de España un país laico". En fin, el máximo mandatario católico en Galicia expresó su inquietud por el futuro del catolicismo en España.

Pues por ahí va la Historia. Veamos el panorama religioso de Europa desde hace dos días, con la entrada en la Unión Europea de dos nuevos países, Bulgaria y Rumania. Podemos lamentarlo o alegrarnos, pero no hay vuelta de hoja. Desde el 1 de enero de 2007, el catolicismo ha dejado de ser mayoritario en Europa, si es que algún día lo fue. Entre los 27 países que integran la Unión, sólo en cuatro de ellos (Irlanda, Italia, Portugal y España) se puede pensar que predominan claramente los católicos. Ahora, desde hace tres días, los musulmanes constituyen la mayoría de los habitantes de la Europa comunitaria y ya veremos qué porcentaje cuando se produzca el ingreso de Turquía, con sus 60 millones de musulmanes.

Si es verdad que estamos en Europa con todas sus consecuencias, habrá que resignarse religiosamente e ir preparándose para aceptar el mal menor, es decir, una constitución laica. En cambio, se nos dice: "Preocupan determinados planteamientos tendentes a eliminar los símbolos religiosos en una sociedad como la nuestra cuyas raíces son profundamente cristianas". El arzobispo compostelano se refería con estas palabras al mensaje del papa Juan Pablo II, y recalcó que "el derecho a la libre expresión de la propia fe en Dios no está sometido al poder del hombre".

El Arzobispado de Santiago cree que "ignorar" la preeminencia de la Iglesia católica equivaldría a "desnaturalizar y empobrecer indebidamente la vida social y ética", y no sólo la española, porque, según sus palabras, se suprimirían los "valores específicos de cada pueblo y cultura". Como el catolicismo ya no es la confesión religiosa preeminente en la Unión Europea, nos quedan únicamente tres soluciones: replegarnos en España, aceptar la nueva situación o iniciar una "nueva evangelización de Europa".

Es ésta una idea que Juan Pablo II lanzó en Polonia el 9 de junio de 1979: "La nueva cruz de madera ha sido elevada no lejos de aquí y con ella hemos encontrado un signo, que al amanecer del nuevo milenio vuelve a ser anunciado el Evangelio". Ya se sabe que desde entonces la muy católica Polonia se ha ido descristianizando. Lo mismo repitió el papa polaco en Santo Domingo el 12 de octubre de 1984, cuando afirmó que "el próximo siglo nos llama a una nueva evangelización de América Latina". No hizo entonces sino despertar a los pueblos indígenas en Bolivia, Ecuador, Perú, con sus creencias y ritos. Y los que evangelizan a su manera y a mansalva son las iglesias protestantes norteamericanas. Habría que insistir en que la misma "desevangelización" se está produciendo en toda Europa, en la que tanto nos costó entrar.

Y aquí reside, a mi entender, el error del arzobispo. La Iglesia y el Estado franquista estuvieron muy unidos desde el inicio de la guerra civil por mutua conveniencia. Pero la Iglesia no contaba con el liberalismo. Lo que le interesa ahora a la Unión Europea es que las multinacionales hagan buenos negocios. La homosexualidad, el porvenir de la familia tradicional católica y otras cuestiones le importan un comino con tal de que la economía neoliberal funcione. Y les aseguro que esta Europa comunitaria y las empresas y poderes que la sustentan apoyarán antes a un gobierno socialdemócrata que acepte las leyes del mercado neoliberal, que a una derecha impresentable que les desluzca la fachada.

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