Un año de transición
Concluye uno de los mejores ejercicios de la historia reciente para la economía mundial, prolongando igualmente una de las décadas más favorables. Lo hace con la principal economía del mundo dando síntomas de agotamiento, fundamento de las previsiones de desaceleración para 2007. El mayor reequilibrio en la contribución al crecimiento global observado en los meses finales de 2006, con las economías de Europa y Japón insertas en una senda de mayor actividad, será probablemente el rasgo más destacado en los dos próximos años, aunque ello implique que el conjunto de la economía mundial crezca en el entorno del 4,5% los dos próximos años.
La tasa de crecimiento del PIB global habrá superado en 2006 el 5%, con todas las regiones en sendas positivas de crecimiento. En la medida en que ese crecimiento ha superado el ritmo de expansión de la población, el PIB por habitante también lo ha hecho. El protagonismo en la determinación de esos registros, igualmente sin precedentes cercanos, de las economías consideradas emergentes es otro de los factores novedosos; China y la India, de forma muy destacada, pero también las demás, con América Latina superando la incertidumbre asociada a los procesos electorales que en algunos de los países económicamente más importantes han tenido lugar.
La economía española necesita cambiar su actual patrón de crecimiento para mejorar su nivel de competitividad internacional
Desde una perspectiva más próxima, uno de los elementos más sobresalientes en la valoración del año 2006 es sin duda la aceleración europea: el registro de la mayor tasa de crecimiento desde el inicio de la década. De la mano de las economías más importantes, de forma destacada Alemania, el conjunto de la eurozona habrá crecido algo por encima del 2,5%, mientras que en el conjunto de la UE se anticipa un 2,8%, frente al 1,4% y 1,7%, respectivamente, de 2005. Si en los años anteriores el conjunto de Europa solo podía confiar en la tracción de la demanda externa como tabla de salvación para sortear la recesión, durante 2006 hemos podido observar que ha sido la demanda interna, muy especialmente la de inversión, la que en mayor media ha contribuido a ese muy favorable crecimiento. El fortalecimiento de la confianza empresarial en aquellas economías más debilitadas, de forma destacada en Alemania, donde el indicador IFO ha alcanzado su máximo desde la reunificación, permite asumir que las señales de recuperación son en esta ocasión más firmes. La Comisión Europea así lo anticipa al prever crecimientos del PIB de la eurozona del 2,1% en los dos próximos años.
Frente a la continuidad de esas favorables señales, en las tres economías más importantes del área monetaria (Alemania, Francia e Italia) se interponen las orientaciones de las políticas presupuestarias y monetaria, y un tipo de cambio del euro, tampoco favorecedor del crecimiento. Reducciones de gasto público y aumento de impuestos no son precisamente las mejores vías para afianzar el despegue, como tampoco lo son las elevaciones adicionales en los tipos de interés que parece tener preparadas el BCE. Su inconveniencia será tanto mayor cuanto más persistente sea la apreciación en el tipo de cambio del euro, en un contexto de tensiones inflacionistas relativamente controladas.
Si el escenario más favorable se cumple y la inercia expansiva de la eurozona se impone a esa orientación contractiva de las políticas económicas y a la desaceleración estadounidense, la economía española podrá prolongar una de las fases expansivas más intensas y dilatadas de las últimas décadas. Aun cuando el crecimiento del PIB no supere el 3% en 2007, la presunción de que su composición será más sostenible es la mejor de las señales observadas en los últimos meses de 2006, cuando el PIB podría haber crecido cerca del 4%, contribuyendo a que la tasa media del conjunto del año sea probablemente del 3,7%, la más elevada de los últimos cinco años. Crecimiento de la inversión distinta de la materializada en construcción y menor drenaje de la demanda exterior neta son las vías en las que se confía para ese largamente esperado cambio en el patrón de crecimiento hacia uno más competitivo, menos vulnerable: más susceptible, en definitiva, de compatibilizar la creación de empleo con el aumento de la productividad.
Si la apuesta de los Presupuestos Generales del Estado para 2007, por la intensificación de la inversión en conocimiento, fuera seguida por las empresas, la economía española estaría más cerca de sortear con éxito ese año de transición que para todas las economías será 2007.
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