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Columna
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Alergia a lo imposible

En muchos autobuses urbanos de San Sebastián han instalado unas pequeñas pantallas que acompañan al usuario en su viaje, ofreciéndole informaciones útiles, citas culturales, consejos médicos o dietéticos y algunos entretenimientos sencillos. Aunque fácilmente se le imagina más aprovechamiento, la iniciativa está muy bien. Anima a traducir modernamente el viejo refrán: "Del autobús no te bajarás sin saber una cosa más". El otro día yo me apeé con la ganancia de esta frase de Concepción Arenal: "Todas las cosas son imposibles mientras lo parecen".

A lo mejor el optimismo no es más que una forma de alergia a lo imposible, una alergia que se manifiesta a veces como una erupción posibilista espontánea o inconsciente, y a veces, como una voluntad. Conozco el optimismo que de un modo "natural" te hace concebir la vuelta o la salida del atolladero (y es una bendición), pero estoy más familiarizada con el optimismo "voluntario", que es negativa de la mente o el carácter a aceptar que algunas cosas son como son y no pueden cambiarse, que es rebeldía de las ideas y los valores contra la negrura y la adversidad. Es decir, que me sitúo entre los construidamente optimistas, entre quienes se resisten de/por principio a que haya maldades que no tienen remedio. Por eso me reconozco plenamente en esa frase de Concepción Arenal que, dada la vuelta, significa que las cosas son posibles en cuanto lo parecen, en cuanto damos apariencia a su posibilidad.

En algunos asuntos cambiar de año significa básicamente volver a poner los contadores a cero, cerrar las cuentas del último ejercicio e inaugurar una nueva contabilidad. La violencia contra las mujeres es uno de esos temas cuya expresión se ajusta numéricamente al calendario. A partir de mañana se dirá que en el año 2006 ha habido en España 68 asesinadas por sus (ex) compañeros sentimentales y se dispondrá una nueva página en blanco para ir registrando... Los puntos suspensivos son una manera de optimismo, es decir, de resistencia ideológica y moral contra el enunciado del terrorismo de género: negándole su apariencia de frase, rebelarse contra su posibilidad.

La violencia contra las mujeres es, con abismal diferencia, la más extendida en todo el mundo. Ni la miseria ni las guerras ni los cataclismos matan, hieren, aprisionan, destruyen en ninguna parte igual. Hablamos de millones y millones de asesinadas, violadas, maltratadas, explotadas, excluidas, impedidas de acción o de expresión, confinadas, aculturizadas, humilladas. Una de las consecuencias nefastas de contabilizar por años a las víctimas de género es que se pierde la dimensión exacta del problema, su monstruosa magnitud. No hay que dividir a las mujeres asesinadas o maltratadas en ejercicios contables, sino presentarlas juntas, con el estruendo propio de su suma, en el escándalo mismo de su cantidad.

Todas las cosas son imposibles sólo mientras lo parecen. No es imposible acabar con la violencia contra las mujeres. Se puede; es cuestión de voluntad en contrario, de rebeldía personal y social, de "optimismo" individual y colectivo. La de género no es sólo la violencia más extendida, sino también la más radical, la más cercana al origen (cimiento y descubrimiento) de toda violencia. Es, sin duda, la primera escuela de discriminación e irrespeto, de distorsión afectiva y de infelicidad. Y es así, de raíz, como hay que combatirla, no sólo en su desembocadura (donde siempre es tarde), sino en su fuente. En la más tierna edad del sexismo, en los primeros pasos de su transmisión y en sus disfraces, allí donde su expresión que nunca es irrelevante, inconsecuente o inocente puede parecerlo. Hace poco, en el mismo informativo que había recogido las últimas medidas del Gobierno contra la violencia sexista, oí este comentario deportivo: a los equipos que han quedado segundos de grupo (eran los sorteos de la Champion's League) les va a tocar "bailar con la más fea". Hay remedios que no sólo parecen posibles, sino fáciles. Feliz 2007.

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